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Jorge Javier Romero Vadillo

20/04/2012 - 12:01 am

La política de drogas y la terquedad de Calderón

El tema que dominó la cumbre de Cartagena de Indias fue el de la política de drogas. A pesar de que no hubo una declaración final de consenso que recogiera una postura común de los países de América al respecto, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, logró colocar como asunto principal de resonancia mediática […]

El tema que dominó la cumbre de Cartagena de Indias fue el de la política de drogas. A pesar de que no hubo una declaración final de consenso que recogiera una postura común de los países de América al respecto, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, logró colocar como asunto principal de resonancia mediática su propuesta de discutir abiertamente la posibilidad de regular las drogas y abandonar el paradigma prohibicionista que ha imperado en el mundo desde hace medio siglo, convertido en auténtica cruzada hace 40 años por el presidente Nixon, de infausta memoria.

Ni la pataleta de la señora Kirchner, que se marchó indignada porque no tuvo eco su intento de conseguir apoyo a su defensa de las Malvinas ­–tema que muestra cómo acaban coincidiendo, cuando de envolverse en la bandera patria se trata, la derecha torturadora y asesina argentina con sus víctimas– ni la iniciativa del presidente Calderón de generar un mecanismo continental para combatir a la delincuencia organizada, lograron opacar el triunfo de Santos y del presidente guatemalteco Otto Pérez Molina, quienes han hecho la tarea que el Presidente mexicano no se atrevió a realizar: la de encabezar un movimiento regional contra la política fracasada de guerra contra las drogas, impuesta al mundo durante años por la derecha conservadora de los Estados Unidos.

Eso sí, Calderón, muy ufano, dijo que en México la guerra contra el narco no había fracasado. Es notable el tesón con el que el Presidente mexicano defiende su equivocación inicial. Al llegar a la presidencia, cuando en el país vecino del Norte gobernaba Bush Jr., Calderón creyó que se congraciaría con el gobernante de la gran potencia si hacía aquí la tarea de frenar el tráfico de drogas demandadas por el mercado del otro lado de la frontera; pensó que a cambio recibiría todo el apoyo político y económico que su maltrecha victoria electoral requería para sacar a flote su gobierno, y de paso creyó que con energía y mano dura podría rendir buenas cuentas a los electores que clamaban por seguridad, ante una criminalidad en ascenso. Pronto fue evidente que el camino elegido no era el más conveniente, si de lo que se trataba era de fortalecer al Estado de derecho y crear un clima de seguridad, pero con una terquedad digna de mejores empeños, no sólo se mantuvo en sus trece, sino que convirtió la defensa de su estrategia en monotema. Todos los días nos machaca en sus discursos que está bien lo que a todas luces ha sido un rotundo fracaso.

Hoy no sólo la población se siente más insegura que hace seis años; también la imagen internacional del país es la de una zona de guerra donde ruedan cabezas y no se ve claro que los índices medibles de delitos hayan mejorado más que marginalmente en algunos rubros, no en todos, mientras que en muchos se mantienen igual o han empeorado. Lo único contundente es que muertos hay muchos más. La ruta, entonces, no ha sido muy eficiente que digamos. Pero Calderón sigue queriendo que le pongan la medalla de alumno aplicado que ha hecho la tarea solicitada por el mentor norteamericano.

Resulta, sin embargo, que al presidente Obama tampoco le convence eso de la guerra contra las drogas. No se necesita tener grandes conocimientos de diplomacia para saber que el Departamento de Estado estuvo de acuerdo en que el tema dominante de la cumbre de la Américas fuera el de la legalización de las drogas. Desde luego que, en plena campaña, Obama no se iba a pronunciar a favor, pero aceptó plenamente la legitimidad de la discusión, posición que hubiera sido impensable en un Presidente de los Estados Unidos hace apenas unos años. Es más, la nueva estrategia de política de drogas norteamericana, que acaba de hacerse pública, pone el énfasis en la prevención y la rehabilitación; es decir, se enfoca en la demanda y no en la restricción de la oferta, razón de la estrategia prohibicionista.

Y para poner la guinda en el pastel, hace unos días un grupo amplio de ex presidentes, académicos y premios Nobel, auspiciados por The Beckley Foundation, suscribieron una declaración donde sostienen que "las políticas de prohibición crean más daños de los que previenen", debido a que "el mundo libre de drogas que los partidarios de la guerra a las drogas predicaban con tanta confianza, está hoy, más que nunca, fuera de nuestro alcance". Entre los firmantes son notables los nombres de Jimmy Carter, Fernando Henrique Cardoso, Vicente Fox, Lech Walesa, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. A los ya conocidos nombres de los ex presidentes latinoamericanos convertidos al anti prohibicionismo ahora se suma el Jimmy Carter, lo que muestra cómo ha avanzado el cambio de percepción del problema en los propios Estados Unidos.

El cambio en la política mundial de drogas se acerca cada vez más. Cuando los argumentos técnicos y científicos acaben por imperar, la terquedad de Calderón, que lo llevó a confundir los delitos depredadores y los de mercado, con consecuencias catastróficas para la construcción institucional del Estado de derecho, aunque él crea lo contrario, quedará como uno de los errores más graves de la historia reciente de México.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.
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