La farsa de las políticas de igualdad llegó para instalarse en los partidos. El Instituto Federal Electoral les ordenó a todos los institutos políticos que rectificaran y dieran las mismas oportunidades a mujeres y hombres en las candidaturas de éste año. Las priístas se declararon abiertamente, claro que hay mujeres candidatas, pero los hombres se impusieron como antaño. La izquierda (o lo que queda de ella en las estructuras partidistas) con los mismos vicios de toda la vida, igual reveló su discriminación y los intereses más mezquinos. Como paradoja del sexismo político, el conservador Acción Nacional fue el único partido que desde el principio eligió lo que han dado por llamar “la cuota de género”. Pero ¿qué significa ordenar que las mujeres participen?. Todo y nada, basta recordar la experiencia de las famosas “juanitas” que se lanzaron como candidatas sólo para dejar el poder a sus suplentes, todos varones, llevando a cabo una de las más grandes farsas de la democracia electoral desde que se comenzó en los años ochenta a defender el famoso 80/20.
Cuando se debatían públicamente la necesidad de que los partidos abrieran “al menos” un veinte por ciento de espacios de elección popular a las mujeres, muchos se indignaron. Poca gente preguntó en aquel entonces por qué sólo el 20 por ciento si la población está constituida casi por un 50/50 de hombres y mujeres. La respuesta es muy sencilla: la doble moral machista que asumen hombres y mujeres pertenecientes al Sistema propone que las mujeres se ganen sus derechos con un doble esfuerzo. Recordemos cómo Enrique Peña Nieto excluyó a una candidata por ser mujer.
Las cuotas electorales para las mujeres se convirtieron en una especie de premio para aquellas que se someten a las reglas del poder eminentemente machista; las que más avanzan son las que perpetúan las formas más deleznables del poder, las que se suman a él y no las que lo cuestionan, lo confrontan e intentan renovarlo. Basta ver a una mujer como Beatriz Paredes, reina de la doble moral, quien asumió el discurso feminista cuando le convino sólo para demostrar, en los hechos, que las libertades de las otras mujeres sí son negociables con la Iglesia y el Estado (las suyas no, por supuesto). Aunque de vez en cuando una mujer ética y congruente, progresista y defensora de la igualdad se cuela en los entresijos de la política nacional, todos los días ellas enfrentan un sexismo brutal en sus propios partidos.
Habrá que acotar: ser mujer no es sinónimo de bonhomía o de ser pro-igualdad, quien lo crea se equivoca. Todos los días vemos mujeres de mucho poder, desde juezas hasta gobernadoras, diputadas y senadoras que tropiezan a cada paso con un doble discurso en el cual, por un lado defienden a las mujeres violentadas y por otro las culpabilizan de malas madres. Son mujeres que, como la mayoría de hombres en la política, han aprendido a ejercer el poder desde los paradigmas de la inequidad, la misoginia estructural y la verticalidad del patriarcado que se ha consolidado con el modelo capitalista que fortalece las brechas de desigualdad.
Quien espere que todas las mujeres que asumen el poder, como directivas de medios, como políticas o altas ejecutivas, estarán por los derechos de las mujeres y niñas desde una perspectiva de igualdad, se equivoca.
Habría que dejarles claro a los líderes de los partidos que están furiosos y reniegan de la paridad en las candidaturas, que esto no se trata de dar lugar a las más notables heroínas nacionales, éticas y congruentes (si esa regla aplicara a los varones no tendríamos más que unos tres políticos en todo el país). Porque todo parece indicar que incluso una buena parte de la sociedad espera que las mujeres que adquieren cierto tipo de poder sean siempre excepcionales, buenas madres, hijas, esposas y políticas; encima deberían ser atractivas, caritativas, amables, inteligentes y dóciles; porque un hombres que se impone y es duro al hablar se considera un líder y a una mujer que hace lo mismo se le tacha de seductora, bruja, neurótica o feminazi.
La trampa de la desigualdad de género es que reivindica con su discurso una falsa guerra de sexos que divide a la sociedad.
La igualdad en el acceso al poder debe surgir de las diversidad, no de imponer un rasero desigual, altísimo a unas y el más bajo para ellos, quienes tradicionalmente han tenido poder.
Aunque desde luego el sistema político actual es una desgracia de corruptelas y clientelismos que deberían de ser erradicados, mientras se da ese proceso de reconstrucción democrática, no se debería promover la desigualdad entre hombres y mujeres bajo el supuesto de que ellos pueden ser monopolizadores del doble discurso, políticos ineficaces, ineficientes, deshonestos, inmorales, intolerantes e impositivos, mientras si ellas quieren acceder al poder deberían de ser elegidas una a una por su excepcionalidad. Se necesitan mejores hombres y mujeres.
Lo cierto es que las y los candidatos llegan siempre al poder, en gran medida, gracias a las estructuras y al enorme trabajo de base que hacen las mujeres en todo el mundo. Las triples jornadas femeninas pasan también por el proselitismo político gratuito para sus candidatos (aunque eventualmente traicionen todas sus promesas de campaña). Ciertamente en todos los partidos hay hombres y mujeres más progresistas, con una auténtica visión ética e igualitaria, pero casi siempre son quienes quedan fuera de las canonjías, porque el Sistema, para perpetrar sus vicios necesita a quienes se sometan, no a quienes lo cuestionen desde adentro y dan la batalla del cambio. De vez en cuando se cuela alguien que en verdad hace la diferencia, sólo para ver cómo se les excluye de las candidaturas posteriores.
No importa si es el PRI, PAN, PRD o sus partidos satélites, el machismo está a la orden del día. La paradoja está en que sin igualdad no hay democracia, pero seguro con esta democracia no habrá igualdad real.
@lydiacachosi