El jueves pasado, dos bomberos, con más de diez años de servicio en Nicolás Romero, Estado de México, fueron asesinados. El móvil fue un robo de 16 mil pesos que el Sargento Pedro Ambrocio Martínez pidió para reparar su hogar. Era su día libre, lo acompañaba su compañero y amigo, el Teniente Abraham Xochipa Atilano; a él le negaron un crédito similar. Aun así, estaba contento. Dos jóvenes los abordaron. Les pidieron el dinero. Ellos protestaron. Los disparos que enlutaron a dos familias y a toda una corporación salieron de una sola arma.
Ciudad de México, 30 de julio (SinEmbargo).– Es casi el medio día y el sol obliga a fruncir el ceño y entrecerrar los ojos. La estación de bomberos de Nicolás Romero, en el Estado de México, cotidianamente alista y forma impecablemente los uniformes de sus elementos para el momento en que la sirena anuncie la urgencia de acudir a algún siniestro. Este 29 de julio fue la excepción. La fachada –con un gran moño negro colgado– anunció el infortunio, el luto.
Ambulancias, patrullas y camiones de bomberos de la entidad gobernada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), acudían a la estación. Los paramédicos, policías y bomberos descendían cabizbajos de las unidades y acarreaban coronas y arreglos de flores.
Autos particulares se estacionaban a los alrededores de la unidad. Mujeres y niños –principalmente– caminaban entre las cuatro filas que se formaron con más de sesenta elementos de bomberos de diversas corporaciones a las afueras de Nicolás Romero, con la mirada perdida, abrazados unos a otros, hundidos en un llanto incontenible, hasta llegar a un altar.
En la estación, una pequeña mesa con manteles blancos, figuras religiosas de cerámica, veladoras, flores y una fotografía, estaba listo para recibir los cuerpos del Sargento Pedro Ambrocio Martínez y al Teniente Abraham Xochipa Atilano.
A las 12:13 del día, la banda de guerra entonaba el Toque de Bandera, mientras el símbolo patrio era izado a media asta en señal de duelo. Una carroza antigua de color blanco arribó con Pedro dentro de un ataúd azul, quien fue el hermano «de en medio» entre 18.
Su hermano menor, Julio Ambrosio, rememora que Pedro lo enseñó a trabajar y a ser responsable, «nos sentimos muy orgullosos de él», dijo.
Enseguida, un vehículo similar en tono negro llegó con Abraham reposando en un féretro gris. El Teniente es recordado por sus compañeros «como una persona muy alegre». Por su gusto por la música y para completar el gasto familiar, Abraham participaba como tecladista en el grupo versátil «Herencia J.C» que tocaba en eventos sociales.
Ambos fueron llevados por sus compañeros hasta el altar para ser honrados y despedidos entre dolor, lágrimas, aplausos y rabia por la forma en que les fue arrebatada la vida.
LA TRAGEDIA
El pasado 28 de julio, el Sargento Pedro Ambrocio y el Teniente Abraham Xochipa, bomberos desde hace más de diez años en la base Nicolás Romero, fueron asesinados en el Estado de México, a cargo de Eruviel Ávila Villegas.
Cifras oficiales revelan que durante el primer semestre de este año se han registrado al menos 32 mil 419 denuncias por robo común, que incluyen robos con y sin violencia, tanto de vehículos, a casas, negocios, transportistas, transeúntes y otros no especificados.
Los transeúntes de la entidad han denunciado 3 mil 328 robos de los cuales 2 mil 976 fueron con violencia.
Al finalizar el homenaje, Claudia Barranco, esposa de Pedro, expresó que ambos buscaban brindar una mejor calidad de vida a sus familias. Los bomberos deseaban realizar arreglos en sus hogares, razón por la cual cada uno pidió un préstamo de 16 mil pesos, sin embargo, a Abraham se le negó el dinero.
«El préstamo era para arreglar nuestra casita. Mi esposo estaba ganando 3 mil 700 pesos a la quincena, necesitábamos el dinero para hacer reparaciones», comentó Claudia a este medio tras el homenaje.
Al salir de la sucursal bancaria, dos sujetos jóvenes –uno de ellos con arma de fuego– interceptaron a los bomberos y a Claudia en el semáforo de la avenida Gustavo Baz en Echegaray, en el municipio de Naucalpan.
«Los del banco les avisan a los asaltantes. ¿Cómo iban a saber ellos [los ladrones] que traíamos dinero. Les dispararon de cerquita. Yo no sé si a mí no me vieron, yo venía en la parte de atrás. Le dispararon primero a mi esposo y después a su compañero. Agarraron el dinero, se subieron a una moto y se fueron», recordó la deuda.
Abraham y Pedro se negaron a entregar el dinero. El hombre del arma disparó primero en contra del Teniente, quien viajaba como copiloto y después descargó la 9 milímetros sobre el Sargento. Los ladrones tomaron el botín y huyeron del lugar. Claudia, en el asiento trasero, ilesa y anonadada, fue testigo del último suspiro de su marido, a manos de la delincuencia.
Abraham falleció casi instantáneamente, Pedro logró bajar del vehículo y pedir auxilio, sin embargo, murió sobre la banqueta cuando llegó la ambulancia. Los esfuerzos por reanimarlo fueron inútiles.
La viuda del Sargento Ambrosio lamentó: «[en el Edomex] hay mucha delincuencia, pero todo viene de casa, todo se aprende en casa, si la familia no te inyecta valores pasa esto».
Sumida en shock tras el atraco, tuvo que ser atendida por paramédicos con quien dijo estar agradecida por intentar arduamente que su esposo no cerrara los ojos eternamente. En el lugar, elementos policiacos embalaron doce casquillos percutidos.
«Voy a recordarlo como el mejor hombre del mundo. Él era todo lo que no te imaginas», platica. Mira a Carlos y sonríe: «él es nuestro hijo en común. Teníamos 16 años de casados, trató a mis hijas como si fueran suyas ¿cómo iba yo a expresarme de ese hombre?, lamentó la viuda.
Carlos, el pequeño hijo de Pedro, quien tiene apenas diez años, acompañaba a su padre a la estación cada que tenía oportunidad. Carlos anhela ser como su papá. Carlos ansía ser bombero. Carlos desea ser un héroe.
«Ellos dos [Pedro y Abraham] me enseñaron mucho de lo que ahora yo sé, me enseñaron a utilizar la herramienta». Rompe en llanto, señala la estación y recuerda: «aquí yo venía con mi papá. Voy a recordar a mi papito siguiendo sus pasos. Quiero ser bombero, estoy orgulloso de mi papi. Es un héroe».
MÁS QUE COMPAÑEROS, LOS BOMBEROS SON FAMILIA
Los compañeros de Abraham y Pedro coinciden en que en la base de Nicolás Romero se vive un ambiente de hermandad.
El Teniente Armando Cuandón recuerda que su último servicio con los fallecidos fue en el barrio de San Juan Tlihuaca, «hubo un derrumbe ocasionado por la lluvia, un muro de contensión se fue sobre una casa, allí estuvimos laborando ellos y yo. Salimos ayer en la mañana y como decimos aquí: ‘cámara, carnalito, dios te bendiga, mañana nos vemos’. Ya no los vimos», comentó entre lágrimas.
Cuandón aseguró que las condiciones laborales «dependen de cada quién, o sea, como tú quieras hacer tu trabajo y en el ambiente en el que tú lo quieras hacer porque aquí tenemos una hermandad, todos somos una familia, aquí nunca vas a ver a alguien pelear, aquí todos echamos cotorreo».
«Estamos con lo suficiente para cumplir con el trabajo. [Sobre los salarios] no nos podemos quejar, están accesibles. Nos permite tener una vida digna. Si no estuviéramos a gusto le aseguro que no estaríamos aquí. Es vocación, pero también es necesidad. Estamos bien en cuestión equipo, en cuestión de salarios, pues…», dijo.
No obstante, un elemento, que para evitar represarias omitiremos su identidad, reviró: «No es mucho el salario que ganamos, estamos por necesidad y por vocación. Aquí todos los días se arriesga la vida».
«Hay quienes ganan 2 mil 500 a la quincena, otros un poco más». Finalmente muestra las cicatrices en sus brazos, ocasionadas tras un incendio forestal. Un superior lo llama. Ahí termina la conversación.