La chica de diecisiete años sentada frente a mí juguetea con una pulsera en su mano izquierda. “Todo comenzó cuando mi primo de 25 años me dijo: no seas pendeja, para qué tienes sexo gratis si puedes cobrarlo”.
Estaba lista para el curso de viaje de verano. Los padres pagaron el boleto de avión para que su hija practicara el francés. Jamás imaginaron que su sobrino graduado del ITAM estaría “padroteando” a su prima consentida a petición de sus amigos de Bruselas. La chica no entendió, hasta que decidió escaparse luego de 8 días infernales, para volver a México. Su primo le había prometido que se divertiría con varios amigos suyos y “ganaría una lana”. Pero era prostitución, repite en voz baja ¿cómo no pude ver que era prostitución, que me violarían? Ni ella ni miles de personas quieren verlo.
Nadie piensa que un niño paquistaní explotado en una fábrica de ladrillos eligió ser esclavo, en cambio, millones de personas piensan que las adolescentes y mujeres de 13 años en adelante “eligen” o son responsables de estar en situación de prostitución forzada. Las conductas sexuales han cambiado en las últimas décadas y la gente confunde libertad sexual con explotación sexual; eso sucede en un mundo que ha normalizado todas las formas de explotación. La evidencia está aquí y el dinero también; por eso, cuando se reportea la trata de personas, debemos siempre perseguir el dinero y eventualmente encontraremos la cuenta bancaria y su propietario, ya sea senador, diputado, gobernador, policía o un simple empresario.
La economía de la industria del sexo
Los cálculos más conservadores, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés), plantean que en Europa hay 140,000 víctimas de trata sexual, y que pueden llegar a prestar 50 millones de servicios sexuales al año. A 50 euros por cliente, producen a los tratantes 2,500 millones de euros al año. Sin impuestos, sin derechos de ningún tipo. La trata sexual incluye también la pornografía adolescente e infantil (fenómeno más moderno) y claro, el turismo sexual de verano.
La industria sexual tiene ciertas características culturales que la avalan con mayor facilidad y que encubren su calidad de esclavitud. Hay 6,972 millones de personas en el mundo, el 50% son hombres y, de ellos, aproximadamente un 15% consume sexo comercial y un 40% pornografía. En Tailandia, el 73% de los hombres van a prostíbulos, en Puerto Rico, el 61% y en España y México un 35%. Saque usted las cuentas de cuantas mujeres y niñas se necesitan para satisfacer esa demanda.
El problema de fondo es que 2 de cada 3 personas dirán que no hay nada que hacer respecto a la explotación. Reconocidos intelectuales postmodernos y famosas feministas dicen que la explotación es parte de las leyes de mercado y, dadas las circunstancias, hay que regular esa explotación para que las víctimas no la “pasen tan mal”.
Como en todas las formas de violencia, la cobardía se esconde en el abstracto y la valentía en lo concreto. Las cifras sin personas dicen poco, las personas sin cifras dejan dudas, pero, ¿qué hacemos cuando tenemos ambas?
Hay muchas formas de complicidad. La voluntaria por corrupción: los policías que protegen a las redes propietarias de prostíbulos, casas de masaje y bares en que no sólo hay mujeres indocumentadas sino que, además, muchas de ellas son menores de edad. O los agentes migratorios que miran a otro lado cuando se traen a jóvenes extranjeras como “esposas a domicilio” que en realidad han sido compradas por Internet para matrimonios serviles.
Autoridades cómplices
Miles de agentes de diversas instancias del gobierno se corrompen para que el sistema de internamiento funcione. La gente cree que los legisladores debaten si se debe o no legalizar la prostitución para erradicar la Trata, pero en realidad, como en otros negocios, muchos legisladores protegen intereses de mafias o su visión personal del mundo. Los países europeos que con más naturalidad proponen la legalización del comercio sexual, saben que las esclavas son mujeres de otros países dispuestas a soportar lo que sea con tal de subsistir. La trata sexual incorpora todas las características de explotación social, racista, étnica y sexista, vigentes en nuestras sociedades, y muchos gobiernos se niegan a incidir en estas prácticas cuando se trata de “extranjeras”. Holanda y Alemania están muy orgullosas de la legalización de la prostitución, pero no son sus connacionales, sino africanas, latinas y de Europa del Este, pues las europeas tienen derechos y opciones, en general.
Vivimos rodeadas de un discurso maltrecho que oculta niveles elevados de sexismo y desigualdad. Muchas mujeres en situación de prostitución que entrevisté dijeron que estaban allí libremente, no había evidencias claras de explotación. Pero luego, al revisar sus vidas, van relatando actos de violencia sexual y de género que les condicionaron a someterse a los malos tratos. Les pregunté: ¿si tuvieras opciones de estudiar, de tener seguridad social y un hogar, elegirías la prostitución u otro trabajo? Todas manifestaron preferir otro trabajo. Generalizar es muy peligroso, sin embargo, es importante ver que detrás del discurso de vender sexo por temporadas, subyace una trampa de la que hay que hablar con claridad. Hay gran desigualdad, violencia, racismo, clasismo.
Por una mujer que puede elegir libremente hay miles que no pueden, y el peligro está en fingir que todas son iguales.
Hablar de comercio sexual toca los tabúes sobre el sexo, el erotismo y la visión tradicional de la prostitución muy ligada a patrones añejos sobre el amor romántico mentiroso y el erotismo fallido, que, según el patriarcado, precisa de la pornografía para expresarse libremente. Los clientes, enganchadores y tratantes deben ser señalados; son generadores de un mercado criminal que necesita convencer a sus víctimas de que su libertad no tiene valor comercial.
Además, para hablar con las hijas, dicen las expertas, hay que hablar sobre nuevas formas de amor, de erotismo y de sexualidad libres de desigualdad. Estas jóvenes que comienzan a denunciar, nos muestran que detrás de la normalización de la prostitución adulta viene el alud de la pornutopia y la explotación sexual adolescente. Y si las personas adultas no les hablamos sobre esto a las hijas, alguien más lo hará, pero para engañarlas y convencerlas de que es mejor venderse que aprender a gozar en libertad y con autodeterminación, cuando y con quien ellas decidan.