La tragedia y la esperanza de la diáspora centroamericana, el retrato de la dolorosa realidad de los migrantes, lo tiene este hombre en su corazón. Siempre al amparo de Dios, lejos de la jerarquía eclesiástica, ahora llorando a moco tendido por todo lo que ha dejado el terremoto en su albergue. Asistido por la antropóloga Ana Luz Minera Castillo, Solalinde, que además de sacerdote es licenciado en historia y maestro en psicología, cuenta los inicios, los objetivos y el alcance de su labor humanitaria, tan relevante y reconocida que recientemente distintas organizaciones lo han candidateado para el Premio Nobel de la Paz.
Guadalajara, México, 29 de noviembre (SinEmbargo).-La antropóloga Ana Luz Minera me dice al comenzar a hablar que nada que ver con que este libro sea tomado como una prueba del ego de Alejandro Solalinde (Texcoco, México, 1945), sacerdote católico, defensor de los Derechos Humanos de los migrantes, coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano y director del albergue Hermanos en el Camino, que proporciona asistencia humanitaria e integral a los migrantes de América Central y América del Sur en su paso hacia los Estados Unidos.
“Se necesita estar cerca de él para poder dar el testimonio que yo di, a todo lo que se tiene que enfrentar. No es una cuestión de hacerle la barba, sino porque él es un ser admirable. A pesar de la edad, de toda la fortaleza que tiene y el enfrentarse a todas las tragedias cotidianas, con una sonrisa en la boca. Siempre tiene un chiste para ti y una especie de positivismo que te contagia”, dice la antropóloga que ayudó al padre a hacer este libro.
Cada año, decenas de miles de hombres y mujeres centroamericanos (guatemaltecos, salvadoreños y hondureños principalmente), abandonan sus países y entran en México, casi siempre con la esperanza de cruzar hasta los Estados Unidos para encontrar un empleo.
En su camino por tierras mexicanas enfrentan innumerables vejaciones y solo unas cuantas organizaciones no gubernamentales los protegen y defienden sus derechos. Entre esas organizaciones, ninguna es más reconocida y loable que la liderada por el sacerdote católico Alejandro Solalinde, coautor de este libro que ofrece un retrato a la vez sentido y riguroso de la situación en la frontera del sur de México.
Llega presuroso a la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, donde lo está esperando Carmen Aristegui, una gran amiga del padre Solalinde y quien le va a presentar el libro en la noche del lunes. Dice que va a tomarse una cerveza, pero para cuando termine de trabajar, ahora es el momento de promover este volumen que hizo junto a la antropóloga Minera, a quien saluda con mucha efusión.
El libro es uno de los más importantes de Lince, el nuevo sello editorial que maneja las empresas MalPaso y Jus; hay un poco de nerviosismo para que salga todo bien. Hoy (por ayer) se destapa uno de los precandidatos al PRI y Carmen quiere regresar inmediatamente a la Ciudad, para poder dar la noticia en su programa de la CNN.
Sin embargo, está aquí y me dice: ¡Es un personaje! ¡Un hombre irrepetible! ¿Dónde saldrá la entrevista? Aquí estamos, dispuestos a charlar con Alejandro Solalinde.
–Padre, usted ha tenido que elegir entre la Iglesia y los migrantes, ¿verdad?
–No se contrapone. Lo que pasa es que hay cosas muy firmes que tenemos que ver desde el Evangelio. Jesús nos hace optar por los seres humanos, tenemos que elegir por los más vulnerables, por los descartados, los más pobres, los destruidos, de eso no hay duda. El conflicto está si alguien de la Iglesia opta en sentido contrario a lo que dice el Evangelio, yo tengo que tomar una decisión clara y efectivamente optar como usted dice, aunque eso me enfrente a la jerarquía eclesiástica. He tomado un camino autónomo, un camino seguro cuyo referente es Jesús y no necesariamente con alguien de la jerarquía católica.
–¿Le está yendo mejor con el Papa Francisco?
–Por supuesto. Con él no tengo ninguna reserva, mi comunión y mi obediencia están con él, evidentemente.
–¿Cuándo lo conoció?
–Lo conocí el 27 de mayo. Además de tener la alegría y el gusto de conocer a un pastor como él, nos dio una buena noticia sobre María Magdalena, algo que atañe a la mujer, que era reconocer a María Magdalena como parte del colegio apostólico. El apóstol elegido por Jesús, pero no reconocida por la Iglesia durante 2000 años, hasta ahora por Francisco.
–¿Qué pasó con el Papa Francisco cuando vino a México?
–El Papa estuvo cautivo en México. No lo vi siendo él, no pudo, por los condicionamientos terribles de la política exterior de México, en ese momento a cargo de Claudia Ruiz Massieu Salinas. Lo han estado presionando enormemente, hasta encarcelarlo de forma práctica. La mafia mexicana no lo dejó en libertad y mucho menos el clero conservador de México tampoco lo dejaron ser. No hubo manera. La pareja presidencial lo cooptó y lo canalizó hacia donde ellos lo quisieron llevar. No permitieron que el Papa Francisco fuera del pueblo como él hubiera querido.
–Hay que recordar la imagen de Javier Duarte y de Rubén Moreira saludando al Papa Francisco en el Palacio Nacional
–Muchísimos de ellos. Los claros ejemplos del nuevo PRI, que estaban ahí, diciéndose tan católicos. Esto revela algo terrible, que se puede ser religiosamente católico y ateo práctico. Se puede ser todo eso y ser corrupto. Se puede ser todo eso y traicionar a México. Se puede ser todo eso y no sentir a la gente, olvidándose del compromiso social que tiene la vocación de un político.
–En su libro se ve que más allá de los problemas que usted pueda tener con la iglesia, en realidad hay más problemas con el clero conservador mexicano que además tiene muchos delitos
–Sí, claro. La mayor parte de nuestra jerarquía, desafortunadamente, es conservadora. Pero no sólo es conservadora, también es convenenciera porque ve por sus propios intereses. Está en otro canal y no sufre de ninguna necesidad, no sufre inseguridad, no sufre hambre y el gran problema es que está desconectada de lo que está pasando abajo. Abajo hay mucha violencia y hay grandes víctimas de lo que está pasando con la violencia. Esta jerarquía, sin embargo, no se logra conectar con la base, con la gente, no escucha a las víctimas, que es lo que se ha demostrado y se ha visto en todo este caminar. Yo tengo pruebas suficientes de ello. Un pecado terrible es el desprendimiento de la alta jerarquía de las bases. Las bases hoy en México es decir víctimas.
–¿Cómo ve este libro? ¿Tal vez no pueda pensarse en ensalzar a la persona?
–La editorial tuvo la idea del libro, lo que creo que hay que resaltar en lugar de Solalinde (yo soy uno más, uno más del montón) es lo que Dios ha hecho a través de mí. Cuando personas como yo pueden dejarse guiar por él, cuando no tenemos mayor compromiso en nuestra consciencia que su guía, entonces suceden muchas cosas interesantes. Creo que un mensaje central de este libro en este momento, si la gente analiza bien, va a haber que nadie será como Solalinde, porque yo soy yo y nadie puede ser yo, pero sí pueden tomar mi ejemplo y ser valientes, en esta sembradura de miedo que vivimos. No es que yo sea demasiado valiente, pero tengo el don de fortaleza del Espíritu Santo. Soy un hombre de 72 años y sí es cierto que tengo mucho valor, claro que lo tengo, pero es que el Espíritu Santo me lo da. No lo puedo obtener de otra persona, sino de la fuerza de Dios, una fuerza divina. He sobrevivido a tantos años, a pesar de tantas amenazas, a pesar de hechos como los que relato en mi libro, significa que está detrás de mí el Espíritu Santo. No creo en la fama, me he defendido de ella, como un parche, como algo que no es parte de mi identidad. Soy inteligente, Dios me ha dado la inteligencia y he observado a la historia y todos los famosos son olvidados. Acabo de comprobarlo durante mis dos meses en Europa, puedo ser famosillo entre los migrantes del sur, pero allá no me conocía nadie. Soy hombre de fe y si la fama para mí significa una cuestión de superioridad, no la quiero.
–También tenían el Espíritu Santo monseñor Enrique Angelelli, el cura Carlos Mujica, el monseñor Óscar Arnulfo Romero, pero ellos fueron asesinados…
–Les doy a ellos un valor muy grande, quizás ellos tuvieron menos suerte que yo. Hay cosas que no sé. Yo mismo me sorprendo cómo estoy vivo cada día. No solamente estoy físicamente vivo, sino que además estoy bien. Con todo lo que ha pasado, no me he vuelto loco, no soy diabético, no he tenido un infarto, no me he amargado. Ni siquiera me he retirado, porque simplemente nadie le puede pedir a alguien algo sobrehumano. Lo que más me indigna son las injusticias. Estar pasando todo eso y estar sano y estar bien eso es un milagro. Hace poco estuve en los albergues y la verdad es que estaba destrozado, estaba, perdóname la palabra, “madreadísimo” emocionalmente. Lloré durante tres días al ver la destrucción de todo el istmo, el dolor de esas viudas solas, que no tenían a nadie y se le cayó su casa. Está todo al ras del piso, todo eso me duele mucho, al ver el albergue también destruido y luego ya lo que me tronó es que estuve con Frida Guerrera (una bloguera oaxaqueña y activista que desde el año pasado comenzó a visibilizar los feminicidios y asesinatos violentos de mujeres), me invitaron a comer y comenzar a platicar, ver con qué saña mataron a sus hijas y toda la hipocresía del Gobierno, eso me enerva.
–¿Qué son los migrantes del sur?
–Son mi escuela. Yo estoy observando en ellos lo que está haciendo el sistema capitalista. Ver cómo el cardenal de Honduras, Óscar Rodríguez Madariaga es un perfecto omiso. En un momento en que él debería haber sacado la cara por los pobres y por los migrantes, está cómodamente allí, en la catedral de su país. Los migrantes del sur además son el reflejo de personas protegidas por Dios. Los migrantes siguen en peligro, siguen en riesgo, sobre todo acá en México, mientras Estados Unidos siga haciendo presión frente a este Gobierno corrupto e insensible, hay muchos peligros. Me duele además el terremoto que ha destruido todo lo que habíamos construido. Los sismos nos han enseñado que todos somos migrantes. Hay que disfrutar de la vida, no hay que amargarnos
–¿Donald Trump es el demonio?
–No, tampoco es el demonio. Trump es el producto más refinado de la industria del capitalismo. Y es una víctima, pobre, porque él está amolado, porque va a morir engañado, va a juntar cosas toda la vida, una persona que odia y también odiado por muchos.