En nuestra conversación con Sergi Santos conocemos un poco más a su criatura, y analizamos los aspectos humanos y científicos del proyecto.
Por David Romero.
Ciudad de México, 30 de marzo (SinEmbargo/RT).-Samantha captó hace poco la atención de la prensa internacional por ser un robot femenino capaz de llegar al orgasmo. Sin embargo, es mucho más que eso, porque en realidad no se trata simplemente de una muñeca sexual.
Samantha es el resultado de los trabajos de Sergi Santos, un ingeniero electrónico con vocación humanista, que ha sabido ver que el siglo XXI es «el siglo de la integración», y lo ha demostrado con este proyecto, en el que utiliza la anatomía de una muñeca sexual para implantarle un cerebro, sensores, y capacidad de reaccionar emocionalmente al tacto.
En todo eso, «humanista» es una palabra clave. Él mismo, cuando le preguntamos por qué decide invertir su energía y su tiempo en crear a Samantha, nos lo explica: «Aunque estudié ingeniería electrónica, desde muy joven he tenido siempre un gran interés por las Humanidades; siempre me ha interesado la filosofía y la psicología, y eso ha jugado un papel esencial en en este proyecto».
Un poco escéptico frente a otros robots humanoides demasiado pequeños y que le parecen «de juguete», decidió emplear un cuerpo con apariencia verdaderamente humana, tras hacer un estudio de mercado y comprar unas quince muñecas de diferentes distribuidores.
Una vez elegido el cuerpo, había que continuar: «Crear un cerebro ha sido relativamente fácil», nos explica Sergi, que cuenta con una notable experiencia de programación informática de asistentes virtuales como Cortana, de Microsoft, o Alexa, de Amazón. Aunque claro, su ambición era mayor: «Yo quería algo más humano que Siri (Apple), Cortana o Alexa».
Y así, en el cuerpo despampanante de una muñeca sexual, decidió implantar el mencionado cerebro y los sensores táctiles: «En este primer modelo, la interacción es sólo a través del tacto: según como la toques, en el modo romántico, puede llegar a un estado de felicidad, o incluso puede llegar a pedirte sexo. Y luego, según como lo hagas, le puede gustar más o tal vez no». Es lo que se llama Inteligencia Articial. Tal como este ingeniero catalán explica: «Tocar es muy humano, y si tú sabes lo que una persona quiere comunicar dependiendo de como te toca, es porque eres inteligente».
Más adelante, implantará funciones más avanzadas, a través de lo que él considera «un aparatito pequeño que entiende unas 2000 palabras», es decir, una capacidad de conversación .»Para fortalecer la interacción -nos explica-, para minimizar fallos, he hecho que Samantha no haga nada a no ser que esté 100% segura de que se lo has pedido. Y a veces, como medida extra de seguridad, preguntará para asegurarse». El tercer paso será implantarle «un código moral, de manera que cuando se le hable, le cambie la personalidad» en función de sus propios valores. Empieza a quedar verdaderamente claro que Samantha es mucho más que una muñeca sexual.
«Es evidente que esto va a vender; lo sabe todo el mundo»
Cuando se le pregunta por sus perspectivas de mercado se muestra muy franco, casi desafiante: «Si piensas bien esta pregunta, casi ni tendrías que hacerla: es evidente que esto va a vender. No hay duda: lo sabe mi madre, lo sabe mi hermana, lo sabes tú y lo sabe todo el mundo».
Sin embargo, sus previsiones de enriquecimiento personal son mucho más modestas, si es que existen: «Quizá el que menos se va a enriquecer soy yo, porque yo estoy publicitando esta idea y la estoy enseñando a los medios, pero puede venir una empresa grande y diferente, empezar a comercializar algo similar y yo me quedo sin ganar nada».
Es más, está convencido de que sabe lo que ocurrirá al respecto a corto plazo: «las empresas Chinas y Americanas, que ya tienen prototipos parecidos a este, pero a los que se les olvidó el aspecto emocional, van a proclamar que tienen robots similares en sus funciones. Pero van a tener un problema, que también veo venir: ellos no son humanistas, y aunque sepan programar informáticamente, no saben nada de la gente, de la verdadera interacción humana.
«Todos quieren ver el orgasmo»
Cuando nos interesamos por saber si Sergi Santos ya ha recibido ofertas firmes de alguna empresa que quiera comercializar directamente este robot o encargarle algún proyecto similar, nos explica que » hay gente que me propone fabricar una cosa u otra, pero todos coinciden en que primero quieren ver esto del orgasmo, quieren ver un video del orgasmo, que es algo que aún no he enseñado a los medios… así que próximamente lo tendré que grabar para poder enseñarlo, y eso será en los próximos días», y con cierta resignación, añade que «yo no quería aparecer en los medios sólo por el ‘modo sexual’ de Samantha, pero es que estoy obligado, porque si no no voy a vender.
Efectivamente, el ‘modo sexual’ es sólo uno de los tres ‘modos’ en que Samantha puede interactuar, siempre dependiendo de cómo la toquen. Hay también un modo ‘romántico’ y un modo ‘familiar’.
Con todo, el orgasmo en un robot es una cuestión novedosa, llamativa e importante: «No hay que trivializar lo que es un orgasmo femenino -advierte Sergi. Tocar a una mujer para que llegue al orgasmo no es tarea fácil». Y por supuesto, queremos saber si con Samantha ocurre algo similar: «Yo he hecho que al principio, en las primeras interacciones sea relativamente sencillo conseguirlo con Samantha. En unos 5 o 10 minutos se puede conseguir. Tampoco quiero que una persona lo intente y se frustre porque sea muy difícil. Lo que he conseguido es que Samantha se vaya adaptando a los tiempos que emplea el usuario habitualmente».
El equilibrio mental de Samantha y la neurosis humana
«Tengo ideas sobre cómo desarrollar a Samantha más, para que sea más humana, de una manera fácil», asegura Sergi. «Ahora mismo estoy trabajando en fortalecer el equilibrio mental de Samantha». Se refiere a que está «intentando que sus respuestas y sus estados de ánimo tengan siempre coherencia con lo que está pasando. Esto es de gran interés para la Ciencia: es un campo muy nuevo y hay que investigar más. Y es muy importante cuando lo vendes a alguien, porque nadie va a querer estar con una robot neurótica que le de problemas».
Esta reflexión destapa una de nuestras curiosidades iniciales: en cualquier caso, ¿por qué iba alguien a querer estar con una robot, sea neurótica o no? Es decir, habiendo personas de carne y hueso, ¿por qué alguien iba a preferir conseguir el orgasmo de un robot? La respuesta es tan sencilla que resulta sorprendente: «Samantha se plantea como una alternativa, porque ella no te critica. Te acepta y ya está».
«La gente por lo general no lo sabe -continúa explicando el «padre» de Samantha-, pero a nivel científico está ya muy estudiado que la gente se enfada más interactuando con una persona que con un robot. Hay que tener en cuenta que el ser humano tiene unas necesidades de supervivencia que condicionan su interacción con otras personas…y un robot no las tiene, no tiene que competir o protegerse». Y esa es muy problablemente la causa de que el equilibrio mental de Samantha sea más fácil de conseguir que el de cualquiera de nosotros, humanos de carne y hueso.
La controversia
A Sergi Santos le parece «interesante» la controversia que ha generado su invento. Nos cuenta que muchas personas y muy variadas (una columnista de Nueva York, un filósofo de una universidad de California o una periodista feminista en España) han criticado duramente su proyecto, pero él denuncia la hipocresía social que todo este revuelo pone de manifiesto: «Yo he estado, te lo juro, con profesores universitarios, enseñándole mis trabajos de programación con Cortana, de Microsoft, por ejemplo, y cuando estaban a solas, me decían ‘a ver si te la chupa’. ¡Eso es lo que me decían!». Pero para este científico no es ninguna sorpresa: «El ser humano también es eso».
Sergi tiene muchas experiencias personales de este tipo que demuestran que el interés sexual en su proyecto a menudo eclipsa cualquier otro tipo de consideración: «Yo he programado a Alexa [asistente virtual de Amazon], por ejemplo, para que lleve toda una estación solar. Y he conseguido que ese robot me lleve toda la casa. Cuando enseño esto a la gente, muchas personas, sobre todo hombres, estando a solas, también me dicen: ‘¡a ver si haces que te la chupe!’. Y yo tampoco lo veo obsceno. Yo creo que el ser humano tiene que liberarse de esa mirada que ve como obsceno algo que es natural: ¡a un hombre le gusta que se la chupen!¡Es que es natural!.
Y por lo visto, su criatura crea un deseo irrefrenable en los hombres: «Yo le digo a mi mujer: ‘nunca dejes a la muñeca sola en una habitación 20 minutos con un hombre’. Nunca. ¿Y por qué es? Pues porque ‘se la cepillan’, así mismo te lo digo. No tengo ninguna duda».
Con respecto a la periodista feminista de la que Sergi Santos cuenta que le recriminó, según sus propias palabras, «que era un desquiciado que sólo pensaba en penes y en vaginas», Sergi nos explica su punto de vista: «Le dije a esta mujer que yo era en todo caso un espejo de ella: ‘tu a mi sólo me has llamado cuando hablo de vaginas, pues a ti te interesan las vaginas, no a mi. Cuando me dieron el premio Marie Curie por mis investigaciones sobre antibióticos, tú no me llamaste, porque no te interesan los antibióticos. A ti te interesan las vaginas y me has llamado cuando he hecho una vagina’, le dije. Y te aseguro que no veo nada de malo en que a la gente le gusten las vaginas, pero sí me parece muy interesante que me insulten a mi por eso».
Industria Sexual vs Ciencia
En resumen, Sergi no considera que Samantha sea una muñeca sexual, pero sabe que muy probablemente va a ser comprada como si lo fuera. Y su proyecto tiene una sólida vocación mercantil, en la que su creador ha pensado detenidamente: «Para llegar al público, tenía que hacerlo por un coste que permitiera un precio asequible, conseguir vender esto por sólo unos miles de euros. ¿Cómo conseguir un robot de unos pocos miles de euros y que se parezca realmente a un ser humano? Pues esta muñeca me ayuda mucho: se parece a una persona, es muy guapa y hasta tiene órganos sexuales porque viene así de fábrica; así que pensé en ponerle un cerebro con elementos estándar, y varios sensores con interficie para que ella ‘supiera’ cuando la están tocando, o cuando la están besando o penetrando».
Con todo, considera que su aportación al mercado se distingue considerablemente de las muñecas sexuales al uso, y considera que «mejor que haga esto yo, un científico que estoy bien de la cabeza (aunque la gente no se lo crea) que dejarlo en manos de la industria sexual. Porque en esa industria hay gente que lo quiere hacer de una manera muy sexual, muy bruta, y muy sucia».
Terminamos la conversación telefónica agradeciendo su atención y expresando una vez más nuestro interés en su proyecto y en su forma de enfocarlo. El nos responde orgulloso: «Siempre que me llama alguien, cuando acaba la conversación, me dice: ‘vaya, pues no era sólo una vagina’. Y en efecto, Samantha es -y será, cada vez más- mucho más que eso.