Arnoldo Cuellar
08/03/2012 - 12:01 am
La dialéctica perversa de Peña Nieto y el PRI: el caso Guanajuato
Los errores y las disfuncionalidades han venido en cascada desde que asumió la precandidatura única. Más aún, desde que dejó el gobierno del Estado de México, Enrique Peña Nieto ha sido la víctima propiciatoria del círculo rojo y ha obligado a sus defensores a intentar prodigios retóricos y analíticos para tratar de mostrar que “no […]
Los errores y las disfuncionalidades han venido en cascada desde que asumió la precandidatura única. Más aún, desde que dejó el gobierno del Estado de México, Enrique Peña Nieto ha sido la víctima propiciatoria del círculo rojo y ha obligado a sus defensores a intentar prodigios retóricos y analíticos para tratar de mostrar que “no es tan peor”.
Esta precampaña nos ha dispensado anécdotas como la de un destacado panel de algunos de los periodistas más acreditados de México que terminaron postulando la tesis de que la lectura no es un requisito importante para ser político, con lo que deben haber hecho felices a muchos adolescentes que padecen a diario la monserga de padres y maestros para que avancen más allá de las primeras páginas de los clásicos.
Sin embargo, quizá los síntomas más preocupantes que se pueden vislumbrar en el proyecto presidencial construido a golpes de mercadotecnia televisiva en torno a Peña Nieto, son los que derivan de sus debilidades, precisamente, como político.
En efecto, de acuerdo a los mencionados ideólogos televisivos, puede ser que un político no requiera necesariamente de un bagaje literario para llevar a cabo su trabajo con eficiencia, pero a lo que no puede sustraerse es de contar con habilidades políticas netas, como la capacidad para resolver coyunturas con eficacia y la de hacer que las cosas que se quiere que pasen, efectivamente pasen.
Algunos signos preocupantes en este terreno pudieron apreciarse en la accidentada evolución del proceso para decidir la candidatura del PRI a la gubernatura de Guanajuato.
Hay que decir que esta entidad ha sido gobernada los últimos 20 años por Acción Nacional, a raíz de la segunda concertacesión emprendida por Carlos Salinas de Gortari, otro pragmático, si los hay, que no sólo es buen lector sino también prolífico autor de kilométricos ensayos políticos.
Tras la derrota en las urnas en Baja California que hizo gobernador a Ernesto Ruffo Appel en 1989, Guanajuato fue el segundo estado gobernado por el PAN, pero con la diferencia de que aquí se desconoció a un candidato ganador del PRI, Ramón Aguirre, y se instauró un interinato con un panista, Carlos Medina Plascencia, todo a golpe de presidencialismo.
Tras de lo que los priístas guanajuatenses consideraron un despojo, Salinas postergó la elección extraordinaria que sólo fue posible al terminar su sexenio. En ella, Vicente Fox triunfó con holgura sobre Ignacio Vázquez Torres y, de allí en delante, el PAN se consolidó como una potencia electoral en Guanajuato que terminó desfondando al PRI y dejándolo en una lejana segunda fuerza que apenas alcanza un 25 por ciento de las diputaciones en el Congreso local, casi todas ellas por vía plurinominal, escenario repetido en las últimas cuatro legislaturas.
Quizá por ello al PRI nacional le ha importado cada vez menos lo que ocurre en Guanajuato, a grado tal que en 2006 renunció su candidato a gobernador, Wintilo Vega, en abierto reto a Roberto Madrazo por no haber aceptado su propuesta al Senado: el empresario foxista Jorge Videgaray, el mismo que hoy Torres Landa quiere para competir por la alcaldía de León.
Ahora, en este 2012, las cosas empeoraron, como si se pudiera. Por dos ocasiones en menos de un mes, la dirigencia nacional del PRI buscó con ahínco la posibilidad de postular a la gubernatura al panista José Ángel Córdova Villalobos, en un abierto desdén a las posibilidades que les ofrecen sus cuadros locales y en persecución de los ansiados votos que terminen por confirmar el designio anticipado de las encuestas para hacer presidente a Enrique Peña Nieto.
La travesura, que conllevaba además un golpe mediático a Felipe Calderón por tratarse de uno de los mejor evaluados miembros de su gabinete, hubiera provocado una sacudida en la campaña de Josefina Vázquez Mota, pues Guanajuato es uno de los principales graneros de votos panistas.
Sin embargo, la gestión para concretar la maniobra fue torpe, pues a medio proceso las redes sociales, en Guanajuato y en México, daban santo y seña de las negociaciones.
El precandidato priísta, Juan Ignacio Torres Landa, dio manotazos en su Twitter y en la mesa del operador peñista Miguel Osorio Chong, , lo que fue suficiente para descarrilar la intentona de postular a Córdova como candidato ciudadano junto con el PVEM y el PANAL, ambos comprometidos ya con el panista.
El resultado sumió al priísmo de Guanajuato en una crisis aún más profunda de la vivida los últimos años: ahora saben que no se les tiene confianza, que estuvieron a punto de ser uncidos a un tránsfuga del panismo y que van a la campaña librados a sus propias fuerzas y sin respaldo moral del político con aura de triunfador en quien habían depositado todas sus esperanzas.
El lance deja varias interrogantes: ¿quería en verdad Peña Nieto a Córdova como candidato? ¿No le satisfacen los cuadros de su partido en Guanajuato? ¿El aspirante presidencial priísta está pensando estratégicamente o reacciona frente a coyunturas? ¿Ve en el PRI un instrumento o un obstáculo? ¿Tendrá la voluntad de poder de su mentor Carlos Salinas para lograr sus objetivos por encima de su partido?
La respuesta no la da sólo el affaire Guanajuato. Las listas de candidatos de representación proporcional del PRI al Senado y a la Cámara de Diputados son elocuentes: Enrique Peña Nieto, preso de la nomenclatura priista, encabezará un gobierno de coalición aunque gane con holgura: tendrá en Emilio Gamboa y Manlio Fabio Beltrones a los otros componentes de este nuevo Triunvirato Mexicano surgido en unos nuevos Idus de marzo.
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