El arte y la revolución

30/08/2012 - 10:58 am

Cuatro roqueros de Nuevo León han politizado a miles de estudiantes de secundaria que cantan “Cayeron dos, murieron cuatro, te fuiste persiguiendo al diablo…comprando gente vendiendo el alma. Dime algo más y yo también voy a ser un criminal (…) mientras buscabas qué tanto tengo, tu estupidez nos mandó al infierno…toda esta sangre nos quema el alma”. Se llaman Jumbo y están entre los miles de músicos que saben que quien hace música y otras formas de arte y no tiene nada que decir, generalmente no aporta nada bueno al mundo.

Michael Franti con «Hey world», una canción-poema ambientalista, o «The sound of sunshine», una canción sobre el lenguaje de sordomudos (no se pierdan el video en Youtube), se ha tomado muy en serio su papel como artista y ciudadano del mundo.Durante una visita a un centro de deportación en California, conocí a un grupo de adolescentes jamaiquinos que,como un mantra, cantaban la famosa «Don’t give up» de Peter Gabriel que sonaba incesante en un viejo walkman, esa ha sido por años la canción de los desterrados, que dice “no te des por vencido porque creo que hay un lugar al que pertenecemos”.

Los Aterciopelados con la canción «Oye mujer» retan a sus oyentes con un “Oye mujer, ¿eres un ser humano o la fantasía erótica de algún fulano?”. Narran la historia del sexismo con una música deliciosa, sin ambages corean “objeto sexual, pedacito de carne con complejo de Barbie” llamando a las mujeres a entender la esclavitud de someterse a los paradigmas de la anorexia y la conversión de las personas en objetos para ser utilizados y desechados.

Cómo olvidar a Bebe, la española que hizo disco de oro con Malo, el retrato del maltratador con un ritmo que hace cantar a propios y extraños: “Una vez mas no, por favor, no grites, que los niños duermen…Malo, malo, malo eres no se daña a quien se quiere; tonto tonto eres, no te pienses mejor que las mujeres. Cada vez que me dices puta se hace tu cerebro más pequeño”. Un canción de 3 minutos logró que millones comprendieran la complejidad del síndrome de la mujer maltratada como ningún discurso político.

Miles de jóvenes resistieron las represiones estudiantiles en los años setenta cantando la canción «Como la cigarra» en voz de Mercedes Sosa “tantas veces me mataron, tantas veces me morí, pero ahora estoy aquí…resucitando”.

Franti asegura que el compromiso de cada artista es hacer el mejor arte posible y ello conlleva una responsabilidad intrínseca de conocer su propia verdad, ya sea una verdad política, filosófica o emocional. Creo –dice el cantante–, que cada artista tiene la responsabilidad de compartir su impulso vital, preguntarse qué es lo que hace que la humanidad siga adelante.

El gran Joan Manuel Serrat ha inspirado generaciones enteras cantando poemas propios y ajenos. Nadie como él para describir a la aristocracia del barrio, los dueños de la doble moral que manejan las economías locales. O con su poema en catalán: “Sería fantástico no pasar nunca de largo y servir para algo (…) y echar a volar todas las palomas, sería todo un detalle, todo un síntoma de urbanidad que no perdieran siempre los mismos y que heredasen los desheredados. Sería fantástico que ganase el mejor y que la fuerza no fuese la razón”. Quién no ha coreado el desahogo de Serrat sobre los políticos, hombres de paja, que “tienen doble vida, son sicarios del mal y entre esos tipos y yo hay algo personal (…) se gastan más de lo que tienen en coleccionar espías, listas negras y arsenales”.

Cuando Bob Marley canta «Get up stand up», nos recuerda que debemos levantarnos y reclamar nuestros derechos, nunca darnos por vencidos en la lucha por la libertad; que creer en Dios no nos salvará de las violaciones a los derechos humanos, en la tierra, nos dice el rey del regaee, es donde estamos unidos.

No importa si es Rubén Blades, Santana, Los Beatles, Bob Dylan o La mojarra eléctrica, San Pascualito Rey, Jaguares, Eugenia León, Gustavo Cerati, Los tigres del norte, Madonna, Café Tacuba, John Coltrane, Miles Davis, Lila Downs, Ely Guerra, Joe Cocker, Coldplay, YoYo Ma y otros tantos. La música que es arte verdadero cuestiona nuestra existencia, desata tempestades, fotalece causas sociales, inspira amores y despierta recuerdos perdidos. Con una frase, un clamor del chelo, el latido de las percusiones o la guitarra eléctrica llega la posibilidad de sanar un dolor nunca antes nombrado. La buena música revela verdades que a veces son difíciles de articular hasta que alguien las elabora como melodías, o las canta y toman forma, se integran en nuestra vida emocional e intelectual.

Hace años, Saúl Hernández de Jaguares me dijo que la melancolía puede ser un fardo o convertirse, a través de la música, en un impulso vital; la música al tomar forma en un pentagrama, dice taciturno el rockero, nos hermana con la humanidad, no hay filtros, en la música y el compromiso social todo el universo tiene cabida, se fusiona porque reivindica la vida en todas sus formas.

Sí, son la voz, la música, la melodía, la letra, el estilo lo que Eduardo Galeano define como la elemental capacidad de la música para arrejuntar el alma. El alma puede ser esa entidad privada y personalísima que consideramos nos lleva por la vida aunque tengamos el corazón roto y la salud frágil, pero el alma es también el aliento de un pueblo que se para codo a codo y corea a todo pulmón que la guerra no le pertenece, o como ha dicho Luis Eduardo Autè, que escrúpulo no es el parásito de un alacrán.

@lydiacachosi

Lydia Cacho
Es una periodista mexicana y activista defensora de los Derechos Humanos. También es autora del libro Los demonios del Edén, en el que denunció una trama de pornografía y prostitución infantil que implicaba a empresarios cercanos al entonces Gobernador de Puebla, Mario Marín.
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