Jorge Javier Romero Vadillo
16/03/2012 - 12:01 am
Elba Esther y su maquinaria de extorsión
La naturaleza del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación es un tema que merece ser estudiado a fondo. Fue creado en 1943, al final de la ola unificadora del sindicalismo mexicano que comenzó con la creación del Comité Nacional de Defensa Proletaria para apoyar a Cárdenas contra Calles en 1935 y que tuvo su […]
La naturaleza del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación es un tema que merece ser estudiado a fondo. Fue creado en 1943, al final de la ola unificadora del sindicalismo mexicano que comenzó con la creación del Comité Nacional de Defensa Proletaria para apoyar a Cárdenas contra Calles en 1935 y que tuvo su punto de inflexión con el nacimiento de la Confederación de Trabajadores de México en 1936. Cuando en 1938 el movimiento sindical fue incorporado al Partido de la Revolución Mexicana, lo que había sido impulso autónomo de los trabajadores comenzó a transformarse en un mecanismo de control estatal de las demandas de los trabajadores.
Unos años después, los diversos sindicatos magisteriales fueron conminados por el gobierno de Manuel Ávila Camacho a unificarse; para entonces, la independencia del movimiento laboral estaba claramente mermada y el SNTE nació más como una iniciativa gubernamental para centralizar el control de las demandas laborales de los maestros que como un producto autónomo de los trabajadores de la educación para fortalecer sus expresiones organizadas. Basta revisar las prolijas crónicas publicadas en El Popular aquellos días de finales de 1943 para notar que los líderes sindicales de origen comunista fueron marginados e incluso Gaudencio Peraza, el dirigente afín a Vicente Lombardo Toledano, principal impulsor de la CTM y del pacto entre el movimiento laboral y el Estado revolucionario, tuvo que ceder ante los líderes que tenían la venia presidencial.
No nació el SNTE como un sindicato independiente al servicio de los intereses laborales de los maestros. Se trató, más bien, de una organización surgida para el control de los docentes; desde muy pronto, la tarea que le tocó a la organización gremial de los profesores en la división del trabajo del régimen del PRI fue la de garantizar la gobernación del sistema educativo. A cambio, se le otorgó a la burocracia que casi desde sus surgimiento se apoderó de la organización la administración discrecional de buena parte del presupuesto destinado a la educación, mientras que las carreras profesionales de los maestros quedaron supeditadas a los designios de los caciques sindicales que proliferaron por todo el país.
Esto viene a cuento porque la discusión sobre la necesaria reforma del sistema educativo nacional se encuentra frecuentemente entrampada entre dos posiciones opuestas. Por un lado están quienes, desde una visión de derecha, pretenden que el mejor sindicato es el que no existe; para quienes defienden esa posición es la mera existencia de la organización laboral de los maestros la causa de los males. Enfrente están quienes, desde la defensa de los derechos laborales, se muestran reticentes a criticar al SNTE como principal obstáculo para una reforma educativa que toque la médula del problema, o quienes piensan que el clamor por crear un servicio profesional del magisterio y un sistema de evaluación universal puede atentar contra el derecho a la sindicalización.
El asunto radica en entender que no es el hecho de que los trabajadores tengan un sindicato el que ha provocado la deformación del sistema de incentivos de los maestros hasta convertirlos en meras clientelas de los líderes burocráticos. Es en cambio, el arreglo corporativo que le concedió a la burocracia del SNTE, una camarilla corrupta que se ha reproducido a lo largo de tres generaciones de dirigentes, encabezados primero por Robles Martínez, después por Jongitud y ahora por Gordillo, con una estancia promedio en el liderazgo de cuatro lustros por cabeza, la capacidad para determinar el ingreso, los estímulos, la promoción y la permanencia de los maestros de a pie. El SNTE no nació para defender a los maestros, si no para controlarlos.
La solución a la situación catastrófica que vive la educación en México hoy no pasa por arrebatarle a los trabajadores el derecho a organizarse para defender sus derechos laborales. Radica, en cambio, en romper la estructura institucional de control que el Estado de la época clásica del PRI creó para gobernar al sistema educativo y que derivó en que los maestros sepan que conseguir una plaza, cambiar de adscripción, obtener doble turno, llegar a director o a supervisor dependa de su lealtad al cacique sindical más próximo y no de sus conocimientos, su dedicación o su desempeño profesional. Es el arreglo estatal de la educación lo que hay que cambiar. Es el Estado el que debe crear mecanismos para que los profesores recuperen la dignidad profesional que hoy se les niega al ser tratados como simple hueste de los dirigentes sindicales.
De ahí la necesidad de un Servicio Profesional del Magisterio, con criterios académicos y profesionales de ingreso, estímulo y promoción, equiparable, por ejemplo, al servicio exterior. Por ello es necesario crear un órgano de Estado encargado de diseñar una evaluación integral del sistema educativo.
Lo lamentable es que los disidentes del control burocrático del sindicato defiendan también el statu quo que ha devaluado el papel de los maestros en la sociedad mexicana. Es más: se han convertido en la punta de lanza de la maquinaria de extorsión en la que Elba Esther Gordillo ha convertido al SNTE, pues salen a la calle a protestar por la evaluación a unos días de que, en entrevista para El País, la sempiterna dirigente haya dicho con claridad que gracias a su dominio hay paz entre los maestros y haya amenazado con sacarlos a la calle. No son los derechos de los maestros los que está defendiendo. Son sus privilegios y los de su camarilla, entre otros el de poder manejar sin rendirle cuentas a nadie los millones de pesos de cuotas sindicales obligatorias que el Estado recauda y le entrega cada año.
La reforma de la educación requiere de maestros dignos que, entre otras cosas, recuperen el control democrático de sus organizaciones sindicales.
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