El proyecto funciona desde 2012, cuando el arquitecto Günter Reichert abrió el primero de estos centros en Núremberg, con el objetivo de fomentar el intercambio cultural e impulsar el aprendizaje del idioma.
Por Paula Gómez de Tejada Espinosa
Berlín, 30 abr (EFE).- Bautizadas con el nombre de «Asylothek», pequeñas bibliotecas abiertas por voluntarios en albergues de refugiados repartidos por toda Alemania intentan facilitar la integración de algunos de los cientos de miles de solicitantes de asilo llegados al país.
El proyecto funciona desde 2012, cuando el arquitecto Günter Reichert abrió el primero de estos centros en Núremberg, con el objetivo de fomentar el intercambio cultural e impulsar el aprendizaje del idioma.
Hoy hay ya 76 «Asylothek» en fase de construcción o abiertas, la última esta semana en Berlín, en una iniciativa distinguida con el Premio Cívico Alemán.
Salam Al-Hassnawi tiene 22 años y es de Bagdad. Llegó a Alemania hace ocho meses huyendo de la guerra que destruye su país desde 2003 para cumplir su sueño: tener futuro; una pretensión sencilla que, sin educación, es inalcanzable.
Para evitar que situaciones como la de Al-Hassnawi sigan sucediendo nacieron las «Asylothek» en los centros de acogida, cuyos residentes pueden, de forma gratuita, tomar un café e intercambiar experiencias mientras disfrutan de un buen libro en su idioma, aprenden sobre la cultura alemana o, incluso, estudian alemán.
«Los profesores somos los voluntarios, que enseñamos de una forma más cultural y didáctica. Sin exámenes ni supervisiones. Sin reglas», indica a Efe una de las voluntarias de las «Asylothek» de Berlín, Suzanne Visentini.
Al no disponer de ayuda económica por parte del Gobierno, el centenar de libros que ofrecen normalmente los centros se consiguen gracias a donaciones de particulares, antiguas librerías y bibliotecas.
«También tenemos un espacio en una página de donaciones online –www.betterplace.org– en la que hacemos campaña y recibimos donaciones con las que luego compramos estanterías, mobiliario o libros en idiomas más difíciles de conseguir como farsi, kurdo, ruso o serbio», declara Visentini.
La «satisfactoria» experiencia de la «Asylothek», que desde 2015 existe en el antiguo hotel abandonado y reformado para servir de centro de acogida en el barrio berlinés de Pankow, fue «el impulso necesario» para crear otro centro en la capital.
El lugar elegido fue el antiguo aeropuerto de Tempelhof, en desuso desde hace ocho años y que actualmente sirve de alojamiento temporal para los recién llegados.
En tres hangares, cerca de 2 mil refugiados, muchos de ellos niños, duermen en carpas en las que solo tienen 2.5 metros cuadrados por persona y donde no cuentan con cabinas de ducha ni retretes en condiciones, explica a Efe uno de los voluntarios.
Uno de esos inquilinos es Salman, un sirio de 18 años que llegó hace cinco meses a Berlín huyendo de las bombas y las explosiones que, diariamente, sacuden su país.
«Esta iniciativa es muy buena porque podemos aprender el idioma y ayudar a nuestras familias a entenderse», destaca.
Una idea con la que coincide Visentini: «Los niños tienen más facilidad para aprender el idioma y no tienen tanta vergüenza, así que en poco tiempo ellos son los que animan a sus padres a venir a aprender. Incluso les hacen de traductores, es increíble», señala.
Durante más de una semana, una veintena de voluntarios y curiosos «de todas las nacionalidades» destinaron gran parte de su tiempo a montar estanterías, pintar armarios, colocar sofás, desenvolver libros o instalar aparatos eléctricos en el hangar de Tempelhof.
El proyecto que comenzó hace ya cuatro años sigue expandiéndose y desde la organización esperan que «pueda seguir creciendo y extendiéndose por Europa».