Author image

Alma Delia Murillo

29/11/2014 - 12:01 am

Jóvenes devorados

Tengo la hoja en blanco y el corazón, no sé, como deshidratado. Mis dedos se paralizan sobre las teclas, es que no encuentro cómo ni por dónde empezar. Cómo. Por dónde.

Fotografías Tomadas De La Red
Fotografías Tomadas De La Red

Tengo la hoja en blanco y el corazón, no sé, como deshidratado.

Mis dedos se paralizan sobre las teclas, es que no encuentro cómo ni por dónde empezar.

Cómo.

Por dónde.

Me ha quedado la boca seca como si hubiera masticado cenizas luego de recorrer tantas imágenes, de leer tantos testimonios, de mirar tantos videos.

Es abrumador. Cada mañana hay un nuevo abuso, un nuevo atropello, otro exceso, otra arbitrariedad, otra injusticia, otra muestra de cinismo, otra putada.

Es en verdad desolador pasar de la rabia a la amargura, a la preocupación, a la impotencia y no saber qué de todo es peor: si la enorme casa blanca de Angélica Rivera cuyo valor es ofensivo para cualquiera con un gramo de inteligencia y sensibilidad, o las otras propiedades que se han ido destapando y el patrimonio millonario de Enrique Peña Nieto hasta hace unos días completamente oculto. Y los videos subsecuentes que muestran la estatura moral de quienes se indignan por ser cuestionados sobre la fuente de sus ingresos pero no se indignan ante la muerte, ante las desapariciones, ante la barbarie que está canibalizando al país con tal contundencia.

No sé si es aún más dañina la coreografía de la violencia que perfectamente planeada irrumpe en nuestras manifestaciones legítimas y pacíficas para justificar el uso de la fuerza y detener estudiantes y ciudadanos bajo el gravísimo delito de llamarse “Compas” y por ello ser culpables de asociación delictuosa.  Todo con el único propósito de lograr que desarticulemos el poderoso movimiento social que se está gestando en México como hace décadas no ocurría.

¿O será tal vez peor, por el mensaje que entraña, la presencia de granaderos y militares en las instalaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México y en la Universidad Autónoma de Coahuila?

No sé si me hunden más en el desaliento los burdos diez puntos que Peña Nieto pronunció o que se haya atrevido a decir “Todos somos Ayotzinapa”. Herejía humanitaria. Palabras malditas en esa boca que no quiere ni puede pronunciarse a favor de la justicia, de la verdadera justicia, la del acto- consecuencia. Porque en México la justicia es una puta bien pagada por los que pueden comprarla para que los blinde con el favor de la impunidad. Porque en México las leyes nacen muertas, violadas, inservibles. Ya podrían parir mil legislaciones nuevas y flamantes comisiones de la verdad, nuevas asociaciones policíacas: no serán útiles. Porque están diseñadas desde la corrupción y con garantía de impunidad.

¿Cuáles han sido hasta ahora las consecuencias para EPN, su gabinete y toda la rastrera clase política que tiene a este país en pedazos?

Ninguna. Ninguna. Ninguna.

Ahí siguen, cobrando sus salarios, desayunando en grandes restaurantes, pensando cuál será el próximo puesto político al que se postulen cuando abandonen el actual; calculando ganancias, proyectando su vergonzante carrera política. Pero además esquizofrénicamente convencidos de ser buenas personas, de estar a la altura ética que todo funcionario público debería.

Vuelvo a mirar las noticias de México y hay una nota, una sola, que me deja bien claro qué es lo peor de todo: los 31 adolescentes levantados a plena luz del día en una secundaria en Cocula, Guerrero; secuestrados por hombres encapuchados, armados y en vehículos de la policía.

Esto parece una pesadilla, un brote psicótico. Un viaje de opio.

Opio, morfina, heroína. Precisamente los derivados de la amapola que tanto se siembra en Guerrero y en Michoacán. Cuántos y cuántos testimonios existen de que a esos adolescentes y jóvenes levantados, se los llevan a trabajar como esclavos en los sembradíos de amapola y de mariguana. ¿Y por qué las autoridades no están buscando ahí?, ¿acaso los mueve algún interés en el rentable negocio de las drogas?

Jóvenes, adolescentes, casi niños. Miro esos rostros de seres humanos con apenas doce, dieciocho o veinte años. Sangre joven sacrificada por la más inmunda de las causas: la corrupción política y drogas.

Pienso en lo que yo fantaseaba y los sueños con los que me alimentaba cuando tenía doce años, cuando tenía dieciocho o veinte.

Excluir a los jóvenes del futuro es desahuciar al mundo.

El sábado pasado fui al teatro a ver un solo de Wajdi Mouawad, actor, dramaturgo y escritor libanés tocado con un talento fuera de serie; me parece. Luego me encontré con una declaración suya que me ha partido en dos el entendimiento:

“Desde hace tres semanas estoy leyendo mucho, todo lo que puedo encontrar acerca de la muerte de los estudiantes de Ayotzinapa. Por supuesto que se trata de algo que de entrada me aterroriza pues hay algo a nivel simbólico y algo tan fuerte en esa tragedia porque se trata de estudiantes”

“Me sorprende escuchar a jóvenes de 20 años decir que no se sienten listos para hacer cosas como trabajar, tener hijos, viajar; cuando los oigo hablar así me surge la idea de que han sido tragados por una bestia.

¿Por qué me siento así? Porque para mí, los 20 años es la edad de los héroes, los griegos, por ejemplo, tenían 20 cuando cometieron sus grandes hazañas. ¿Cómo es posible que en todos los países occidentales exista esa convicción en los jóvenes? Creo que hemos logrado apagar a la juventud. Cada época ha buscado acabar con sus jóvenes, en la Primera Guerra Mundial murieron 23 millones de chicos con una edad promedio de 20 años. Hoy, la manera de asesinarlos es hacerles creer que no están listos para hacer nada, eso me indigna mucho, pero no sé contra qué indignarme. Esa es la estafa, es algo político lo que consiguió que pensaran así”.

Coincido con Mouawad y aún así quisiera creer, fervientemente, que hay una esperanza. Porque no imagino peor destino que la sobrecogedora tragedia de que en lugar de ser jóvenes que sienten que pueden comerse al mundo, los de ahora sean jóvenes que sienten que el mundo puede comérselos a ellos. Devorarlos, desaparecerlos. Literalmente.

¿Qué será de sus hijos y los hijos de sus hijos?, ¿qué haremos para incluirlos en un mundo de posibilidades?

Una de las consignas que más gritamos en la marcha del 20 de noviembre decía “Ni PRI, ni PAN, ni PRD”. Debemos –y digo debemos- desmantelar ese infecto sistema electoral que nombra candidatos lo mismo a capos asesinos que a cínicos pederastas, estafadores implacables o desequilibrados mentales. Nuestro sistema electoral no sirve. Nuestro sistema electoral es un nido de corrupción política y la corrupción política es un arma genocida. En México lo sabemos de cierto.

Allá, junto a la nota de los 31 adolescentes desaparecidos de la secundaria, además ya confirmada por el alcalde Cocula, había otra que ilustraba los espeluznantes hallazgos de la Unión de Pueblos del Estado de Guerrero en sus brigadas de búsqueda: 32 fosas con restos de cadáveres y mochilas, lapiceros, una playera de la secundaria técnica, huaraches y zapatos.

Fosas. Cadáveres. Mochilas. Lapiceros. Una playera de la secundaria técnica.

Qué imagen demencial. Qué pesadilla.

Sueño con que llegue el día en que podamos llevar a los criminales políticos a la Corte Penal Internacional.

Sueño con que llegue el día en que nuestros jóvenes vuelvan a soñar la grandeza, la fiereza, las ganas de comerse al mundo.

Sueño y sé que los sueños se cumplirán sólo si nos mantenemos despiertos.

@CompaAlmaDelia

author avatar
Alma Delia Murillo
author avatar
Alma Delia Murillo
en Sinembargo al Aire

Opinión

más leídas

más leídas