Las víctimas de la represión del régimen autoritario que encabezaba Gustavo Díaz Ordaz, tanto los masacrados en la Plaza de las Tres Culturas, como los encarcelados y los perseguidos, marcaron a mi generación y a las posteriores, pero sobre todo su movimiento contribuyó a desmantelar el sistema de partido de Estado en Mexico y a una transición democrática que aún hoy tiene asignaturas pendientes, que inició en 1977, escribe en este texto Amalia García Medina, política de izquierda y quien ha ocupado diversos puestos tanto en el sector público como en el Poder Legislativo.
A quienes estuvieron en el movimiento de 1968 aplica la frase que acuñó Ernesto Cardenal: “somos los derrotados de una causa invencible” la de la Democracia y la Libertad, añade Amalia García, quien se forjó en las filas del Partido Comunista Mexicano, y quien hace una reflexión de ese año alrededor del mundo, su agitación social y política, y los cambios que produjo.
Ciudad de México, 30 de de septiembre (SinEmbargo).– El año de 1968 concentró reclamos, y también esperanzas y el anhelo de transformaciones en el planeta, dejando una huella profunda en el mundo y en la memoria de quienes vivieron esos meses históricos y lo que siguió con sus ondas expansivas. Para los mexicanos fue el gran movimiento de masas que desafió al sistema de partido casi único, culminando con la trágica masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Pero en muchas partes de la tierra también se vivieron movimientos sociales antiautoritarios, que sembraron la semilla que posteriormente cambió la historia.
En 1968, Estados Unidos llevaba por lo menos tres años de guerra en Vietnam, con una creciente resistencia entre los jóvenes. Desde las bases áreas que ese país tenía en Filipinas, salían los soldados y los aviones que iban a bombardear Vietnam. Lo recuerdo con gran indignación todavía; mi padre era Embajador en ese país y viviendo con mi familia en Manila veíamos a los soldados –una gran mayoría de origen mexicano y también muchos de minorías raciales de los Estados Unidos– que eran usados como carne de cañón en esa brutal agresión militar. A partir de entonces decidí, como miles de jóvenes de mi generación en muchas partes del mundo, tomar partido contra esa guerra.
Fue una época en la que las expresiones de protesta contra el Gobierno estadounidense se hicieron escuchar acompañadas por la música que surgió con la resistencia; como símbolos de esa época está la canción de Bob Dylan “The Times They Are a Changin”, también “Blowin in The Wind” y la de Peter Seeger “Where have all The Flowers Gone”, que se convirtieron en himnos de los jóvenes contra la decisión del poder político y económico en un conflicto bélico que ellos no compartían.
Mi padre y toda la familia seguíamos con mucha atención y comentábamos las noticias que hablaban del crecimiento del movimiento pacifista en Estados Unidos y el movimiento hippie con el impacto cultural que significó alrededor del mundo. Nosotros veíamos la intervención norteamericana en Vietnam como un abuso intolerable de una potencia contra una nación pequeña. Nos horrorizaba ver despegar a las naves militares con su carga de muerte y de Napalm para aniquilar seres humanos.
En Estados Unidos se dividieron las familias: los jóvenes y las minorías raciales se unieron al movimiento pacifista y por los derechos civiles, el cual también contó con un gran himno y una gran intérprete, Joan Baez que cantaba “We Shall Overcome”.
Antes del 68, en marzo de 1967, el Campeón Mundial de boxeo de los pesos completos, Mohamed Alí, se negó a alistarse en el ejército norteamericano para ir a Vietnam y fue suspendido y encarcelado por ello. Coincidía plenamente con la lucha de Martin Luther King, quien el 4 de abril de 1967 en un sermón en Nueva York, dijo: “Veo esta guerra como injusta, perversa e inútil. Hoy digo este sermón porque mi conciencia no me ha dejado otra opción… Coincido con Dante en que el lugar más caliente del infierno está reservado para quienes en momentos de crisis moral, se mantienen neutrales”.
La resistencia a la guerra continuó creciendo y en 1968 se realizaron las mayores manifestaciones de la época, coincidiendo con la lucha contra el racismo y por el reconocimiento de derechos de la población afroamericana. La respuesta de los grupos guerreristas más agresivos tuvo un saldo trágico el 4 de abril de 1968 con el asesinato de Martin Luther King, al año exacto de su discurso contra la guerra.
Los años sesenta en Estados Unidos y en el planeta estuvieron marcados por una profunda revolución cultural: la música de protesta, (dos de las canciones que se convirtieron en símbolo de esa época y con las que me identifico personalmente, escritas poco después de 1968 por John Lennon, “Give Peace a Chance” y, por supuesto, “Imagine”), el anhelo de participación de millones de jóvenes en la vida política y social; el deseo de esa generación de que se respetaran sus libertades públicas e individuales; la irrupción de un gran movimiento feminista y la liberación sexual con el arribo de la píldora, el uso lúdico de estupefacientes como el LSD, todo amalgamado y explicado por un cuestionamiento de los autoritarismos en el ámbito público y en el privado, a la larga transformaron al mundo hasta el día de hoy. Específicamente para Estados Unidos la guerra de Vietnam fue un parteaguas porque se convirtió en la primera derrota militar de ese imperio.
Paradójicamente por ser el de entonces un mundo bipolar, también en los países del socialismo real se vivían tiempos agitados por esfuerzos contra el autoritarismo y el control sobre la vida que ejercía la Unión Soviética. En Checoslovaquia, Alexander Dubcek, líder del Partido Comunista desde enero de 1968 inició un gran movimiento con el respaldo popular y de la juventud, con el objetivo de construir lo que llamó un socialismo con rostro humano, y se proponía que el mismo fuera compatible con las libertades políticas, el pluripartidismo, la libertad de expresión y de crítica, el respeto a los derechos humanos, y la libertad sindical y el derecho a huelga.
Mi familia se había trasladado a Polonia a donde mi padre había sido nombrado embajador, y me tocó ver, desde dentro del llamado socialismo real la enorme simpatía y esperanza que generó en los jóvenes, la valiente decisión de los dirigentes checos y eslovacos. A pesar de la censura en las noticias oficiales en Polonia, la gente estaba enterada de los acontecimientos. Durante unos cuantos meses se vivió la ilusión de que si era posible construir un socialismo con rostro humano, pero la noche del 20 al 21 de agosto las tropas del Pacto de Varsovia entraron en Praga y acabaron de tajo con la ilusión de que era posible un cambio Pacífico antiautoritario en esos días a los que el mundo conoció como “la primavera de Praga”, respaldado con la presencia de intelectuales como Milan Kundera, Vaclav Havel y el ajedrecista Ludek Pachman, y por supuesto, miles y miles de jóvenes.
Dubcek fue sometido por los soviéticos, destituido de sus cargos, expulsado del partido junto con el 20 por ciento de sus militantes y enviado a trabajar de guardabosques.
También se acabó con la esperanza de cambios en Polonia; Al llegar a Varsovia a mediados de 1968 vimos las manifestaciones de jóvenes que, también salieron en Cracovia, ilusionados por seguir el ejemplo de los reformadores de Checoslovaquia y seguramente ahí se sembró la semilla, que a pesar de la reprensión, posteriormente dio vida al movimiento Solidaridad, encabezado por Lech Walesa.
El repudio ante la represión soviética en Praga se expresó en muchas partes del mundo. Especialmente pude conocer y compartir, posteriormente –siendo ya integrante del Partido Comunista Mexicano–, los argumentos de los llamados Partidos Eurocomunistas, como el Italiano, encabezado por Enrico Berlinger, el Partido Comunista Español, de Santiago Carrillo; el Partido Comunista Francés, de George Marchais y en México el Partido Comunista dirigido por Arnoldo Martínez Verdugo, los cuales se distanciaron de la visión autoritaria de Moscú y empezaron a reivindicar, como uno de los valores fundamentales, no solo la justicia social, sino también la democracia y la libertad, y rechazaron enérgicamente la invasión a Checoslovaquia. Como bien dice la maravillosa frase que conocimos millones en ese momento, atribuida a Pablo Neruda: y que adoptaron los jóvenes “podrán cortar todas las flores, pero no pueden impedir que regrese la primavera”. Y sí, finalmente, años después cayó el Muro de Berlín y desapareció el llamado socialismo real, que se había fincado sobre bases de control autoritario de la sociedad y de la represión.
En 1968 en Francia también se llevaron a cabo grandes movilizaciones. El rechazo a la guerra de Vietnam, la inconformidad con un estado de cosas amorcillado, que limitaba la participación de la sociedad en el rumbo del país y la nueva cultura libertaria en lo público y en lo personal que cundía en el planeta, apoyados, además en la visión filosófica de intelectuales como Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Hebert Marcuse y Louis Althusser, fueron el caldo de cultivo de un movimiento que tuvo su origen en la Universidad de Nanterre, al que muy pronto se unieron estudiantes de la Sorbona y los grandes sindicatos, especialmente los de la industria automotriz. Juntos los jóvenes y los trabajadores convocaron a una de las mayores huelgas de la historia de Francia.
El viejo héroe de la Segunda Guerra Mundial, el general De Gaulle, presidente de Francia, optó por utilizar a la policía y los jóvenes trataron de defenderse construyendo barricadas, especialmente en el Barrio Latino.
Finalmente estas movilizaciones aunque fueron aplastadas obligaron al gobierno a adelantar las elecciones y poco después De Gaulle renunció al poder. Por mi parte, viviendo en Varsovia, escuché hablar del Mayo Francés y sus jóvenes que se “proponían cambiar el mundo” y que acuñaron la frase “seamos realistas, pidamos lo imposible”.
Fue también en Varsovia 1968 que me enteré de que México, durante tanto tiempo gobernado por un solo partido, no era ajeno a esa ansiedad de libertad que recorría al mundo, supe con horror por las noticias que llegaban a Polonia, del uso de la policía y, lo peor, incluso del Ejército para reprimir a los jóvenes; una imagen fotográfica que está en mi memoria es la de los tanques en el Zócalo.
Yo quería estar lo más cerca posible de los acontecimientos de mi país y les pedí a mis padres que me permitieran regresar a estudiar a México. En 1969 ingresé a la Preparatoria de la Universidad Autónoma de Zacatecas y lo primero que hice fue buscar, junto con otros jóvenes, toda la literatura y testimonios sobre lo que había pasado en el movimiento de 1968. Formamos un grupo de lectura y cayó en nuestras manos entre otros el libro de Elena Poniatowska “La Noche de Tlatelolco”. Leímos, más bien devoramos, la Revista Política, editada por Manuel Marcué Pardiñas, y tuvimos la oportunidad de tener los relatos de esos meses aciagos, maravillosos y dolorosos del 68 directamente de varios jóvenes recién egresados de la UNAM que llegaron a dar clases a la Universidad Autónoma de Zacatecas. Con todo ello, pudimos saber, con mayor precisión, que los jóvenes demandaban diálogo con el Presidente, exigían que ante las manifestaciones no se usara la represión y demandaban la libertad de los presos políticos. ¡Querían democracia y libertad, en un país autoritario de partido casi único, asfixiante! Acuñaron la frase “prohibido prohibir”.
Yo me casé con uno de estos economistas –Sergio Corichi Flores– y al llegar a vivir a la Ciudad de México conocí a varios de los lideres del Consejo Nacional de Huelga y otras figuras emblemáticas del movimiento estudiantil de 1968, todos encarcelados utilizando una figura infame conocida como “delito de disolución social”: a Gilberto Rincón Gallardo; a Pablo Gómez; a Salvador Martínez della Roca, El Pino; a Gerardo Unzueta; Eduardo Valle, El Búho, Félix Goded y también conocí a los grandes luchadores por la democracia sindical por los cuales los jóvenes de 1968 se habían movilizado exigiendo su libertad, como Demetrio Vallejo y Valentín Campa, a quien recuerdo no solo con admiración sino con muchísimo cariño.
Pero las víctimas de la represión del régimen autoritario que encabezaba Gustavo Díaz Ordaz, tanto los masacrados en la Plaza de las Tres Culturas, como los encarcelados y los perseguidos, marcaron a mi generación y a las posteriores, pero sobre todo su movimiento contribuyó a desmantelar el sistema de partido de Estado en Mexico y a una transición democrática que aún hoy tiene asignaturas pendientes, que inició en 1977.
A quienes estuvieron en el movimiento de 1968 aplica la frase que, me dicen, acuñó Ernesto Cardenal: “somos los derrotados de una causa invencible” la de la Democracia y la Libertad.
Por sus charlas, análisis de los acontecimientos no comentarios, fui conociendo con detalle lo que se vivió en esas 10 semanas de 1968, hasta la masacre del 2 de octubre.
Rosario Castellanos, en “Memorial de Tlatelolco” retrató el horror:
La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino sólo su efecto de relámpago.
Y a esa luz, breve y lívida, ¿quién? ¿Quién es el que mata?
¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer en el pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.
Y en la televisión, en la radio y el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un
minuto de silencio en el banquete.
(Pues prosiguió el banquete.)
No busques lo que no hay: huellas, cadáveres,
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa:
a la Devoradora de Excrementos*.
No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Ay, la violencia pide oscuridad
porque la oscuridad engendra sueño
y podemos dormir soñando que soñamos.
Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangra con sangre.
Y si la llamo mía traiciono a todos.
Recuerdo, recordamos.
Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordemos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.
–Amalia García Medina. Política de izquierda y luchadora social, fue integrante del Partido Comunista Mexicano, Partido Socialista Unificado de México, Partido Mexicano Socialista y fundadora del Partido de la Revolución Democrática, del que fue presidenta nacional y al que renunció el 24 de junio de 2018. Fue Gobernadora de Zacatecas de 2004 a 2010, y ha sido también Diputada federal y Senadora de la República.