Denise Dresser es un misterio. La primera vez que la vi haciendo análisis político en la televisión no salía de mi asombro. Una mujer delgadísima, con una sonrisa espléndida de esas que sólo las niñas felices despliegan; con el porte de una bailarina de ballet que, con una voz suave y tono pedagógico, desgajaba la realidad con la inquietante potencia de una ametralladora. Mientras más dura la crítica, más dulce su voz; mientras más complejo el debate frente a otros periodistas, más sagaz, puntual y precisa. Ella es sin duda una de las mujeres más inteligentes de México y su persistencia para evidenciar los problemas del país tiene un gran peso moral, no solamente porque esta doctora en Ciencias Políticas ha dedicado gran parte de su vida a formar estudiantes en diversas universidades, sino porque sabe que sus causas con compromisos y que nadie puede educar sin sustentar sus palabras con hechos concretos.
A lo largo de los años he aprendido a leerla mejor, a conocerla más y a quererla siempre. Me conmovió su preocupación cuando editaba su libro más reciente El país de uno. Reflexiones para entender y cambiar a México. Hablábamos sobre la angustia de esos días anteriores al parto de un libro a punto de irse a la imprenta. La inevitable pregunta salió de sus labios con una voz suave. ¿Será útil?, se preguntó en voz alta frente a mi. Y sí, claro que una intelectual como ella se hace esas preguntas al terminar una obra como esta. Porque Denise no sería quien es si no fuera capaz de dudar, de cuestionarse constantemente, a veces con la misma severidad con que cuestiona a los actores públicos que han dejado a México hecho girones.
Una vez que tuve el libro en mis manos, comencé esta suerte de conversación que sólo se da con las y los mejores autores. Casi podía escuchar su voz rítmica cuando nos lleva de la mano con esa inconfundible manera de contrastar los hechos, en una suerte de prosa politológica.
“Por un lado existe una prensa crítica que denuncia; por otro, proliferan medios irresponsables que linchan. Por un lado hay un federalismo que oxigena; por otro, hay un federalismo que paraliza. Por un lado hay un Congreso que puede actuar como contrapeso; por otro, hay un Congreso que actúa como saboteador. El poder está cada vez menos centralizado pero se ejerce de manera cada vez más desastrosa. Como lo escriben Sam Dillon y Julia Preston en El despertar de México, México pasa del despotismo al desorden. México es un país cada vez más abierto pero cada vez menos gobernable. México ha transitado del predominio priista a la democracia dividida; del presidencialismo omnipotente a la presidencia incompetente; del país sin libertades al país que no sabe qué hacer con ellas. El país de la democracia fugitiva. El país de la violencia sin fin”.
En este libro que nos propone reapropiarnos de un país que a ratos parece insalvable, la autora se plantea las mismas preguntas que escuchamos en el tianguis, en el hospital, en la cola para pagar la luz, en el taller mecánico y en las redes sociales: ¿por qué no nos modernizamos a la velocidad que podríamos y deberíamos? Entonces se responde: Aventuro algunas respuestas: por el petróleo, por el modelo educativo y el tipo de cultura política que crea, por la corrupción que esa cultura permite, por la estructura económica y por un sistema político erigido para que todo eso no cambie; para que los privilegios y los derechos adquiridos se mantengan tal y como están.
Y sí, usted y yo podríamos decir que eso ya lo sabíamos, y acto seguido Denise comienza a desplegar su magia para desgajar los hechos y ponerlos frente a nosotras como un platillo explícito, así con esa sonrisa tan suya, nos invita a mirar y a tomar una postura. A asimilar la realidad y, casi sin darnos cuenta, a nutrirnos de una indignación que fomenta la necesidad de comprender para transformar; ese es tal vez uno de los grandes méritos de este libro.
Si usted lo compra esperando leer un rosario más de las ignominias que alimentan el fuego de la ira sobre la situación de México, no pierda el tiempo. Si lo comprar como si fuera un libro de consejos al estilo de ¿Quién se ha llevado mi queso?, tampoco lo haga. Pero si como yo, usted mantiene una extraña convicción de que todo lo que está sucediendo en el país oculta entre sus sombras destellos de luz en cada rincón de la patria, si cree que la esperanza no es una palabra muda, y ciega, sino una hija maltratada por la realidad, siga leyendo.
Denise no se da por vencida. Y está aquí con este libro que lleva su rostro en la portada para hablarnos de lo que urge hablar. Casi todas las personas sabemos que los monopolios son dañinos para las sociedades (menos los monopolizadores, claro); pero difícilmente podemos explicar a otros cómo funcionan y qué podríamos hacer para que su presencia no siga fomentando desigualdad, opacidad y exclusión. Denise, ahora enfundada en su capa de luchadora, como el entrañable Germán Dehesa la describió alguna vez, se sube al ring con los más poderosos: Elba Esther Gordillo, Carlos Salinas (ahora en campaña para lavarse unas manos sucias hasta los huesos), Carlos Slim, Televisa. Pero cuidado, la autora no recurre a los manidos lugares comunes, hace un análisis puntilloso de cómo las acciones de estos rudos de la arena política y económica, nos afectan a usted y a mí en el día a día, no son malos de cartón sino aviesas personas con estrategias puntuales que debemos conocer. Es decir, la autora nos provee de herramientas para entender cómo podemos, desde nuestros espacios vitales, incidir para debilitar la fuerza de quienes se han creído por demasiado tiempo amos de México.
Leyendo El país de uno, recuperé la indignación (que no estaba muerta, simplemente agotada) por la cantidad de impuestos que yo pago, como persona física, y que también la asociación civil que fundé hace diez años, paga al fisco para poder rescatar a las víctimas que el Estado ha abandonado.
Denise escribe: “México se volvió rico y lleva cuatro décadas gastando mal su riqueza. De manera descuidada. De forma irresponsable. Usando los ingresos de Pemex para darle al gobierno lo que no puede o quiere recaudar. Distribuyendo el excedente petrolero entre gobernadores que se dedican a construir libramientos carreteros con su nombre. Financiando partidos multimillonarios y medios que los expolian. Dándole más dinero a Carlos Romero Deschamps que a los agremiados en cuyo nombre dice actuar. Eso es lo que ha hecho el gobierno con los miles de millones de dólares anuales que recibe gracias a la venta del petróleo. Así hemos desperdiciado el dinero y desaprovechado el tiempo”.
Y claro, por si usted se ha preparado para seguir sentado, o sentada, en al silla del martirologio a la mexicana, la autora nos pone el espejo frente al rostro, con un permíteme tantito, nos recuerda:
“La cantidad de energía social que se dedica a doblar la ley en México es monumental. Y lo peor es que hemos perdido la capacidad para la sorpresa ante lo que debería ser visto como comportamiento condenable. El Estado mexicano no sólo es corrupto; también corrompe. Eso lleva a que los mexicanos tengan pocas cosas amables que decir sobre sí mismos o sus compatriotas. En lo individual, los mexicanos son generosos, leales, amables. Pero en lo colectivo demuestran lo peor de sí mismos: evaden impuestos, sobornan a políticos, mienten para obtener un beneficio personal. La total ausencia de fe social se convierte así en un círculo vicioso. La epidemia de la mentira, la trampa, el robo y la corrupción hacen imposible la vida cívica y el colapso de la vida cívica simplemente instiga patrones cada vez peores”.
El libro debe leerse de un jalón, y luego ir por capítulos, porque tiene el don de incitarnos a tomar papel y pluma y comenzar una tarea por largo tiempo postergada por millones de hombres y mujeres de México. La tarea es planificar, desde lo individual, las estrategias para rescatar a un país que no puede salvarse si antes no se salvan sus ciudadanas y ciudadanos de su propia apatía, de su inconsistencia, de su falta de planeación estratégica para activar su poder cívico. Denise nos recuerda que el deber de la ciudadanía es creer, actuar y no rendirse, huir del conformismo a toda prisa.
La autora asume su liderazgo y sus propias tareas como educadora, como madre, como feminista, como un bastión humano contra los monopolios. Nos recuerda que la verdadera solución no se encuentra en el curul de un diputado, ni en la silla de un senador, ni detrás de la banda presidencial, se encuentra en cada ciudadana, ciudadano dispuesto a hacer las cosas de verdad.
A Denise le agradezco que me recuerde que este país es más mío que de ningún político cínico o corrupto, y que no debo bajar la guardia, ni ceder un ápice ante el regreso inminente del dinosaurio. Nos recuerda la historia para que seamos capaces de construir una diferente. No olvidemos, escribe con valentía la autora…
“Los Salinas –Carlos, Raúl, Enrique, et al– son un ejemplo, un arquetipo. Como los personajes de las novelas de Mario Puzo y las películas de Francis Ford Coppola, representan algo más que sí mismos. Plasman la forma en que la clase política se ha comportado y quiere seguir comportándose. De manera sórdida. De manera torcida. Con amantes en México y cuentas en Suiza; con partidas secretas y testigos ejecutados; con millones acumulados y juicios pendientes. Rodeados de fiscales que se suicidan, países que los investigan, colaboradores que desaparecen, cargos que no se pueden comprobar. Al margen de la ética, al margen del interés público.
La “famiglia” Salinas es más que sus miembros. Es una experiencia. La experiencia aterradora de asomarse a la cloaca de un clan. De presenciar las actividades de personas esencialmente amorales. De contemplar la vida que viven, los abusos que cometen, las mentiras que dicen, en vivo y a todo color. Allí en la pantalla de la realidad nacional. Una galería extraordinaria de hombres y mujeres que pueblan el mundo feudal de la política en el país. Presidida por don Carlos: sonriente, sagaz, visionario pero letal. Un hombre influyente. Un hombre al frente de un imperio subterráneo que empieza con la clase empresarial, abarca a los medios, constriñe la conducta de muchos periodistas, incluye a sectores del PRI, toca a Los Pinos y termina en la cárcel donde su hermano vivió diez años.
(…) México es un país de corrupción compartida pero nunca castigada, de crímenes evidenciados sin sanciones aplicadas, de ex Presidentes protegidos por quienes primero los denuncian pero luego pierden la razón, de políticos impunes y empresarios que también lo son. Por ello, las procuradurías exoneran, las fiscalías especiales nunca funcionan, las comisiones investigadoras en el Congreso no cumplen con su función, los custodios no custodian, los crímenes persisten. Hay demasiados intereses que proteger, demasiados negocios que cuidar, demasiadas irregularidades que tapar, demasiadas cuentas bancarias que esconder, demasiadas propiedades que ocultar, demasiados pactos que preservar”.
Aunque lo olvidemos a veces, este libro me hizo recordar que el país sobrevivió a setenta años del PRI y a la corrupción de Estado, a seis años de un tibio y corrupto foxismo, gracias a una sociedad civil fuerte, solidaria que no se arredra, que sale a las calles por sus hijos e hijas, que rescata a la infancia de la calle, que protege a las víctimas, que señala a los mafiosos, que recuerda a las y los desaparecidos, que cuando la Corte le ignora vuelve otra vez con la esperanza de lo posible. Una sociedad en que intelectuales, científicas, mineros y trabajadoras de maquila, así como activistas de derechos humanos, maestras y estudiantes exigen respeto a la dignidad humana. Y sí, ahora que he leído el libro tengo una respuesta para Denise, por supuesto que valió la pena escribirlo, compartirlo, no solamente porque era necesario que tú, Denise, buscaras entre tus ideas más razones para seguir dando la batalla, sino porque lo que nos hace falta para rescatar el optimismo de un futuro posible, es comprender los mecanismos que nos hacen creer que no hay salida.
Al final del libro encontramos un decálogo de lo que sí podemos hacer, la autora nos invita a sumarnos a él o escribir uno propio. No son instrucciones, pero ciertamente son claves que nos ayudan a darle estructura a una presencia cívica que a ratos se antoja solitaria e inútil. Yo le digo a Denise, gracias por recordarnos que aquí seguiremos, millones cada día reconstruyendo el país, poco a poquito, con amenazas, huérfanas o con hijas o hijos muertos. Trabajando, hablando, exigiendo porque merecemos un país que nos merezca. Ni más ni menos, y en silencio nunca lo tendremos.
@lydiacachosi