Por distintas vías, con gran insistencia, Los Pinos intenta sembrar dos ideas: Que antes de esta administración federal, los gobiernos habían actuado con disimulo frente al problema del narcotráfico y preferían pactar (uno); y que (dos) Felipe Calderón no lanzó la guerra armada contra los cárteles de manera irresponsable, sin una estrategia, sin consultar y por razones políticas; que la lanzó porque “era necesaria”.
Lo dice para acusar a su antecesor, al panista Vicente Fox, de negligencia. Lo ha hecho para señalar con el dedo a los gobiernos del PRI y para responder a los que se oponen a su estrategia.
Y sobre todo, lo dice para justificar la sangre derramada.
Ahora, además, lo hace por sobrevivencia. Y a continuación me explico.
Calderón sabe que la única manera de que su administración no sea juzgada duramente por los más de 50 mil muertos, es que la guerra armada se mantenga después del 2012, a pesar de la cantidad de víctimas que genera. Suena muy duro, pero así es.
Si la guerra (y la violencia) se mantiene (aún con los mismos niveles de decesos) después del 2012, Calderón podrá decir que era inevitable el derramamiento de sangre derivado de atacar de manera masiva, sin inteligencia, en las calles, a los criminales.
Pero si la guerra armada cambia de estrategia y la sangría empieza a amainar, entonces podrá decirse que el nuevo Presidente de México ha pactado con los narcos o ha optado por cerrar los ojos.
Allí está la trampa. Una trampa en la que pueden caer los candidatos presidenciales y sus partidos con una gran facilidad.
El Consejo Político del PRI puso por escrito la semana pasada que mantendrá la guerra contra el crimen organizado. Otros partidos y precandidatos han dicho, también, que mantendrán la guerra. Eso no está mal. Nadie en su sano juicio quiere una recapitulación o una renuncia del Estado al combate de los malos.
El verdadero tema aquí, el tema de fondo, es qué tipo de “guerra” queremos para el siguiente sexenio.
El tema es con qué estrategia se mantendrá el combate a los criminales después de 2012.
Desde Los Pinos se apuntala la idea de que la tranquilidad vivida en las calles con Vicente Fox, Ernesto Zedillo, Carlos Salinas, etcétera, era producto del disimulo y del pacto con narcos. También, de manera velada, se filtra que el Distrito Federal, quizás el último reducto de tranquilidad en el país, es un “santuario de criminales”.
Detrás de esas premisas se sostiene otra: que si no se ataca a los narcos con el Ejército, la Marina y la Policía Federal en las banquetas, no hay lucha contra el crimen organizado. Y como no hubo sangre en el pasado; como no la hay en las calles del Distrito Federal, entonces se actúa con disimulo, sugiere.
Que esa mentira crezca le conviene a Felipe Calderón. Dejarla sembrada garantizará que el siguiente gobierno dé prioridad a una guerra armada en las calles. Y así oculta una estrategia errónea que ha costado la vida de 50 mil mexicanos y muchos otros extranjeros, la mayoría migrantes. Y así, también, evita que se le juzgue.
Ciertamente, la guerra debe seguir porque los criminales ya salieron a las calles a retar al Estado. Pero lo que más interesa al gobierno de Calderón es que venga de donde venga el siguiente gobierno, mantenga su estrategia.
El único que abiertamente apoya la estrategia de Calderón, es Ernesto Cordero. El ex secretario de Hacienda es un apéndice del primero. Se entiende su posición, y pagará las consecuencias. Por fortuna, es el que menos posibilidades tiene de la baraja.
Calderón siempre ha pensado en él; en la imagen de su partido y en cómo congraciarse con los mexicanos. Por eso lanzó la guerra armada originalmente. Por eso, creo, ahora preferirá heredar una estrategia, aunque mate.
Sin balazos en las calles, no hay combate al narco. Eso pretende decir Calderón.
Y si las fuerzas armadas y la Policía Federal salen de las calles –incluso porque se ha decidido atacar desde las finanzas a los cárteles o con trabajo de inteligencia–, es porque se ha pactado con las fuerzas oscuras.
Cualquiera de los precandidatos que no tenga una clara la visión de lo que ha pasado –como Cordero– y piense en términos electorales –como la mayoría–, podría terminar comprándose ese argumento.
Cuidado. Calderón trata de vender su estrategia y su guerra para el siguiente sexenio. Es a él a quien más le conviene que se mantenga. Si no le compran su estrategia, entonces sí el juicio de la historia le caerá como hacha sobre el cuello.