Jorge Javier Romero Vadillo
05/10/2012 - 12:00 am
La izquierda, ¿unidad a toda costa?
Durante los meses previos a la designación de su candidato presidencial para la elección de este año, el tópico repetido era que ir divididos sería letal para los partidos de izquierda. El dicho se convirtió en dogma de fe, al grado de que sin más se descartó la posibilidad de que Marcelo Ebrard mantuviera su […]
Durante los meses previos a la designación de su candidato presidencial para la elección de este año, el tópico repetido era que ir divididos sería letal para los partidos de izquierda. El dicho se convirtió en dogma de fe, al grado de que sin más se descartó la posibilidad de que Marcelo Ebrard mantuviera su candidatura en caso de que, como ocurrió, Andrés Manuel López Obrador decidiera imponer la suya. Para salvar la cara se estableció el dudoso método de resolver la “candidatura de unidad” a través de una encuesta, método para tomarle el pulso a la opinión que después resultó desprestigiado y fue descalificado como manipulable por los mismos que lo usaron para resolver nada más y nada menos que sobre su abanderado presidencial.
La frase repetida es que hubiera sido suicida ir con dos candidaturas de “la izquierda”, como si quedara absolutamente claro qué se quiere decir hoy con esa fórmula, manida y desgastada. ¿Qué es lo que identifica a quienes hoy se definen como “de izquierda”; me temo que poco más que la autodefinición: son de izquierda quienes así se consideran, sin mayores precisiones. Tal vez, en términos muy generales, se podría decir que existe una coincidencia genérica en que el Estado debe tener un papel relevante en la distribución de la riqueza, que atempere al menos la terrible desigualdad social que el mercado sin restricciones y la competencia despiadada genera en las sociedades, pero de ahí en más las diferencias resultan abismales, pues dentro del mismo saco de la izquierda se puede meter a quienes reivindican a Kim Jong Il como camarada e implícitamente aceptan las tiranías coreana o cubana, junto con quienes defienden una sociedad de plenas libertades democráticas, con una economía competitiva de mercado bien regulada para evitar los abusos, las concentraciones monopolísticas, los atentados al medio ambiente y con una estructura fiscal progresiva que le permita al Estado impulsar el desarrollo con base en fuertes inversiones en educación, salud, seguridad social, infraestructuras y fomento de sectores específicos.
En la confusión actual, lo mismo es de izquierda un candidato que habla en términos genéricos del “cambio verdadero”, pero que como gobernante se opuso a ampliar las libertades en terrenos como el del derecho de las mujeres a decidir con plena libertad sobre su maternidad o la unión civil entre personas del mismo sexo, que aquellos que reivindican un programa de derechos de la diversidad como base para la convivencia de una sociedad plural. Lo mismo se dice de izquierda el que polariza con un discurso maniqueo y descalifica de manera genérica a las instituciones que quienes buscan una sociedad incluyente, razonable, que reconozca la existencia de intereses opuestos pero legítimos y que dirima sus diferencias en el marco de reglas del juego democráticas, con instituciones sólidas establecidas por un orden legal plenamente legitimado.
A diferencia del tópico que se repite en los discursos de unos y de otros, me parece que hoy en México es tiempo de deslindes. Las llamadas izquierdas mexicanas están en el momento de definir con claridad sus posiciones y comenzar la construcción de opciones diferenciadas que le transmitan mensajes claros a la sociedad, sin temor a que ello signifique una debacle electoral. Si lo que se pretendía con la unidad en 2012 era ganar la presidencia, el resultado electoral demostró que la unidad no lo es todo. Tengo para mi que una candidatura de Marcelo Ebrard, aun con la persistencia de López Obrador, hubiera tenido un resultado electoral notable e incluso pudo haber sido más competitiva. Obviamente no se trata más que de una especulación sin posibilidad de ser probada, pero el resultado electoral de la Ciudad de México o el de Morelos muestran que existe un electorado dispuesto a votar por opciones identificadas con la izquierda pero que no se reconocen en el tono rijoso y la ambigüedad de la propuesta de AMLO.
El propio López Obrador ha tomado ya el rumbo del deslinde. Con su alejamiento de las organizaciones que lo postularon y su decisión de construir su propio partido, se encamina a diferenciarse, a atrincherarse en su núcleo duro de seguidores incondicionales. Por su parte, aquellos que piensan que se puede construir una fuerza política de corte más parecido al de las socialdemocracias europeas, o al de partidos latinoamericanos como el socialista chileno, deberían aprovechar para encontrar sus propias definiciones programáticas, su nuevo liderazgo y su coalición social específica, que incluya a sectores intelectuales y de capas medias y que puede ser lo suficientemente amplia para ganar elecciones aun sin el apoyo de los grupos que se definan por el Movimiento de Regeneración Nacional.
El temor a que la diferenciación entre las diversas opciones políticas que hoy caben en el jarrito de la izquierda llevaría necesariamente a la pérdida de fuerza electoral me parece injustificado. Una opción con un programa con un corte claramente socialdemócrata tiene buenas posibilidades de atraer a los electores independientes que se encuentran en el centro del espectro político, con los que se ganan elecciones y que claramente han sido repelidos por López Obrador, sin que necesariamente vaya a perder todo el apoyo de los sectores que hasta ahora le han dado su voto a los partidos de lo que en 2012 fue el Movimiento Progresista. ¿Quién dice que en México no puede ocurrir algo semejante a lo que pasó en España en los años de la transición, cuando el Partido Socialista Obrero Español se consolidó primero como la principal fuerza de la oposición y en 1982 ganó las elecciones con mayoría absoluta, en detrimento del Partido Comunista, con una militancia mayor y mejor organizada pero incapaz de ganar los votos de los sectores medios? El PSOE optó por la diferenciación y la claridad y, sin necesidad de recurrir a una unidad artificial, logró ganar el gobierno.
Es probable que el ciclo de la izquierda que comenzó en 1989 con la fundación del PRD como receptáculo de posiciones diversas y que acabó convirtiéndose en un mazacote informe haya llegado a su fin. Lo que sigue puede que no sea un proyecto unitario, sino la definición clara de diversas coaliciones políticas que diriman sus diferencias de cara a los electores, sin temor a la democracia.
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá