La editorial Impedimenta publica una compilación de relatos terroríficos de 22 escritoras eclipsadas por Edgar Allan Poe u Oscar Wilde. Cuentos de fantasmas de escritoras victorianas eminentes ofrecen una mirada poco explorada desde la que el hombre pierde su «perfección» ante el fantasma
Por Mina López, para eldiario.es
Ciudad de México, 30 de diciembre (SinEmbargo/eldiario.es).- Niebla que baja por los páramos helados, capas de nieve que llegan a las rodillas, vientos gélidos que se cuelan por las grietas de casonas enormes, tardes oscuras. La meteorología y la arquitectura de la Inglaterra victoriana ayudaban sin duda a crear escenarios perfectos para historias de fantasmas.
A ellas se dedicaron numerosas plumas de la época, que enloquecieron a los protagonistas de sus relatos con visitas de almas en pena y casas encantadas en las que los pianos tocan solos y las chimeneas se apagan sin motivo aparente.
La editorial Impedimenta acaba de publicar el libro Damas oscuras. Cuentos de fantasmas de escritoras victorianas eminentes, que recopila relatos de 22 escritoras de Reino Unido y Estados Unidos. Que todos ellos estén firmados por mujeres no es una coincidencia: durante el reinado de la reina Victoria hubo un gran número de escritoras que comenzaron a publicar sus obras (algunas con seudónimos masculinos) y cosecharon gran éxito. Entre otros campos, en el del terror.
También hubo hombres, por supuesto y, de hecho, sus nombres aparecen siempre en la lista de «grandes autores» del género, por eso recopilaciones como estas son importantes. Entre las filas masculinas en la época victoriana destaca Sheridan Le Fanu, el máximo referente, Edgar Allan Poe o incluso Oscar Wilde con relatos como el famosísimo Fantasma de Canterville.
Cómo contar un cuento (de espíritus)
Estos cuentos se ajustan a cierto tipo de estructura y siguen unas reglas comunes. Generalmente, el narrador es omnipresente y deja claro que los hechos que se relatan son reales. No hay violencia física, todo el miedo es psicológico y la presencia de fantasmas o espíritus tiene una razón, no siguen en el mundo de los vivos porque sí. De hecho, cuando el misterio se resuelve (para bien o para mal), desaparecen. Las historias comienzan poniendo al lector en antecedentes, de manera tranquila y la inquietud avanza con la trama hasta llegar al clímax del temor para aclarar lo que sucede.
Suele haber dos variantes preponderantes en el género. Una es la de la casa encantada, que es donde suceden los hechos y otra es la del fantasma que necesita ayuda. De hecho, Margaret Atwood recurre a ese elemento en su novela de 1996 Alias Grace ( convertida ahora en una miniserie de Netflix): el espíritu de la amiga que se queda encerrado por no abrir la ventana en el momento de su muerte. La historia, ambientada en Canadá durante la época victoriana (cuando el país aún pertenecía al Imperio Británico) muestra la afición de la ciudadanía por la parapsicología, el ocultismo y lo sobrenatural.
Alias Grace, el cuento de fantasmas de Margaret Atwood
El objetivo de Atwood es hacer una crítica a la situación de la mujer en la sociedad (en este caso al valor de su testimonio como víctima y su falta de poder), lo mismo que hicieron las Damas oscuras.
Como se explica en el prefacio del libro, sus relatos están protagonizados por hombres a los que se despoja de su perfección cuando se ven visitados por los fantasmas. «Estas apariciones no solo trastocan la realidad patriarcal y burguesa del protagonista, sino que los hombres, otrora tan sensatos y fiables, se ven llevados a actitudes nerviosas, desesperadas…, propias de las mujeres».
Atención, posibles SPOILERS
En «El abrazo frío», de Mary E. Braddon, el protagonista es un joven creído e insensible que, después de jurarle amor eterno a su prima Gertrude y regalarle un anillo de su madre como muestra de compromiso, se va de viaje a Italia y se olvida de ella.
Desesperada, se suicida antes de contraer matrimonio con otro hombre obligada por su padre, después de enviarle numerosas cartas a su primo para que vuelva a rescatarla. Este regresa justo cuando su cuerpo aparece en el río, ya demasiado tarde para verla viva pero no para que cumplan las palabras que él le había dicho antes de irse: «Si tú murieses antes que yo, la fría tierra no podría apartarte de mí… Si de verdad me amaras, regresarías, y de nuevo volverían a cerrarse estos delicados brazos en torno a mi cuello como lo hacen ahora». Y así fue, para desgracia para él y revancha de ella.
En el caso de Salomé, de Amelia B. Edwards, su fantasma no reaparece para vengarse de nadie como Gertrude, sino para pedir ayuda. No hay venganza ni violencia, sólo deseo de justicia, que el espíritu consigue enamorando al protagonista, un hombre ilustrado que pierde la razón por esa joven misteriosa y de belleza incomparable.
Amelia B. Edwards, una de las 22 damas
Sí la hay en «La historia de la vieja niñera», de Elizabeth Gaskell (una de las autoras más reconocidas del género), en la que los fantasmas regresan para ajustar las cuentas con la anciana que le destrozó la vida a su hermana por celos en su juventud. Aquí, por ejemplo, la vuelta de los espíritus sirve para recuperar la historia de una mujer que perdió la vida injustamente por atreverse a romper con las convenciones sociales.
Charlotte Riddel recurre al elemento de la casa encantada en su cuento La vieja de casa de Vauxhall Walk. En ella se refugia el prepotente y orgulloso señorito Graham, después de irse del domicilio de su padre cargado de una razón que no tenía. Afortunadamente para él se encuentra con William, un humilde conocido que le otorga alojamiento en la casa de la que se acaba de mudar por deseos de su mujer. Por supuesto, había otros moradores en la casa, que incomodan y asustan al joven que acaba volviendo a casa de su progenitor con la lección bien aprendida.
En «La puerta abierta», Margaret Oliphant también juega con el elemento de la vivienda habitada por espectros, aunque añade la figura del médico, hombre de ciencia que no cree en aquello que no se puede probar. Aunque el doctor también vive la experiencia de tener a un espíritu rondando y no puede explicar qué es, no duda de que la mano del hombre está tras el fenómeno, dejando la sospecha en el aire.
Lo que sí clarifica es el temor del hombre victoriano: no tener los males que se relacionan con la mujer. «Eso indicaría, pensé, una tendencia general, un temperamento histérico y una salud endeble; en suma, todo lo que cualquier varón más odia y teme que pueda afligir a su prole”, afirma el protagonista.
Todos estos ingredientes se van combinando en los cuentos del resto de las Damas oscuras (22 en total), cada una con su propia receta para elaborar un plato único: el miedo.
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