“Lo desplegado no anula ni puede borrar del todo el pliegue. Siempre queda una marca en el sitio del doblez, una auténtica cicatriz indeleble, a la vez frontera y línea de la memoria”, escribe Luigi Amara en su reciente libro El quinto postulado/dobleces (Sexto Piso).
Ciudad de México, 29 de diciembre (SinEmbargo).- “Lo desplegado no anula ni puede borrar del todo el pliegue. Siempre queda una marca en el sitio del doblez, una auténtica cicatriz indeleble, a la vez frontera y línea de la memoria”, escribe Luigi Amara en su reciente libro El quinto postulado/Dobleces (Sexto Piso).
Presenta también un libro juvenil llamado El paraíso de las ratas (Sexto Piso), dibujado por Trino Camacho, en una búsqueda por explicar la corrupción en que está metido este país a los chicos, a esos que pronto tendrán que vérsela con ella, fruto como es de casi todos los habitantes de México. No es sólo la corrupción del Estado, es la corrupción que vive dentro nuestro.
Hacer una entrevista por los dos libros es complicado, pero lo intentamos.
“Schopenhauer dijo que los seres humanos somos como puercoespines: si estamos demasiado lejos los unos de los otros, podemos congelarnos, si nos acercamos demasiado nos espinamos. Esta máxima schopenhauariana se materializa en el relato de Amara que parece fincar la condena del amor en la distancia, cercana pero insalvable, que delinea el territorio de nuestro deseo”, es El quinto postulado, escrito por este hombre nacido en 1971, quien obtuvo el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños con Las aventuras de Max y su ojo submarino y que ha publicado, entre otros libros, Historia descabellada de la peluca (Anagrama, 2014) y A pie (Almadía, 2010). En Sexto Piso ha publicado el libro para niños Los calcetines solitarios (2011), ilustrado por Trino, La escuela del aburrimiento (2012), Los disidentes del universo (2013) y Nu)n(ca (2015).
–Son dos libros muy diferentes. ¿Trabajas mucho?
–¿Qué es mucho? No soy Aira. Son dos libros que estaban a la espera y como en Sexto Piso son muy organizados surgieron al mismo tiempo. Son producto de intereses y búsquedas muy diferentes en mi caso. Me ha interesado hacer con cada libro algo distinto. Un autor se repite mucho, por lo menos intentar que cada libro sea un desafío formal, una aventura estética distinta que te replantee qué es escribir. Me llamó mucho la atención una frase de Georges Perec, cuando él decía que “un constreñimiento para mí al no escribir sería hacer un libro parecido”. Un libro de manera inercial.
–Decía Kike Ferrari que los autores se repiten mucho.
–Siempre ha preocupado mucho a los autores. Esa inquietud, esa incomodidad. Hay quienes se sienten muy a gusto de haber encontrado su tono y hay otros como yo en pensar en la literatura como estímulo para un nuevo proyecto.
–Pareciera ser que los escritores tienen una vida corta como los futbolistas.
–Tal vez esta variedad es una manera de alargar esa vida, de jugar en campos llaneros.
–El paraíso de las ratas es un trabajo sobre la corrupción en México.
–Se gestó con vivir en uno de los países de la corrupción, me hizo pensar que ese ambiente, esa cultura, esas prácticas, están moldeando también a los niños. Me di cuenta, porque tengo un hijo, en cierto momento, que había turbiedad en la manera cómo se llevaba él con sus compañeros. Intercambio de cosas, mordidas, entonces me llamó mucho la atención y me di cuenta de que era un fenómeno que está entre nosotros. Pensé en hacer este libro como un verdadero desafío. También quise meter las desapariciones, de una manera sutil, pero como que vieran la generación que falta, falta gente, lo que eso genera, cómo la búsqueda está llena de una cadena muy sucia, de complicidades, de engaño, que tuviera también algo de humor y de crudeza a la hora de retratar esa realidad. Un libro que pusiera sobre la mesa que hiciera patente entre los lectores algo que no suele estar en la mesa de discusión. Yo oscilo entre la desesperanza y la esperanza total. De algún modo, no creo que sea algo que se pueda solucionar con el ejemplo, como dice Andrés Manuel López Obrador, no creo que sea una cuestión de voluntad, sino que para que haya un cambio tiene que ser un cambio de raíz y tal vez veamos ese cambio dentro de 30 o 40 años. No es sólo las altas esferas, sino que está en cada eslabón de las relaciones humanas.
–Sentí una cosa fea cuando se cambió el logo de la ciudad en estos días.
–Sí, algo así como la ciudad como marca. Para mí es como una señal muy simbólica que la prioridad sigue siendo la misma prioridad que había antes. No creo que sea esperanzador en ese sentido.
–Es un libro para niños, a mí no me parece tanto, me parece que es para todos.
–Para mí es un libro para niños y para todos. Este le abre la puerta a los niños, pero lo pueden leer todos. Es un libro para todos, pero para la edad ideal de 10 años, como decía Lewis Carroll. Uno sabe que esos libros lo terminan leyendo los padres, las abuelas, las maestras. Un libro así es importante que tenga distintas capas de lectura.
–¿Te llevas bien con Trino?
–Sí. Le comenté un poco algunas cosas, pero confío muchísimo en él, es un genio en lo que hace, pero cuando había algún detalle como puntual sí lo señalé. Ya habíamos trabajado juntos en otro libro, había una gran confianza.
–Una línea distinta tiene Trino en este libro.
–Sí, creo que se mueve de lugar porque cambia el proyecto en el que está. El trazo, los colores, habría que preguntarle si para él es estimulante hacer este tipo de trabajos, pero se nota mucho.
–Con respecto al Quinto postulado, se parece mucho a un libro de poeta.
–Surgió como de dos impulsos, creo, uno es que me ha interesado mucho leer poesía griega clásica, esas ruinas que quedaron de los poemas, como Safo, por ejemplo. Una herencia de la cultura occidental es cómo el amor está potenciado por el obstáculo. Ese es el fuego de Eros. Por otro lado, se me antojaba hacer como viñetas, como cartones, como soy pésimo dibujante, comencé a pensar en mis viñetas. Y se me ocurrió que fueran escritas. Deben ser dos líneas que dialogan y se unieron esas dos inquietudes. La idea también era ese desafío de hacer que funcione a nivel de la página individual como viñeta y que al mismo tiempo construya algo más. El objeto es importante para eso. Tiene el otro lado que se llama Dobleces, lo oculto, el pliegue, el secreto. Quería publicarlos yo, como libro-objeto, hacer 50 ejemplares, pero los editores de Sexto Piso me convencieron de que se podía hacer para más lectores. Es un libro que se lee, pero al momento de encontrarte con el libro no supieras como lector cómo leer eso. No es un libro de artista, sino uno que juega con el papel.
–¿Se parece un poco a Vicente Huidobro?
–Sí, algo así. El que aparece al otro lado, que se llama Dobleces, es sobre el pliegue, literalmente es un pliego que tú te encuentras con texto y lo vas desdoblando, el texto va revelando su secreto. La lectura es desdoblar el papel.
–¿Estás buscando un nuevo lector?
–En esta búsqueda como formal me parece muy importante que ni la escritura ni la lectura sean actividades pasivas. En esa inercia está un poco el decaimiento del arte. Siempre me ha interesado mucho esta idea mallarmiana de que el lector es en última instancia el creador del libro, no porque lo interpreta, sino porque también lo crea.