Arturo Maldonado, un abogado agente del Ministerio Público, se jugó la vida por un grupo de niñas y niños explotados en pornografía por una mafia. Con su ejemplo, demostró que la PGR está dividida entre quienes saben que su trabajo es una misión por la justicia y la construcción del Estado de Derecho, y quienes entran en las instituciones para perpetuar la corrupción, recibir un sueldo y las facilidades que da la impunidad patriarcal con el privilegio del abuso de la ley y la fuerza.
Como el agente Maldonado, he conocido a hombres y mujeres que trabajan para la Policía Federal Preventiva; jóvenes que estudiaron Derecho y se especializaron en criminalística y Derechos Humanos en México o el extranjero, que se indignaron por algún hecho concreto en su adolescencia y eligieron el camino de la prevención y la justicia para hacer una carrera, para servir a su país. Lo mismo he conocido a quienes creyeron que el Ejército, la Marina o los juzgados son las vías para proteger a la sociedad. Incluso a uno que otro procurador de justicia, como el que actualmente dirige la PGJ de Quintana Roo, que nos demuestran que hay alguna esperanza para la urgente renovación del sistema de justicia penal mexicano.
Son ellas y ellos quienes a pesar de saber que sus jefes pueden coludirse con las altas esferas de la política corrupta y de la delincuencia organizada, todos los días salen a trabajar con la convicción de que salvar o acompañar a una sola víctima de violencia o resolver un pequeño caso, vale todos los esfuerzos.
Miles de hombres y mujeres así cada noche vuelven a sus casas sin saber qué hacer con el estrés postraumático que les provoca un trabajo de alto riesgo, donde los enemigos están apostados adentro y afuera de sus corporaciones, dentro y fuera de los juzgados y de las Procuradurías. Viven con insomnio, depresión, ansiedad y desordenes alimenticios por el estrés, porque los líderes y directivos de sus instituciones y corporaciones no han aceptado que los derechos humanos se deben respetar hacia fuera y hacia adentro de sus oficinas.
Una ex agente de la AFI me narró cómo en un operativo en que unos de sus compañeros se vendieron al narco, los sicarios ultimaron la vida de su compañero de patrulla que también era su pareja sentimental. La gente de García Luna le impidió que asistiera al sepelio, con unas horas en el velorio sería suficiente.
En este país de la guerra y las violaciones a los derechos humanos, país de blanco y negro, donde los malos son totalmente malos y los supuestamente buenos sospechan de todo el mundo, no tiene cabida una mirada serena hacia quienes creen que las instituciones sí son el camino para el cambio. El reciente asesinato de los agentes de la PFP en el Aeropuerto de la Ciudad de México nos recuerda su humanidad. Las autoridades buscan a los “traidores” utilizando un lenguaje iracundo para un hecho delictivo. Debieron decir que se busca a los asesinos de los agentes, a quienes se les vio y grabó cometiendo el homicidio en flagrancia y quienes por desgracia pudieron escapar durante la balacera.
Lo que no nos dijeron es que uno de los policías asesinados llevaba seis meses con insomnio y ataques de ansiedad, temeroso de que sus jefes fueran a descubrirlo y despedirlo por incompetente; que se resistió a pedir apoyo psicoemocional, que no se atrevió a denunciar sus sospechas de colegas corruptos por no entender si los altos mandos los protegían.
Lo mismo que no nos dicen cómo en el Ejército hay generales que maltratan a los soldados con una crueldad inusitada, que les exigen horarios imposibles, que dejen a sus familias por larguísimos períodos y no puedan asistir al nacimiento de sus bebés. Cuando son soldadas les exigen que tomen anticonceptivos y lo demuestren bajo sutiles amenazas de perder el trabajo si quedan embarazadas.
Los malos tratos no son absolutamente generalizados, hay gente honesta y sensible en todos los ámbitos; sin embargo, la guerra de Calderón potenció la violencia intra- institucional, desde arriba hacia abajo las exigencias resultan inhumanas. Enfrentar tanta muerte, tanto miedo, tanta impunidad día y noche no es trabajo para machos y machas, sino para personas que, conscientes del alto riesgo de su trabajo, logran mantener su integridad emocional y psicológica, lo que les permite mayor asertividad para detectar riesgos y evitar violaciones a los derechos humanos propios y de terceras personas.
Un joven policía federal del Aeropuerto de la Ciudad de México a quien entrevisté me respondió que hay quienes entran en la corporación porque les gusta disparar armas o incluso matar, y hay quienes como él, entran justamente para que nadie muera en la búsqueda de justicia y seguridad.
Los federales asesinados hicieron su trabajo para desarticular a una poderosa red de traficantes de drogas y personas que opera desde hace tiempo en el aeropuerto. Sus jefes no deberían de buscar venganza sino justicia, y asegurarse de que esas y esos nuevos elementos jóvenes sigan creyendo en la importancia de la prevención y los derechos humanos, de ellos, de ellas y de toda la sociedad.
@lydiacachosi