COLUMNISTA INVITADO | “Cosas de animales”: escribe Daniel Rodríguez Barrón

30/07/2016 - 12:03 am
Esculturas Contra La Indiferencia Foto Francisco Cañedo Sinembargo
Esculturas Contra La Indiferencia Foto Francisco Cañedo Sinembargo

El escultor parece decirnos que de niños ensayamos nuestra depresión y nuestra ira, nuestro afecto y nuestra envidia. Y allí está el fantasmata de Agamben-Warburg: somos espacios vacíos donde la genética y la cultura imprimen sus lecciones.

Ciudad de México, 30 de julio (SinEmbargo).- En un pequeño pero poderoso estudio de la obra de Aby Warburg, el filósofo Giorgio Agamben nos cuenta que en un tratado italiano del siglo XV sobre danza, Domenico di Piacenza enumera los “seis elementos fundamentales del arte: medida, memoria, agilidad, manera, calculo del espacio y fantasmata”.

Este último elemento, señala Agamben, es la estrecha relación entre “memoria, imaginación y tiempo” (…) “La memoria no es posible sin una imagen (phantasma), la cual es una afección, un pathos de la sensación o del pensamiento”.

Para Agamben, es probable que Aby Warburg conociera el tratado de Domenico, al acuñar la definición Pathosformel que es el “aspecto estereotipado y repetitivo del tema con el que el artista se medía en todo momento”. ¿En qué consiste ese aspecto con el que el artista se mide en todo momento?

Si uno recorre el Atlas Mnemosine de Warburg se enfrenta a una serie de imágenes relacionadas por su pathos, una zona, a decir otra vez de Agamben, “ni consciente ni inconsciente, ni libre ni no libre, en la que, sin embargo, están en juego la conciencia y la libertad del hombre”.

Esta zona ambigua, tan cara para Warburg, ni totalmente heredada ni completamente social, pero necesaria para crear lazos de convivencia afectiva, reproducida en una imagen, esta vez tridimensional, puede verse en toda su complejidad en la muestra Cosas de animales del escultor Antonio López que se presenta en el Antiguo Palacio del Arzobispado.

Se trata de un conjunto de seis piezas que representan a niños, unos en piyama de animales y otros en calzoncillos y como las ninfas, los seis están al borde de las dos fuente del palacio. Cada una representa, a veces con ambigüedad y otras veces con exactitud, algunos de los pecados capitales a los que el escultor agrega la depresión y la indolencia.

No sé si es una mera coincidencia que estén en las fuentes o es una elección de artista, pero sea de un modo o de otro, nos recuerda lo líquidas que son nuestras emociones, lo lábil de nuestro carácter, ahora estamos molestos, ahora deseamos un objeto, ahora no te dejo jugar, pero mañana voy a estar triste. Lo terrible es que estos actos no están representados por adultos, ¡sino por niños! Y eso hace que las piezas, que las imágenes, nos resulten más dolorosas: ¿un niño deprimido? Allí está. ¿Uno iracundo y violento? Allí está.

El escultor parece decirnos que de niños ensayamos nuestra depresión y nuestra ira, nuestro afecto y nuestra envidia. Y allí está el fantasmata de Agamben-Warburg: somos espacios vacíos donde la genética y la cultura imprimen sus lecciones. A través de las piezas, Antonio López nos plantea una pregunta terrible: ¿somos solamente la representación de nuestros sentimientos?, ¿sólo somos un repertorio bien ensayado de gestos o en verdad somos entidades libres? Y como cereza del pastel, o mejor, como tiro de gracia, la exhibición se llama “cosas de animales”, ¿se deprime el tigre?, ¿la urraca siente envidia?, ¿esos sentimientos “tan humanos” no serán sino meras estrategias de supervivencia que hemos aprendido como animales?

Entonces, ¿qué hay de verdaderamente humano en nosotros? El escultor sonríe, acaso la escultura, es decir el arte, la posibilidad de crear un escenario propicio para representar el drama que significa ser humano, un animal que sabe que lo es y que a veces hasta cree que no lo es. Bajo la apariencia dulce de niños pequeños, las esculturas de Antonio López nos obligan a pensar en el yo y en los otros, en la supuesta probidad de nuestros sentimientos, que más bien dependen de un riguroso catálogo de gestos —unos innatos y otros inventados— que nos permite darnos a entender.

Como los artistas de Domenico di Piacenza, vamos en el mundo por fantasmata, somos puro reflejo, y si vamos a decirlo en términos plásticos, pura forma.

Daniel Rodríguez Barrón Foto Cortesía
Daniel Rodríguez Barrón Foto Cortesía

¿Quién es Daniel Rodríguez Barrón? (Ciudad de México, 1970) estudió Letras Inglesas en la UNAM y Guionismo en la SOGEM. Es autor de la novela La soledad de los animales, elegida por el periódico Reforma entre las mejores novelas publicadas en el 2014. Es autor de la obra de teatro La luna vista por los muertos, publicada en el volumen Teatro de la Gruta II, con la que recibió en el 2002 el Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo y fue estrenada en el 2007 en el teatro Sor Juana Inés de la Cruz. Su cuento “En casa” está en la antología Sólo cuento (2009) editada por la UNAM. En el 2008, recibió el Premio Nacional de Periodismo por el su documental Manuel Felguérez: Disidencia sin fin; y recibió una mención honorífica en el Premio Alemán de Periodismo 2009 por su documental Adiós al Palacio de las lágrimas. Su ensayo “Carcosa” aparece en la antología de ensayos Te guardé una bala, publicado por Abismos Casa Editorial (2015). Y su reciente publicación es el libro de cuentos Los mataderos de la noche (2015).

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