Vi a Julio Segura, El Fua, en Youtube. Estuvo en uno de los tantos programas populacheros de Televisa. Vi a ese hombre venido de la nada, que puso de pie a la masa en un estadio de fútbol, que movilizó –como ninguna otra causa– a millones de tuiteros y que se coinvirtió en un icono latinoamericano. El tipo, por si no tienen noticias de él, está feliz. Y qué bueno. Una madrugada lo levantaron las patrullas del asfalto, completamente borracho, y a la mañana siguiente era trending topic (TT) de Twitter. ¿Qué más pedir? Era esa cruda, o una cruda sin fama, sin dinero, en chirona, seguramente peleado con la familia y que si el trabajo, y que si en dónde anduve, etcétera, etcétera. Lo veo dentro de poco en alguna telenovela ridícula de Azteca o de la misma Televisa hablando sobre la “Fuerza Universal Aplicada” con Marimar o con cualquier niño-adolescente (qué se yo), presunto pobre, blanquito y chapeteado. En lo que cabe, está bien. Hay que esperar a que le pegue la cruda de esta fama súbita para saber si está completamente bien.
Confío en los hombres que beben y no son políticos. Pero cuando escuché esta última vez a El Fua me dio tristeza y pena el grito de la gente en el programa, y seguramente en sus casas. ¡Fuaaa!, gritaron, como aquél gracioso y original beodo que vimos una y otra vez en Youtube. Esta vez, sin gracia.
“Vamos a abrir nuestra conciencia para erradicar de alguna manera la violencia, la delincuencia, todo lo que estamos viviendo. Que se olviden nuestros problemas, es lo que se requiere. Tómenlo como una broma o como algo serio”, dijo un comentador-comentadora-merolico-merolica que viste de rojo, con peluca y lentes y una mascada ridícula; con un look muy parecido al de Elba Esther Gordillo en los años 90.
Y luego, ¡fuaaa!, todos al unísono.
–Piense, piense en que se va a curar su mamá, piense que se va a curar usted, que va a salir adelante –agregó la Elba del programa, convocando a un segundo Fua.
–¡Hasta el universooo! –gritó Julio Segura con el puño levantado como lo vimos primero en video.
A los que le acompañaban les ganó una risilla breve; a él también. La de él fue risa y emoción. Lo han vuelto un payaso en la tele y lo presiente. Pero es parte de la gran broma universal, pensará. Entonces se deja arrastrar. Hasta que caiga la dichosa telenovela que supongo.
El Fua, les digo, está bien por ahora.
Ah, pero los otros. Los otros sí son un tema. Entre los otros, estoy yo. Y usted. Los mexicanos, los que depositamos nuestra vida en las manos de la ocurrencia y confiamos en que la respuesta está en los atajos. Veo a una mujer gritando ¡fua! en su casa por invitación de Televisa. Veo a un hombre gritando ¡fua! en un mitin político. Veo las procesiones de diciembre, cuando los más jodidos sangran de los pies para entregarle el último aliento y los últimos ahorros “a su patrona” (con todo respeto a los creyentes, sin respeto para los curas vividores).
Veo una familia llorando frente a la TV mientras ve un Teletón, y la veo salir a las calles a celebrar, enarbolando la Bandera, cuando el equipo de fútbol (que dicen que es “nacional” y pertenece a los monopolios del país) gana algo: una copa, un trofeo de no se qué.
A mi me pasa que lloro con todo. Y muy seguido. Lloro hasta con los argumentos de películas que no he visto o con algunas que miré ya más de diez veces. Lloro con ciertos comerciales de televisión. Lloro con un artículo, con una novela, frente a los Símbolos Patrios y cuando voy por carretera y veo un país enorme, enorme, y esos cielos, y esas tierras, y esos colores, carajo, que no se repiten en ninguna parte y pienso: todo esto tan hermoso en manos de criminales, mi Dios. Qué desgracia.
Soy, les digo, un hombre muy llorón.
Y cuando más me conmuevo, es en las borracheras. Caigo redondo frente a cualquier argumento, me compro todas las ideas. Deposito mi vida en las manos de la ocurrencia y confío en que la respuesta está en los atajos.
(Un hombre borracho es un hombre de fiar, y no porque no mienta, sino porque se deposita en las manos de los demás).
***
Ahora que veo a los mexicanos corriendo alegremente hacia el PRI, sin memoria y sin preguntarse mucho, me recuerdan a esa multitud que grita ¡fua! en un foro de Televisa.
No es Enrique Peña Nieto porque arenga, mexicanos: somos nosotros comprándonos una esperanza en la puntada de un borracho que no bebe, sin análisis, sin más crítica. Acarreados. También somos nosotros entregándonos a los gritos de una Elba Esther Gordillo que nos pide gritar ¡fua! porque hay una esperanza para nuestros males. Y conste: esta no es una crítica para Julio Segura. Lo invitaría a beber, pero no tendríamos mucho de qué platicar.
El fenómeno de El Fua es justo, está a la medida de nuestro tiempo. La ocurrencia de un hombre que bebe y que no ha bajado aún de su última borrachera es capaz de movilizarnos y lo más notable: es capaz de darnos esperanza. Como Peña Nieto. Así somos. Encontramos un nuevo ayate para nuestra adoración, y compramos con los ojos cerrados los “argumentos” del o los “periodista(s)” Jaime Maussan del momento.
Carajo, mexicanos: a veces pienso que estamos pasando por una gran borrachera.