Javier Sicilia hizo por las víctimas de la guerra entre Calderón y el Narco, lo que Lydia Cacho hizo por las víctimas de la pederastia: las “visibilizó” en un país que hasta el momento había hecho todo lo posible por ignorarlas.
Los escritos de Lydia y las persecuciones de las que ha sido objeto familiarizaron a los mexicanos con la palabra pederasta y, más importante aún, generaron una repulsa creciente contra este delito. La legislación federal y buena parte de las estatales se han modificado en los últimos para hacer más severas las penas y la persecución contra los abusadores.
Sicilia ha hecho algo similar por las víctimas de la guerra. Ciertamente Alejandro Martí e Isabel Miranda de Wallace fueron emblemáticos en su denuncia por los delitos que padecieron sus hijos. Galvanizaron a la opinión pública sobre la magnitud de la ineficacia de la justicia mexicana. La frase de Martí “renuncien si no pueden”, puso contra la pared a las autoridades y obligó a incorporar a ciudadanos y empresarios en los consejos de seguridad.
Pero lo de Sicilia es diferente. Martí y Wallace pusieron el énfasis en la ineficiencia de la policía y de los ministerios públicos. La crítica de Sicilia es mucho más profunda. Lo suyo tiene que ver con la indiferencia increíble de las autoridades y la opinión pública sobre las 60 mil víctimas y las familias afectadas. Un baño de sangre y sufrimiento en el que nadie parecía reparar, a menos que el afectado fuese alguien famoso.
Sicilia no se centró en las irregularidades de la investigación policíaca que siguió al asesinato de su hijo (de hecho, básicamente lo dio por bueno). Lo que sí nos hizo ver es que no podemos aceptar como natural la violación de los derechos humanos de miles de mexicanos y la muerte cotidiana en nombre de una guerra inhumana y despiadada.
El líder social ha mostrado que en toda guerra civil no hay buenos y malos a secas, sino víctimas de ambos lados. Detrás de cada muerte hay viudas y viudos, huérfanos incontables y una enorme cantidad de vidas frustradas. Heridas físicas y emocionales para cientos de miles de personas, ante la indiferencia de autoridades y sociedad.
Es inmoral, dice Sicilia, que un país considere como prescindibles a tantos mexicanos. Es inaceptable que la sociedad justifique la indiferencia y la falta de investigación sobre tantos miles de asesinatos con la simple excusa que se trata de criminales. Primero, porque en muchas ocasiones ni siquiera lo son; y segundo, porque detrás de cada caído, cualquiera haya sido la razón, hay familias que merecen respeto.
La ley de víctimas que ha pasado por el Congreso es a todas luces insuficiente y los esfuerzos para aplicarla estarán plagados de dificultades, pero el mero hecho de estar discutiendo su pertinencia es un avance abismal. Dependerá de todos nosotros asegurarnos de que ese impulso no quede en meros gestos de las clase política. Apoyar a Sicilia en este esfuerzo, y a miles de activistas y ONGs que trabajan el tema de derechos humanos es lo único que podría convertir en realidad las víctimas también tengan derechos.
La Suprema Corte inició la discusión para saber si se mantiene o no el fuero militar para los delitos cometidos por miembros del ejército. Es un tema urgente porque hay más de 5 mil denuncias de violaciones a los derechos humanos cometidos por los soldados entre 2007 y 2012, y apenas 38 militares han sido condenados. Seguramente hay un número aún mayor de violaciones que no han sido denunciadas. Jóvenes desaparecidos, delincuentes fabricados a partir de la tortura, violación de hogares y de hijas de esos hogares.
El ejército goza del favor de muchos mexicanos, pero eso no lo exime del respeto a los derechos de los presuntos delincuentes y de sus familias. En todo caso, si van a actuar como policías deben estar sujetos a las leyes que rigen el comportamiento de los policías. El hecho de que por fin la Suprema Corte esté dispuesta a revisar el “sacrosanto” fuero militar es, de suyo, una muestra del paulatino avance que la cultura de los derechos humanos y el respeto a las víctimas comienza a tener en México.
Queda mucho por recorrer. El favorable desplazamiento de la opinión pública tiene que ver con el callado trabajo de muchos activistas de derechos humanos, algunos de los cuáles han perdido la vida en el intento. Pero también de la cruzadas de líderes espontáneos como Javier Sicilia o Lydia Cacho. La periodista ha tenido que abandonar el país momentáneamente debido a las amenazas puntuales que ha recibido por sus denuncias de redes de trata y la complicidad de autoridades. Un sacrificio personal que, como en el caso de Javier Sicilia, no es en vano.
@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net