Un científico ruso, que se infectó de coronavirus en febrero, realizó un experimento para conocer la fortaleza de los anticuerpos que se generaron tras la enfermedad; el resultado no fue alentador, se volvió a infectar, y su enfermedad fue incluso peor que la primera. Ante esto, descarta que sea posible una inmunidad de rebaño.
Novosibirsk, Rusia, 29 de octubre (RT).- Alexánder Chepurnov, científico del Instituto de Medicina Clínica y Experimental de la ciudad rusa de Novosibirsk y exempleado del centro de virología y biotecnologías Véktor, que actualmente trabaja en una vacuna contra el nuevo coronavirus, decidió no respetar medidas de prevención y, a propósito y sin mascarilla, entró en contacto con personas infectadas para comprobar en carne propia cuánto dura la inmunidad que supuestamente garantizan los anticuerpos. Las conclusiones de su experimento no han sido muy esperanzadoras: el investigador descarta que se desarrolle la llamada inmunidad de rebaño.
Chepurnov contrajo la COVID-19 por primera vez a finales de febrero, cuando se fue a Francia a esquiar e hizo una escala en Moscú, donde durante el embarque pasaron a su lado tres viajeros chinos. Un par de días después le subió la temperatura, sintió un dolor agudo en el pecho y perdió el olfato. Al volver a Novosibirsk, le diagnosticaron neumonía bilateral y en un mes dio positivo en una prueba de anticuerpos, lo que evidenció que la causa de su malestar era COVID-19, contó el científico al diario Komsomólskaya Pravda.
En aquel entonces fue el primero entre sus colegas en saber a ciencia cierta que había contraído el nuevo coronavirus. Todos empezaron a observar el comportamiento de los anticuerpos que desarrolló, cuán fuertes eran y cuánto tiempo permanecerían en su organismo.
El investigador evidenció una brusca disminución de los anticuerpos en la sangre, que finalmente dejaron de detectarse tres meses después de la enfermedad. Su situación coincidía con la de algunos pacientes con COVID-19 estudiados por científicos canadienses, que describieron los mismos lapsos en cuanto a la presencia de anticuerpos y, por ende, no descartaron la posibilidad de reinfección.
«Al mismo tiempo, tomamos en consideración que la presencia de anticuerpos de la COVID-19 es sólo un marcador del hecho de que una persona estuvo enferma, y que la protección principal contra la enfermedad la determinan los factores de la inmunidad celular», explicó Chepurnov. Agregó que también realizaron una amplia investigación inmunológica «para determinar la proliferación específica y espontánea de células inmunitarias, la producción de citoquinas», entre otras cosas.
«La calidad de las reacciones confirmó el funcionamiento normal del sistema inmunológico durante todo el período de observación. Esto es importante para comprender la naturaleza de la reinfección, porque las condiciones de inmunodeficiencia también pueden provocarla, pero son de naturaleza diferente», agregó.
Para evaluar la respuesta de su organismo, el científico ruso entró en contacto directo con personas infectadas con el nuevo coronavirus, prescindiendo de mascarilla, y se hizo la prueba cada dos semanas. Dio positivo medio año después. Al principio le empezó a molestar la garganta y, aunque para el sexto día sus pulmones estaban todavía limpios, tres días más tarde desarrolló neumonía bilateral. El virus dejó de detectarse dos semanas después.
«La enfermedad transcurrió peor que la primera vez. Incluso, terminé en el hospital: me hospitalizaron tan pronto como la saturación [de oxígeno] cayó por debajo de 93», confesó Chepurnov, quien tuvo fiebre de 39 durante cinco días, perdió el olfato y sufrió cambios en la percepción del sabor. Ahora tiene anticuerpos con «un nivel muy alto de inmunoglobulina G».
Según sostiene, en el caso de la COVID-19 no habrá ninguna inmunidad colectiva y el virus se quedará por mucho tiempo, por lo cual hace falta un fármaco que pueda ser administrado a los pacientes varias veces.
«La vacuna recombinante no valdrá para eso. Una vez vacunado con el vector adenoviral, en el que se basa, no será posible administrarla de nuevo, pues lo impedirá la inmunidad contra el portador adenoviral», dijo el investigador, al señalar que se desconoce cuánto irá a durar el efecto de «Sputnik V». «Por lo tanto, es más probable que en este caso sirva la llamada vacuna muerta, en la que trabaja el Centro Científico Federal de Investigaciones y Desarrollo de Fármacos Inmunobiológicos M.P. Chumakov», sostuvo.
El científico precisó que una vacuna de este tipo implica la introducción en el organismo de un agente infeccioso que ha sido «matado» con la formalina, para darle al sistema inmune un retrato del agente causal y enseñarle a resistirlo. Se supone que debe ser administrada varias veces, a través de la nariz.