En mayo de 2009 escribí:
“Por primera vez desde que tengo el derecho, no voy a votar. Como la última herramienta de los intolerantes es ‘lo políticamente incorrecto’, aclaro que no es por anarquista. Le enumero tres argumentos que se dieron en ese estricto orden cronológico: porque perdí mi credencial; porque no pude ir por la reposición y, finalmente, porque me di cuenta que la suma de los dos porqués anteriores me dejaba satisfecho”.
No es, entonces, la primera vez que lo digo. Y quizás sean dos las ocasiones –sumando 2012– en las que lo cumplo. En la anterior recibí críticas y muestras de apoyo por mi decisión; ahora espero, si decido no votar, lo mismo.
¿Qué ha cambiado desde 2009 a la fecha? Mucho. Los factores de 2009 que me llevaron a no votar se han acentuado. La Nación mexicana está hoy más jodida que hace tres años en muchos aspectos. Los partidos políticos se han apropiado del Instituto Federal Electoral y le han escatimado a los ciudadanos la representación. El árbitro dejó de ser imparcial, mientras que el candidato favorito de los electores (Enrique Peña Nieto, según todas las encuestas) es quien encabeza el rechazo a una reforma política que nos ofrezca, a los ciudadanos, la mayoría de edad.
¿Por qué validar el proceso de 2012 con mi voto? ¿Para qué? ¿Qué me dan a cambio los políticos? Nada.
De todas maneras va a llegar el que tenga más saliva y no el de la mejor propuesta. De todas maneras las propuestas siempre se quedan en eso, y los ciudadanos nos tenemos que aguantar seis años nada más mirando, mientras el país se hunde por decisiones que no fueron compartidas. ¿Por qué habría de validar, con mi voto, el regreso del PRI? ¿Por qué habría de validar a los políticos –ahora dueños del IFE– si son ellos los que me privan de varios derechos? No tengo derecho, por ejemplo, a revocarle el mandato a los políticos que no cumplen; no tengo derecho a someter sus gobiernos al escrutinio público (referéndums). No tengo derecho, como ciudadano, a participar del proceso electoral más allá de ser un validador de su elección.
En pocas palabras: los mexicanos somos como un afroamericano de 1950 viviendo en Alabama. Con todo respeto para colores, razas, credos, sexos.
¿Por qué, mexicanos, por qué vamos a levantar la cosecha de los políticos sin derecho a un puñado de algodón o de maíz?
Además está el proceso mismo. Como en 2009, las instituciones electorales están hoy bajo sospecha. Y hoy más.
Soy de los que sostienen que en 2006 hubo fraude. Quizás no el fraude en las urnas que cometió Carlos Salinas de Gortari en contra Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 (desenchufando computadoras), o los que ha cometido sistemáticamente el PRI en varios estados para no soltar el gobierno a la oposición (PRD y PAN, básicamente). Quizás no fue de ese tipo de fraude, pero hubo fraude y fue igualmente grosero y nocivo para la salud de nuestra democracia.
En 2006 el fraude fue masivo y por muchas vías. Y el gran defraudador fue Felipe Calderón: prometió, prometió y prometió y al final nos metió en un berenjenal del que no saldrán varias generaciones de mexicanos. Se aferró en ganar. Para conservar la residencia oficial de Los Pinos, él y Vicente Fox se dedicaron a un juego sucio que vulneró las instituciones. Y vean el resultado.
Algunos analistas, como José Antonio Crespo o Lorenzo Meyer, han aportado números sobre el fraude en las urnas. Esos números yo no los tengo; sí desconfío del proceso; sí creo que hubo tropelías en las urnas, aunque no tengo esos datos. Pero un fraude es un fraude: Calderón no cumplió ni las promesas más mínimas y eso es fraude aquí y en China. El hombre es un defraudador. Ni seguridad, ni empleo, ni impulso a las industrias, ni disminución de impuestos, ni fortalecimiento de México, ni nada. El descalabro del calderonismo es tan profundo, que como nunca en la vida moderna del país, algunos hablan, en Estados Unidos, de una invasión militar. Muchas instituciones fueron desprestigiadas, como la Secretaría de la Contraloría o como las fuerzas armadas. El IFE dejó de ser ciudadano y se volvió botín de los partidos.
Concluí, en mayo de 2009:
“Alguien dirá que mi actitud es políticamente incorrecta; me parecen más incorrectos los políticos que la libertad de un ciudadano para decidir. Me argumentarán que estoy dejando ‘que otros decidan por mí’; les recuerdo que los mexicanos dizque decidimos, y después no hay manera de influir en nada: si el Presidente o los diputados o los gobernadores o los alcaldes nos llevan hacia el precipicio, ¿cómo se les detiene? No hay mecanismos.
“Pueden señalarme como manzana podrida, culebra ponzoñosa, calamar gigante e inútil inigualable. Y tendrán razón.
“Mi única nobleza está en que, conociendo mi condición, tengo la suficiente vergüenza como para no postularme a cargo público alguno”.
Sigo pensando lo mismo. ¿Por qué habría de votar en 2012?