Jorge Javier Romero Vadillo
09/03/2012 - 12:02 am
Biden y los tres candidatos aplicados
Vino el vicepresidente de los Estados Unidos y por más que se quiera evitar el tópico, pareció que llegó a pasar revista, a que le rindieran cuentas y a probar lealtades. Primero, advirtió que para los Estados Unidos la legalización de las drogas no aparece como opción, aunque, a diferencia de otros tiempos, cuando los […]
Vino el vicepresidente de los Estados Unidos y por más que se quiera evitar el tópico, pareció que llegó a pasar revista, a que le rindieran cuentas y a probar lealtades. Primero, advirtió que para los Estados Unidos la legalización de las drogas no aparece como opción, aunque, a diferencia de otros tiempos, cuando los gobiernos norteamericanos ni siquiera admitían la posibilidad de discutir el asunto, ahora Joe Biden dice simpatizar con los líderes latinoamericanos frustrados por la violencia vinculada al comercio de las drogas y por los hábitos de consumo del mayor mercado, el de los Estados Unidos. Sin embargo, enseguida aclaró que los posibles beneficios de la legalización, como una menor población carcelaria, serían opacados por los problemas, como la necesidad de una costosa burocracia para regular las drogas y los nuevos adictos, como si hoy no fuera ingente el gasto en armas, burocracia y cuerpos policiacos encargados de intentar, sin éxito, imponer la prohibición y como si no existieran ya organizaciones estatales –las encargadas hoy de los mercados de alcohol, tabaco y medicinas, por ejemplo– capaces de asumir sin demasiados costes extras la regulación de las substancias.
Los argumentos de Biden brillaron por su pobreza y por su falta de sustento. Por ahí dijo también que la legalización aumentaría las ganancias de los cárteles. ¿De dónde saca eso el vicepresidente de los Estados Unidos? La eliminación de la prohibición, sustituida por una regulación estatal de un mercado hoy controlado por los delincuentes, precisamente les quitaría a los criminales uno de sus principales negocios, además de que permitiría tratar los consumos problemáticos de drogas como asuntos de salud, sin los males asociados a la clandestinidad, como la adulteración y la marginación de los adictos.
Sin embargo, los tres principales candidatos a la Presidencia desfilaron en pasarela ante él para prometerle portarse bien. En un chocante escenario, que me recordó los decorados de cartón–piedra de las ferias de pueblo donde en los viejos tiempos los fotógrafos trashumantes retrataban a los niños en un caballito de utilería o a los novios con una falsa torre Eiffel detrás, uno tras otro, muy compuestos ellos, se sentaron y posaron con el representante del gran poder mundial. Sólo se trataba del vice, no del jefe, pero los tres, con mansedumbre, se prodigaron en garantías. Peña, preocupado porque no fuera a creer Biden los cuentos de que su partido pactaba antes y pactaría en el futuro con los malos; Josefina, insistente en presentarse como la garante de la continuidad de la línea justa y Andrés Manuel, el único ligeramente díscolo, no pasó de añorar los viejos tiempos de “soberanía e igualdad jurídica de los Estados”, aunque tuvo un buen punto cuando señaló que sería bueno basar la cooperación en el desarrollo, para darle un carácter más eficaz y humano, en lugar de insistir en la ayuda policiaca y militar.
El tibio planteamiento de López Obrador fue la única posición crítica de los candidatos frente a Biden. Ninguno fue capaz de presentar un cuestionamiento a los asertos del vice, ninguno insinuó siquiera alguna solidaridad con los esfuerzos del presidente de Guatemala por abrir un debate auténtico sobre la causa principal de la crisis de violencia que vive la región. El lugar común y la actitud cortesana dominaron las conversaciones desarrolladas en ese plató televisivo adornado con banderitas.
Lo más grave del asunto es que más allá de la condescendencia mostrada por los aspirantes a la Presidencia de México, ninguno de los tres parece estar dispuesto a cambiar de enfoque. A lo más, cuestionan los matices, pero no se nota ni en Peña, ni en Vázquez ni en López un diagnóstico basado en la evidencia científica y en el análisis profundo de una política fallida que los lleve a proponer un cambio real de rumbo y a intentar, al menos, formar un frente común con Colombia, Guatemala o Canadá para abrir la discusión en los organismos internacionales sobre el desastre humanitario y de seguridad que ha provocado esta absurda guerra de cuarenta años sin final posible.
Bien harían los candidatos en revisar las ponencias del reciente foro de México Unido Contra la Delincuencia sobre las drogas a cien años de su prohibición. Fuera de las simplonas intervenciones del secretario de Gobernación y de la esposa del Presidente y del dogmatismo de aquellos encargados de aplicar la prohibición, las voces de los académicos, los médicos y los científicos de diversas latitudes mostraron argumentos sobre la necesidad de cambiar la política de drogas y las maneras de hacerlo. Pero en este tema, como en muchos otros, los candidatos a la Presidencia sólo muestran una enorme oquedad.
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