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Jorge Javier Romero Vadillo

11/05/2012 - 12:01 am

Lo que desdeñaron en el debate

Es curiosa la manera en la que se evalúan los debates. En realidad, a la hora de que los ciudadanos opinan sobre lo que vieron y oyeron poco importa lo que los candidatos dijeron o propusieron; lo que cuenta es cómo se expresaron, la actitud que tuvieron, la convicción con la que encararon a sus […]

Es curiosa la manera en la que se evalúan los debates. En realidad, a la hora de que los ciudadanos opinan sobre lo que vieron y oyeron poco importa lo que los candidatos dijeron o propusieron; lo que cuenta es cómo se expresaron, la actitud que tuvieron, la convicción con la que encararon a sus contrincantes. La reacción frente a un encuentro como el del 6 de mayo es más emocional que racional y eso lo saben bien los diseñadores de estrategias: no se trata de exponer las mejores ideas sino de mover las fibras sensibles de los espectadores.

Todos juzgamos a los contendientes con base en prejuicios. No existe la evaluación objetiva, por más que algún comentarista arcangélico la pretenda. Cada quien ve a los candidatos a través de la lente de su propio mapa mental, de sus afectos y repulsiones. Y al final de cuentas, la impresión que queda no es la de las grandes ideas sino la de las actitudes. Es así que no resulta descabellada una estrategia como la de López Obrador el domingo pasado, que simplemente eludió los temas que supuestamente se discutían y colocó el foco en diferenciarse respecto al puntero no por proponer soluciones originales a los problemas, sino por representar una opción moral distinta. La efectividad de la estrategia es discutible –tengo para mi que si bien pudo entusiasmar a los ya convencidos, no sirvió en cambio para ganar votantes del centro y de las capas medias, sin los cuales no se construyen mayorías– pero el hecho es que es una opción transitable y no faltaron los entusiastas que lo declararan ganador del envite. A mi, iluso profesor cazador de propuestas razonables, me irritó profundamente, tal vez porque mi identificación emocional con la izquierda democrática se sintió una vez más defraudada por la actitud de salvador moral que AMLO pretende.

La estrategia de Quadri, en cambio, fue presentarse como el candidato razonable y propositivo. Poco prestaron atención al catálogo de lugares comunes del neoliberalismo con barniz ambientalista que expuso, pero su formación académica le permitió expresarlos de manera ordenada y convincente. El debate no es un examen en el que se someten a prueba los dichos de los candidatos, por lo que cualquier ocurrencia cabe si está dicha con la seguridad suficiente.

Ahí estuvo la falla mayor de Josefina Vázquez Mota, incapaz desde mi punto de vista, de emocionar a quienes no son ya sus seguidores. Su tono cansino y su actitud, en ocasiones titubeante, la ha llevado a estar a punto de caer al tercer lugar de las preferencias, pues no logra que los electores la vean como Presidenta. Peña Nieto, por su parte, mostró que sabe seguir el guión incluso sin apuntador y si algo despliega es actitud de poder, al menos en la versión más adecuada a los códigos de la cultura política mexicana, la que identifica a los políticos por su tono engolado y cursi.

Si a propuestas vamos, Peña fue el que hizo las dos más importantes: seguridad social universal y reforma fiscal progresiva. No son suficientes para moverme a votar por él, prevenido como estoy de lo que significa el retorno del PRI al gobierno sin que haya vivido un proceso real de reforma interna, pero de todo lo que oí aquel día es lo único con lo que estoy completamente de acuerdo.

Lo alarmante no es lo que se dijo, sino que en dos temas relevantes los cuatro hayan eludido o ignorado lo sustantivo. Cuando hablaron de seguridad, tres insistieron de diferente manera en seguir por el mismo camino, por más que le hayan dado vueltas retóricas a sus dichos para parecer distintos. Que si policía nacional militarizada, que si guardia civil, que si gendarmería. El cuarto, como en todo lo demás, insistió en su proyecto de honestidad y aseguró que acabaría con la pobreza para acabar con la inseguridad. Ninguno recordó el pequeño detalle de que la situación actual empezó como una guerra contra los narcotraficantes y que buena parte de los incentivos de los delincuentes para mantener ejércitos movilizados vienen de la prohibición de las drogas y la presión del gobierno de los Estados Unidos para que se ejecute aquí la tarea. Ninguno, encerrados como están en el provincianismo más rancio, mencionó el asunto del narcotráfico como fuente de la inseguridad. Mientras que el Presidente colombiano ha asumido el liderazgo regional para impulsar el cambio internacional de política o el guatemalteco llama a una discusión abierta, los candidatos mexicanos se olvidan de que el tema existe.

El otro asunto desdeñado fue el educativo. Que si banda ancha, que si computadoras. Ninguno fue capaz de definirse frente al arreglo institucional instaurado en 1946 y que le da el control del sistema educativo a la cúpula del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y que ha deformado los incentivos de los profesores, al convertirlos en clientelas políticas en lugar de profesionales capaces e innovadores. Alguna alusión hizo Josefina Vázquez Mota, mientras Quadri le cuidaba las espaldas a su empleadora y desviaba el tema hacia las normales. Pero ninguno mencionó las siglas SNTE ni rozó a Elba Esther Gordillo. López Obrador, tan empeñado en contra de los privilegios de los de arriba, no dijo ni mu sobre el control corporativo que tiene postrada a la educación en México. Peña tampoco quiso importunar a la maestra. Esos son, para mi, los saldos del debate.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.
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