El historiador Paco Ignacio Taibo II recuerda en este texto que el placer del movimiento estudiantil de 1968 era su masividad, su unanimidad. «Lo individual diluido en lo colectivo».
A veces no reconozco lo que estoy viendo, dice de cuando observa las fotografías de hace 50 años.
«Es mucha más vital la imagen en la memoria de las batas blancas de Medicina, por miles, que revoloteaban en las islas de CU el día en que se declaró la huelga», afirma.
Ciudad de México, 30 de septiembre (SinEmbargo).– Nunca he vuelto de la nostalgia una bandera y nunca he habitado en un cuarto sin puertas y con tan sólo un ventanuco en lo alto, inaccesible, desde el que pueden observarse imágenes del 68. Y sin embargo, el movimiento estudiantil, mi memoria de aquel año mágico, está extrañamente cercana.
Carajo, han pasado casi 50 años y puedo recordar con bastante más precisión los debates sobre si la manifestación silenciosa debería serlo, los mítines en el Mercado de Mixcoac, las noches arrullado por los dos mimeógrafos que teníamos en Ciencias Políticas, que algo que pasó hace un mes en mi vida.
¿Será que significó en nuestras resistentes persistencias una ruptura total, un cambio hacia un rumbo aún por acabar de descubrirse?
¿Será que vislumbramos que la clase media ilustrada tenía al fin un país? No, no puede ser eso, el descubrimiento de México fue posterior, se produjo al vivir con las costureras de Irapuato varios meses en sus luchas, con los electricistas del Sterm y los ferrocarrileros vallejistas en El Bajío, Oaxaca, Chihuahua. Y desde luego, muchos años después en Durango y Chihuahua buscando el fantasma de Pancho Villa.
A lo más el 68 nos dio ciudad, rompió los límites de la docena de colonias que los estudiantes frecuentábamos y nos llevó a la refinería de Pemex, a las calles solitarias de la Gustavo A. Madero, a los mercados de Ixtapalapa, a las armadores de automóviles de Irrigación, a las vecindades de la Guerrero, a los patios escondidos del centro histórico, a la polvorienta Neza y a las zonas industriales de la Vallejo y Azcapotzalco.
Me prestaron un archivo con fotos del movimiento. Las repaso sabiendo que no habrá fotos mías a no ser que sean en medio de una inmensa multitud anónima donde ninguna cara puede distinguirse. En 68 no dejábamos que nos tomaran fotos: escondíamos el rostro tras un periódico o una pancarta. Se decía que los fotógrafos de prensa vendían copias de sus fotos a Gobernación (cosa que debería ser cierta). Pero además el placer del movimiento era su masividad, su unanimidad. Lo individual diluido en lo colectivo. A veces no reconozco lo que estoy viendo. Es mucha más vital la imagen en la memoria de las batas blancas de Medicina, por miles, que revoloteaban en las islas de CU el día en que se declaró la huelga.
¿Al fin y al cabo es sólo memoria? Por fortuna es una memoria que comparto con miles de mexicanos, incluso los que no lo vivieron. Es la memoria de la libertad, de entonces y por venir.
–Paco Ignacio Taibo II. Historiador y escritor es, entre otras muchas cosas, prófugo de tres escuelas superiores, participante del movimiento estudiantil de 1968 y fundador del género neopolicíaco en América Latina, además de profesor universitario y fundador de diferentes publicaciones culturales. Autor de al menos 19 novelas, tres libros de cuentos, libros de historia, varias antologías, libros de reportaje y crónica publicados en 21 países, sus obras han sido mencionadas entre los «libros del año» en The New York Times, Le Monde y el LA Times, entre otros diarios. Ha recibido el Premio Nacional de Historia INAH (1986), el Premio Internacional de Novela Planeta-Joaquín Mortiz y tres veces el Premio Dashiell Hammet a la mejor novela policíaca. Fundó y dirigió hasta 2012 el festival literario de la Semana Negra de Gijón. Entre sus obras de ensayo destacan “Ernesto Guevara, también conocido como el Che” o “Pancho Villa. Una biografía narrativa”.