Cuando vi en los videos que distribuía casi en vivo Sin Embargo MX, y advertí esos grupos de jovenes moviéndose organizadamente, con rasgos estándares de estatura, corpulencia y una mochila en las espaldas, recordé las fotografías que aquella revista (¿por qué?) donde exhibía a Los Halcones del 10 de junio de 1971, y un temor visceral muy profundo vino a mi memoria emocional, !han regresado Los Halcones!
La manipulación y provocación en las manifestaciones públicas, casi siempre tienen como propósito acelerar la respuesta violenta de la autoridad, que muchas veces suele estar advertida y lista para aprovechar la oportunidad. La provocación viene de rincones oscuros, normalmente vinculados a mentalidades retorcidas que mueven intereses de contradicción intergubernamental y un sentido claramente antagónico al ejercicio de los derechos por los sectores más vulnerables de la población.
Difícilmente veremos actos de provocación en la convenciones bancarias o de hombres de negocios. Pero siempre que un grupo de obreros, políticos progresistas o estudiantes salen a la calle, los polizontes surgen de la nada comprometiendo la acción de quienes acuden a la calle para expresar sus inconformidades o sus demandas.
Los provocadores suelen aparentar que sus actos son excesos de la violencia natural de la inconformidad que arde en el pecho de los manifestantes, por eso la autoridad en sus reacciones y análisis posteriores a los hechos escandalosos, debe ser muy prudente y muy ecuánime. En estos casos, más vale pecar de precavidos que de impulsivos.
Pudiéramos decir que las masas en movimiento han ganado una fuerza natural y correlativa a su magnitud y objetivos que sin dejar de ser pacífica arrolle al adversario que suelen ser los cuerpos policiales asignados al evento, y claro que al rozar la fuerza de las masas con la contención policiaca se van a suceder actos violentos que una buena técnica de contención a cargo de la policía se reduce significativamente.
Los cuerpos policiales pueden o deben entrenar y practicar diversas formas de acción para disminuir los daños, pero las masas organizadas espontáneamente no pueden diseñar una táctica blanda de aproximación. Además, a los policías se les paga para eso y a los manifestantes auténticos no. Por eso la responsabilidad de evitar los daños reside en los cuerpos de seguridad.
Siempre que va uno a manifestarse en una zona de riesgo, sabe que puede resultar lesionado o arrestado, como lo policías saben que una pedrada en el casco es parte de los riesgos del trabajo contratado. Pero las cosas no deben pasar de allí.
Otra cosa muy diferente es la aparición de provocadores mercenarios o de policías disfrazados de ciudadanos infiltrados en las manifestaciones. Porque eso no puede ser parte de las políticas gubernamentales del país democrático que estaba decidiendo construir el nuevo Presidente.
Tampoco grupos radicales facciosos deben aprovechar la manifestación pacifica del pueblo para desarrollar acciones de violencia ideológica, antigubernamental o expropiatoria porque la presencia de los ciudadanos comunes, justamente indignados, ha sido convocada para una acción civil no violenta y radicalizarla sin el consenso de los asistentes al acto.
Para este último caso, también el gobierno debe usar sus herramientas de inteligencia para prevenir cualquier desaguisado. Comprendiendo que es su responsabilidad asegurar el debido ejercicio de los derechos humanos de la ciudadanía. Y es el gobierno local, el gobierno de la ciudad, el que debe asumir la responsabilidad de controlar cualquier situación que se dé en un día tan complicado, anticipadamente anunciado como violento.
Se sabía que el 1 de diciembre se formaría un coctel de fuerzas políticas y sociales, y había que prevenirlo asumiendo su liderazgo sin confiar en las fuerzas policiales federales porque en las circunstancias de reales de inseguridad laboral en que se encuentran pudieron generar más problemas que evitarlos.
El día fue difícil y los riesgos fueron altos, pero para el tamaño de la ciudad, la ira social previa y falta de previsión que demostraron todas las instituciones policiales, el costo no fue tan alto como pudo haberlo sido, si por ejemplo el movimiento de Morena se mezcla con los manifestantes en San Lázaro. O los chavos del #YoSoy132 se dejan ganar por la adrenalina juvenil y dinamizan los actos vandálicos de los perversos.
Con esta ya van cuatro ocasiones que el país evita la escalada violenta, gracias a los líderes de la izquierda: Cárdenas en el 88, AMLO en el 2006, y ahora en septiembre y el 1 de diciembre.
Realmente no he visto tal cordura ni tal amor por la paz en los líderes de los otros partidos. Simplemente la guerra de seis años que llevamos sufriendo los mexicanos, y los casos de Atenco, Acteal, Aguas Blancas y la barbarie permanente contra los migrantes centroamericanos, nos dicen quiénes aparecen con la cruz de la paz en la procesión suelen usarla como garrote y son más agresivos que los afamados peligros nacionales de la izquierda.
Pero creo que ya basta de que los líderes de las opciones políticas para los marginados sigan sacándole a la lógica natural de la política: el combate frontal real pacífico, violento o combinado.
Yo al menos veo que México no cambia todo lo que pudo cambiar desde 1988 si entonces hubiéramos ido a la acción directa. Y aunque hemos evitado la confrontación inter clases, no se ha evitado la muerte impune de miles de jovenes que por falta de alternativa en la vida prefirieron cinco años de jolgorio que 50 de miseria.
En el 2006 fue obvio que la toma de Reforma y el gobierno legítimo fueron una valvula de escape a toda la ira acumulada en las masas que habían visto volar sus esperanzas de mejora para sus hijos porque el presidente Fox y una pila de empresarios violaron miserablemente la Ley, y ahora, en septiembre, también empezar a construir un partido en vez de la respuesta social activa e inmediata por el poder pospone la caída de la clase política enquistada en el poder. El sábado sucedió lo mismo. Esperemos para el 2018.