El maestro Gerardo Estrada hace 50 años que es profesor de la UNAM. Es testigo de lo que pasó el 2 de octubre de 1968 y está muy satisfecho que su institución haya sido siempre la conciencia crítica de una sociedad que ha crecido en los últimos 50 años. Presenta ahora en la edición ampliada su libro 1968. Estado y Universidad (Grijalbo)
Ciudad de México, 30 de septiembre (SinEmbargo).- “La UNAM es México”, dice en el prólogo Alain Touraine, de esta edición ampliada y actualizada de 1968, Estado y Universidad, una obra ya clásica que ha escrito Gerardo Estrada.
“El ensayo histórico de Gerardo Estrada, muy informado y analítico, abarca una etapa extensa de la UNAM y de la educación superior en México. Es un libro interpretativo y descriptivo que provoca juicios y comentarios en torno de cuatro asuntos básicos de México: a) la trayectoria de la UNAM, b) el proceso educativo, c) los avances de la libertad de expresión y d) el desarrollo de la oposición política y social. Lo afirma de otro modo Estrada: el papel de transformador social que se otorga a la Universidad y el mesianismo en ello implícito”, escribe Carlos Monsiváis en el epílogo.
Como sobreviviente y testigo de esos hechos que en 2018 cumplen 50 años de vida, Gerardo Estrada dice que de ese movimiento y de toda esa energía creativa, vivieron todas las expresiones sociales que se dieron en México. Defiende además la institución con una tenacidad honesta y muy propia para las actuales circunstancias.
–¿La universidad es México?
–El papel que ha jugado la UNAM es importantísimo. Sé que en Argentina también ha jugado un papel muy importante, pero aquí son tres roles que le ha tocado disputar. Están los ingenieros y arquitectos que construyeron toda la estructura del país durante los años ’20, ’30, ’40, una aportación práctica. Desde la visión humanística, la universidad ocupó un sitio de privilegio en parte por la migración española que se dio en esos tiempos, quienes fueron determinantes para esta labor intensa cultural que todavía hoy hace la institución. Durante el movimiento estudiantil de 1968, la universidad era vanguardista, todo lo bueno pasaba por ahí, en un clima de alta censura. El Estado censuraba muchísimas cosas, la universidad era un espacio de libertad. Finalmente, un espacio crítico, la universidad criticando el poder, que espero que siempre ese sea su función.
–La universidad pasa una crisis terrible, el auditorio Justo Sierra está ocupado, en ese sentido también es México
–Sí, por supuesto. Si uno quisiera ver la realidad de un país, con todas sus diferencias y sus contradicciones, miraría la UNAM. Déjeme decirle una cosa con respecto al auditorio que antes se llamaba Justo Sierra y hoy se llama Che Guevara (yo seguiré diciendo Justo Sierra), es una cosa que cuesta muy poco en la vida de la universidad, en la vida cotidiana. La UNAM sigue investigando y produciendo. La universidad no tiene instrumentos políticos y jurídicos para expulsar a los ocupantes si no se cuenta con el apoyo del Gobierno Federal. Así es muy difícil hacerlo. La carencia del apoyo de las autoridades federales en su momento no significa que la institución esté en una crisis terrible. No es la primera ni será la última: la UNAM ha sobrevivido a todas las crisis.
–Los porros, la autonomía, la carencia del apoyo, creo que la UNAM atraviesa hoy una de sus peores crisis
–Yo soy profesor de la universidad, voy todos los días, no creo que es una crisis terrible, crisis terrible era la del 68. Creo eso que dice usted de los porros, me parece una crisis aislada. Somos mucha gente. Somos 56 mil personas. Hay muchas malinterpretaciones de mala fe, no diría de los enemigos de la UNAM, pero nosotros seguimos trabajando, investigando. ¿Por qué las autoridades no detienen a los agresores? Tienen el coche, sus números, echarle la culpa a la universidad me parece muy injusto. Tengo 50 años en la universidad y más de una vez he visto a los porros y la policía no ha hecho nada. Es una complicidad entre ellos. Hay demandas, la universidad lo ha denunciado con autoridades pertinentes y sin embargo no le hacen caso. Todo esto me parece un poco tramposo.
–¿Usted cree que Enrique Graue está manejando bien la situación?
–Estupendamente. El hecho que se haya ido personalmente a discutir con los estudiantes de Azcapotzalco, me parece de un gran valor cívico y un ejemplo moral. Creo que lo hizo muy bien. Los jóvenes necesitan ser escuchados, simplemente y Graue ha cumplido con ello.
–¿No ve bien un mundo como Finlandia, donde todas las universidades sean públicas?
–La sociedad es diversa y me parece bien que haya universidades privadas. Me parece muy bien que haya de las dos. Son versiones distintas de la educación. Creo que la pluralidad es bienvenida y qué bueno que exista. La universidad pública tiene otras funciones, hay que respetarlas, creer en ellas. Ambas universidades no son excluyentes, para mi juicio son complementarias.
–¿Desde el 68 cuántas cosas cambiaron?
–Ha habido muchos cambios políticos y entre ellos el pedido de libertad política. Todo lo que hemos vivido en estos últimos 50 años ha sido fundamental en México. La libertad de prensa es el equivalente de la libertad de cátedra, hay derecho a la discrepancia, derecho a la crítica. La universidad ha ayudado mucho al derecho a la gobernabilidad del país. La universidad en estos tiempos se ha vuelto más compleja, pero sigue siendo un ejemplo moral e intelectual para el país.
Fragmento de Estado y Universidad, de Gerardo Estrada, con autorización de Grijalbo
La historia de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, es la historia de México. No es que esta universidad reciba a toda la juventud de México, lo cual es obvio, sino porque esta institución poderosa y emblemática muestra una contradicción que se encuentra en el corazón de la sociedad mexicana. La UNAM es no solamente un espacio para la formación de buenos profesionales, médicos y abogados en particular, sino también el sitio principal de cooptación de las élites dirigentes: políticas, administrativas e incluso económicas. En el transcurso de sus estudios en la UNAM, un joven o una joven sobresalientes se dan a conocer ante quienes los sumarán a su carrera y les ayudarán a iniciar la propia; pero —al mismo tiempo que es lugar de reclutamiento de las élites— es un sitio de confrontaciones sociales importantes.
Aunque el libro de Gerardo Estrada se termina en 1998 (aunque luego fue ampliada), nadie olvida que en el pasado reciente la UNAM ha tenido que permanecer cerrada durante un año hasta que la policía desalojó el campus.
Pasemos rápido con Gerardo Estrada a lo esencial: ¿por qué esta yuxtaposición y, me parece, esta interdependencia de dos funciones del todo opuestas la una a la otra? Descartemos una respuesta simple. No es cierto que los estudiantes, después de no tomarlo en serio durante los primeros años, se preocupan luego por su carrera y buscan infiltrarse en el mundo dirigente, presente con amplitud en la UNAM.
La mejor explicación debe tener en cuenta las transformaciones de México. En un periodo de 30 años —1950-1980— México pasó de ser un país rural a uno urbano; su población aumentó rápidamente. Los efectivos de la enseñanza en todos sus niveles crecieron explosivamente y en consecuencia un gran número de jóvenes fueron arrastrados por una gran corriente de nuevas actividades que requieren alta calificación profesional y que sobre todo ofrecen posibilidades de estudiar carreras posteriores. Pero la fuerza de esta corriente no basta para arrastrarlos a todos y llevarlos a las tierras fértiles del clientelismo y de la corrupción.
Entre aquellos que tientan a la suerte muchos fracasan y, por supuesto, aquellos que fallan son los que tienen menos relaciones, que provienen de los medios sociales más bajos, que no se han sabido preparar bien para la competencia, etc. De tal suerte que esta inmensa universidad garantiza, de manera brutal pero eficaz, una función de selección que permite una movilidad social ascendente, pero que mantiene el control de la élite social sobre una de sus principales fuentes de reclutamiento.
La contradicción que acabamos de analizar se traduce a menudo en crisis violentas; 1958, 1966 y sobre todo 1968. Todos recordamos que durante el verano de 1968, cuando múltiples acontecimientos graves tenían lugar en el mundo, de París a Nueva York y de Praga a Trento, México era ensangrentado por una violenta represión en Tlatelolco: estudiantes, trabajadores y otros grupos poco beneficiados por el crecimiento económico, llevados por un vasto movimiento de protesta, fueron masacrados en la Plaza de las Tres Culturas.
El hecho fue no solamente trágico, sino también se ha convertido en el lugar por donde deben pasar todos aquellos que desean comprender a México, debido a lo cual una gran cantidad de libros notables ha sido consagrada a esta jornada y a la época en que se produjo. Elena Poniatowska, Octavio Paz, Carlos Monsiváis y Sergio Zermeño han aclarado los principales aspectos de esta crisis, aún presente en la memoria de un gran número de personas. Estrada de ninguna manera anuncia el fin de esta etapa. Ahora que se puede hablar con cautela de una evolución de México hacia la democracia, los conflictos no han cesado en el interior de la UNAM. Acosada por las organizaciones de estudiantes y por los sindicatos del personal administrativo y académico, fue reducida al silencio durante un año.
No son, pues, la conjetura o la profecía a las que hay que acudir, sino al estudio concreto sobre la manera en la que la sociedad mexicana llega a manejar estas situaciones insufribles. La figura que emerge sobre todas las otras es la del rector. Su función es tan difícil que muchas personalidades muy respetables han naufragado al desempeñarla; sin embargo, otros han logrado restablecer cierta calma, así como negociado ciertas reivindicaciones y se han convertido rápidamente en figuras sin par, cuyos nombres se asocian con las mejores posibilidades de candidaturas a la Presidencia.
El libro de Gerardo Estrada es, pues, uno de los caminos más seguros para penetrar en la sociedad mexicana y sobre todo en su sistema político. No es suficiente oponer en este país, como en sus vecinos, los ricos a los pobres o incluso los muy ricos a los muy pobres. En esta nación existen enfrentamientos tanto más complejos y a veces violentos, que ni el camino del ascenso ni el de la caída se encuentran cerrados, pues aquí la esperanza se mezcla siempre con el desencanto.
Algunos dirán que vivimos en un periodo de transición, que el aumento de la actividad y la entrada en el mundo moderno urbano de jóvenes educados en un medio muy diferente anuncian que se va a formar, en un futuro muy próximo, un sistema político parecido al de los países europeos o al de Chile o Argentina. Esta hipótesis es muy arriesgada y me parece que el análisis de Gerardo Estrada no nos conduce a ello. El sistema político, pese a su debilidad —agravada, no lo olvidemos, por el clientelismo y la corrupción—, asegura, a pesar de todas sus carencias, un manejo de este doble movimiento propio de las bombas que aspiran y expiran. Ni los intelectuales ni los estudiantes ni los miembros de los sindicatos del personal administrativo se encuentran preparados para entrar en un sistema real de negociaciones.
Vemos constantemente perfilarse detrás de los accidentes de la vida universitaria la rudeza de una sociedad que jamás ha conocido un sistema democrático. Puedo escribir esta frase después del fin del sistema de partido único, después de la elección abierta que ha llevado al señor Fox al poder. El sistema político mexicano no ha sido ni será capaz, ni ayer ni mañana, de canalizar las energías, la cólera y las esperanzas de una gran mayoría. Ésta no es una conclusión pesimista, pero le debemos brindar a Gerardo Estrada el reconocimiento por haber explorado —muy bien en nuestra opinión— un lugar donde se manifiesta con toda claridad tanto el vigor de la sociedad mexicana como la dramática debilidad de su sistema político. ALAIN TOURAINE
Introducción
Una de las relaciones más complejas de la vida política de México es la que han mantenido las universidades públicas, en particular la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Estado. Esta relación constituye por múltiples motivos —que van desde el papel fundamental que la UNAM ha tenido en la formación de los cuadros dirigentes del país hasta la sobrevalorada importancia que la sociedad otorga a la posesión de un título académico— uno de los puntos más sensibles y frágiles en la intrincada red de alianzas, acuerdos, negociaciones y procesos de cooptación que rigieron la vida del sistema político mexicano hasta años recientes.
Satanizada por sectores conservadores, quienes han visto en ella —en algunos momentos— el refugio de la subversión y la oposición política; ensalzada como única posibilidad racional de transformación de la sociedad; usada por sectores radicales como cuna de la revolución proletaria y vituperada como centro mediatizador al servicio de los grupos dominantes; despreciada hoy día por ciertos sectores gubernamentales y empresariales que ven en ella un testimonio del fracaso del Estado protector, todos esos juicios sobre la UNAM quieren hacerla responsable de problemas que escapan a su ámbito propio y relacionados más con las crisis generales que ha vivido la sociedad mexicana que con sus actividades académicas y las funciones que ha desempeñado.
Ciertamente la crisis de la universidad pública y las críticas de que es objeto no constituyen una característica particular de nuestro país; por el contrario, se inscriben en una tendencia mundial en la que contaría también el clima que pretende cambiar lo que tradicionalmente ha sido una función pública por una función privada. Pareciera que, una vez que las sociedades han vivido el desencanto de las ideologías y perdido la confianza en la razón científica, volcaran su decepción en los sacerdotes académicos y los iniciados que ofician en esos templos dedicados al culto del conocimiento. Tal es el caso, por ejemplo, entre otros, de los artículos publicados por Mario Vargas Llosa en diversos diarios del mundo sobre la decadencia de las universidades públicas. Igualmente en nuestro país se han hecho en los últimos años fuertes críticas a la UNAM.1
Sin embargo, independientemente del juicio que hoy merezca a algunos, no se puede negar el importante papel que la universidad pública ha desempeñado en el desarrollo social, económico y político.
En el caso mexicano —por ejemplo, en los años sesenta y setenta— en las principales crisis políticas estuvieron involucradas de una manera u otra las universidades públicas. Intrigado por esta relación, que en ocasiones ha tenido un carácter dramático, dediqué mis tesis, la de licenciatura y la de doctorado, a este tema con el fin de explorar algunas de las formas en que se dieron estos hechos y cuáles han sido sus consecuencias. Hoy me atrevo a publicar el contenido de las mismas, a manera de apuntes, para tener una discusión más a fondo.
En México, la UNAM, la universidad más antigua y más grande del país, constituye el caso también más interesante. Su peso específico en la historia va más allá de sus funciones académicas, que la hicieron cuna de la mayor parte de los cuadros técnicos, intelectuales, artísticos y políticos que han contribuido a la construcción del México moderno.
Desde su reapertura en 1910, el papel de la Universidad como institución ha sido decisivo en la conformación de los hombres y las ideas que han regido la vida política y social en México. Sus creadores y particularmente su fundador, Justo Sierra, concibieron el papel de la Universidad Nacional de esta manera:
…que no será una persona destinada a no separar los ojos del telescopio o del microscopio, aunque en torno de ella una nación se desorganice no la sorprenderá la toma de Constantinopla discutiendo sobre la naturaleza de la luz del Tabor.
La Universidad entonces tendrá la potencia suficiente para coordinar las líneas directrices del carácter nacional y delante de la naciente conciencia del pueblo mexicano mantendrá siempre en alto, para que pueda proyectar sus rayos en todas las tinieblas, el faro del ideal, de un ideal de salud, de verdad …CARLOS MONSIVÁIS.