Hasta ahora, parece, todo bien. El jefe de gobierno de la Ciudad de México dio un paso importante en su carrera al renunciar a sus aspiraciones para quedar, sin más, en condición de “presidente en espera”. O por lo menos como “candidato en espera”. La decisión de Marcelo Ebrard no sólo lo ha fortalecido; también ha apuntalado a Andrés Manuel López Obrador y a los partidos que lo postularán para las elecciones de 2012.
Es muy probable que las próximas encuestas lo reflejen, y eso fortalecerá, a su vez, a la democracia mexicana. Que el PRI tenga tan altos niveles de aprobación no es bueno para el país. No sólo por el hecho mismo de que el tricolor pretenda retomar el poder que detentó durante 70 años, sino porque, con los niveles que trae Enrique Peña Nieto en la actualidad, es probable que puedan alcanzar un “carro completo”, y ya sabemos lo que eso significa.
Peña Nieto es un dictadorzuelo en potencia. Está en contra los gobiernos de coalición; está contra la reelección en las cámaras y contra una reforma política que permita el referéndum y la revocación de mandato. Sabe que va muy arriba y no quiere ceder un ápice de poder. Busca un regreso al presidencialismo cuando el país sabe el daño que le hizo esa fórmula de gobierno a la democracia.
De allí que un eventual fortalecimiento de la izquierda no es sólo benéfico para esa corriente política, sino para el país. Urgirá un contrapeso para quien llegue a Los Pinos. Y ese contrapeso se logrará si PAN, PRD, PRI y los partidos coaligados se reparten los votos de 2012.
Si la información que corre y la lógica son correctas, Ebrard Casaubón será quien tenga mano en la decisión sobre quién será el candidato de la izquierda para el Gobierno del Distrito Federal. Y aquí podría tropezarse. Cuidado. Una mala elección podría poner en riesgo el gran bastión perredista.
Marcelo Ebrard podría inclinarse por Mario Delgado. Se sabe que era, hasta hace unos meses, su delfín. Pero el secretario de Educación de la ciudad no despega. Es una especie de Ernesto Cordero en la carrera presidencial. El ex secretario de Hacienda, favorito del presidente Felipe Calderón, es el peor precandidato del PAN. Pero tiene el apoyo del jefe del Ejecutivo. Cordero, sin embargo, nada más no levanta mientras que Josefina Vázquez Mota sigue acumulando simpatías. El caso de Delgado parece ser el mismo que el de Cordero. Y si Ebrard se equivoca con él, podría pagarlo duramente. Así como su renuncia, elegante y visionaria, lo catapultó, perder el DF con una mala elección lo sepultaría.
Siguiendo con la lógica de que Ebrard tiene mano en la elección de candidato al GDF, el siguiente en su lista sería el procurador Miguel Mancera. Si algo puede decirse de él, es que lo ven bien en casi todas partes. Incluso hay coqueteos formales de otros partidos, fuera del PRD, a su figura. La ciudad se ha convertido en una especie de santuario en un país aquejado por la violencia. Eso le suma puntos a Mancera, el portero de todo el gabinete. Ebrard tiene en él un candidato. Quién sabe si Mancera se vea a sí mismo como candidato. Quizás ya subido a un estrado se desinfle; quizás su aparente timidez no le sirva en campaña, pero de que es un individuo interesante y con futuro, lo es.
Ebrard ha conseguido, en este tiempo, hacerse de un equipo propio. Antes él pertenecía al grupo de Manuel Camacho Solís; ahora es él quien tiene las posibilidades de hacer crecer a los que él decida.
La decisión de Ebrard será muy importante. Puede tropezar si no lo razona bien.
Pero un hombre que ha calculado bien que no dividir a la izquierda lo ha fortalecido, fácilmente tomará una decisión correcta para el futuro de su partido en la ciudad. O eso se espera de él. La decisión que tome será vista con lupa por amigos y enemigos.
Lo que mejor podría sucederle es que decidiera como lo hizo en la contienda con AMLO: mucho cerebro, nada de corazón. Si es así, y le da resultados, habrá dado un paso firme para fortalecer su idea para el futuro inmediato, y el de largo aliento.