Ellas son chicas de entre doce y quince años, y se han convertido en los trofeos de casi cualquier capo de Michoacán. Las que han logrado escapar con vida, narran historias que deben ser contadas.
Desde que en 2007 Esteban González, alias “El M5”, fundó el primer cártel mexicano denominado La Familia, basado en principios místico religiosos, sus lugartenientes y voceros han persistido en un discurso en el que aseguran que solamente torturan o ultiman la vida de quienes rompen las reglas morales y valores basados en un manual espiritual inspirado en la obra de John Enldrige, un autor de libros cristianos que promueven la “hombría amorosa” en la que subyace un discurso machista y jerárquico cristiano.
El 9 de diciembre de 2010, Nazario Moreno González, líder de La Familia, murió en un tiroteo con las fuerzas federales; desde entonces, La Familia, como otros cárteles, se ha escindido en diversos grupos. Sin embargo, Edgardo Buscaglia, especialista en delincuencia organizada, asegura que la escisión en lugar de desaparecerlos como reportan algunas autoridades, les ha fortalecido para operar en pequeñas células que se han repartido las regiones de los tres estados en que operan.
Una vez iniciado el Operativo Conjunto Michoacán, las fuerzas armadas y la Policía Federal han ultimado la vida de varios miembros de esa banda y han detenido a varios cabecillas; a todos ellos se les interroga respecto a la producción, trasiego y venta de drogas, sin embargo, ha quedado oculto uno de los delitos que persiste con mayor crudeza en la región: el secuestro, violación y esclavitud de veintenas de niñas y adolescentes otomíes, purépechas, nahuas y mazahuas.
Martina asegura que en el 2010 llegaron los hombres de Nabor Pérez Chaires y les dijeron a ella y a su esposo que la tierra ahora les pertenecía, que eran de La Familia. Su hija de 12 años, oculta en el jacal detrás de la milpa por órdenes de sus padres, fue hallada por dos pistoleros. La sacaron de la trenza y el más alto le dijo a Martina que esa niña era suya, porque Dios así lo quería. Desde mayo del 2010 no ha sabido más de la niña.
Un estibador del Puerto Lázaro Cárdenas fue testigo de cómo la gente de Francisco López Villanueva, alias “El Bigotes”, líder de La Familia Michoacana en La Mira y Guacamayas, antes de ser detenido, regalaba a quienes cumplían con los compromisos de trasiego (incluidos policías municipales) a jovencitas raptadas expresamente para ser esclavas. “Primero las violan y como ellas vienen de allá (se refiere a poblados indígenas) pus ni saben y ya luego les dicen que está cogidas y nadie las va a querer. Las ponen a fregar y a cocinar y las hacen sus mujeres, están rechiquillas, y casi ni hablan”.
Este fenómeno apenas comienza a revelarse en su real magnitud. Ya los estudios presentados por la diputada Rosi Orozco en el Congreso de la Unión, muestran que el 45 por ciento de las niñas víctimas de trata para mendicidad y rescatadas de burdeles fronterizos, son indígenas. Su edad, el hecho de que hablen idiomas o lenguas diferentes al español las aísla e imposibilita de que tengan acceso a cualquier tipo de información que les permita encontrar ventanas de oportunidad para escapar, o para pedir ayuda. La discriminación racial y de género así como el abandono de las zonas indígenas de Michoacán, han dejado a estas pequeñas y a sus familias en una vulnerabilidad total.
Juan Carlos Cruz Estrada o Nabor Pérez Chaires, Jesús Méndez Vargas alias «El Chango», Francisco López Villanueva, alias “El Bigotes”, entre otros narcotraficantes señalados por personas de Michoacán cuyas hijas han sido raptadas, están encerrados en diversos reclusorios del país. Se les interrogó sobre sus vínculos directos con La Familia y la Orden de los Templarios, se les arrancaron confesiones sobre negociaciones con los Zetas, se les inquirió sobre la tortura, decapitación y asesinato de cientos de personas; pero ninguna autoridad, teniéndolos en sus manos, ha siquiera intentado averiguar cuántas niñas indígenas han esclavizado y cuál es su paradero.
La guerra contra el narcotráfico, como todas las demás guerras, sigue la dinámica de la “muerte necesaria”, y el manejo de un discurso monolítico que siempre oculta la cara femenina de la tragedia. Ellas son las mujeres y niñas que son secuestradas, violadas, y obsequiadas como pequeños trofeos humanos, como preseas de guerra . Ellas, las sin voz de un país racista y sexista que se ha olvidado que solamente en Michoacán hay 250 mil indígenas cuya pobreza les arrebata, incluso, el derecho a ser vistas por las autoridades y la sociedad.
@lydiacachosi