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Arnoldo Cuellar

27/09/2012 - 12:02 am

Guanajuato: el poder cambia de manos

Finalmente se llegó la fecha. Este miércoles 26 de septiembre arrancó la nueva administración estatal de Guanajuato que marcará una continuidad de 27 años de dominio panista, lo que constituye la epopeya más larga de gobierno este partido en el país, hasta la fecha. Si bien Baja California fue la primera entidad donde ganó un […]

Finalmente se llegó la fecha. Este miércoles 26 de septiembre arrancó la nueva administración estatal de Guanajuato que marcará una continuidad de 27 años de dominio panista, lo que constituye la epopeya más larga de gobierno este partido en el país, hasta la fecha.

Si bien Baja California fue la primera entidad donde ganó un gobernador panista, en 1989 Ernesto Ruffo fue el primer candidato que derrotó al PRI en una elección estatal, lo cierto es que Miguel Márquez gobernará en Guanajuato hasta 2018, lo que significa 27 años de gobiernos panistas ininterrumpidos. Para superar ese record, el PAN de Baja California debería ganar la elección del próximo año.

Sin embargo, lejos de ser una marcha triunfal, el arranque de la quinta administración panista, la tercera que completará el ciclo completo de seis años después del interinato de Carlos Medina y el gobierno extraordinario de Vicente Fox, se ha visto complicada y hasta frenada por cuestiones propias y ajenas.

Por ejemplo, en virtud de una instrucción fantasmal en la que no resulta difícil advertir la autoría de Miguel Márquez, pero que nadie se atreve a reconocer, se ha desatado en las dependencias del gobierno estatal una cacería de funcionarios que no parece limpia quirúrgica, sino auténtica purga política.

Como nadie explica de qué se trata y la tarea sucia la vienen haciendo los funcionarios salientes, muchos de los cuales serán también sacrificados, si no lo han sido ya, la ola de despidos ha sembrado un ambiente laboral donde lejos de sentirse aires de esperanza y renovación, aparecen el temor y la desconfianza.

En la ola de despidos, acompañados de liquidaciones, no se sabe si los que se van lo hacen por ineficacia o deshonestidad; si los que se quedan lo hacen por sus méritos y si los que llegan serán mejores que los que partieron.

Lejos de un relevo institucional enmarcado en líneas de planeación orgánicas, lo que se ve es un descabezadero sin orden y concierto. La primera impresión que provoca, es que llega un equipo desorganizado, reactivo, caótico y, en algunos casos, vengativo.

Esas características pueden ser muy acertadas para crear desconcierto en la burocracia, pero no se aprecian como las bases sobre las cuales se puede construir una nueva cultura de gobierno.

Como componente de esta actitud se encuentra el hecho de que como político Miguel Márquez Márquez es una creación de Juan Manuel Oliva, el anterior gobernador cuyos cercanos son ahora los más perseguidos. Es una reedición de la misma vieja historia: la cuña que más aprieta es la del mismo palo.

Sin embargo, el discurso de cambio de estilo parece menos creíble cuando entre los nuevos funcionarios, escogidos por Miguel Márquez, aparecen personajes como José Arturo Durán Miranda, ex director de Infraestructura Vial en los gobiernos de Carlos Medina y de Vicente Fox y de negra memoria entre la mayor parte del gremio constructor de Guanajuato.

De no cuidarse, decisiones como esta pueden ahondar el sentimiento de frustración de los servidores públicos con los que va a trabajar la administración de Márquez.

Si de una parte se están dando draconianas decisiones de limpia burocrática que ha arrasado por igual con buenos y malos funcionarios, mientras que por otra parte las decisiones del nuevo régimen se orientan a personajes de trayectoria confusa cuando no abiertamente censurable, el mensaje de transparencia no parece estar en sintonía.

Otro campo donde no queda claro lo que Miguel Márquez le propone a la sociedad es en el terreno de su interactuación con el Congreso, el pasado y el actual. Las propuestas de cambios legales no contuvieron transformaciones de peso, ni en transparencia ni en seguridad.

Decisiones aparentemente autónomas de la fracción panista, como la designación del magistrado Eduardo Hernández Barrón, de triste memoria como titular de Acceso a la Información, por la anterior Legislatura; o la decisión para subsanar la caída de Humberto Andrade con el ungimiento de Juventino López Ayala en el nuevo Congreso, no pueden haber sido ajenas por lo menos a una opinión de Miguel Márquez.

En ambos casos, los mensaje son intranquilizadores. Hernández Barrón contradice con su sola presencia todos los pronunciamientos sobre transparencia de quien hoy toma posesión del gobierno; en tanto que el discurso de toma de posesión de López Ayala resultó no sólo anacrónico, sino casi dinosáurico, al mandar al diablo al Trife, como si se tratara de Andrés Manuel López Obrador, al tiempo que insistía en que el PAN “sigue siendo mayoría”.

Si algo debe cuidar Miguel Márquez en los próximos días, los primeros de la grave encomienda que asume, es que sus hechos no borren a sus dichos. En estos tiempos, hace falta dignificar la política cumpliendo la palabra y no utilizándola solamente como una arma de propaganda.

Esa sería la mayor y más productiva distancia que el flamante mandatario que protesta hoy podría poner ante quien se ha convertido en su innombrable personal: el ahora sí ex gobernador Juan Manuel Oliva.

 

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Arnoldo Cuellar
Periodista, analista político. Reportero y columnista en medios escritos y electrónicos en Guanajuato y León desde 1981. Autor del blog Guanajuato Escenarios Políticos (arnoldocuellar.com).
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