Los mitos de creación son tan antiguos como la palabra. Los imaginarios de todas las culturas están repletos de historias y leyendas que explican el origen de lo que conocemos. Muchos de los relatos que nos contamos a nosotros mismos para interpretar la existencia son derivaciones de mitologías reinventadas; uno de los grandes relatos que nos ha determinado enormemente es el del lenguaje. El lenguaje como esencia, representación, referencia de la realidad, la realidad; como casa del ser. A lo largo del tiempo, se han hecho muchas conjeturas.
Por Ghada E. Martínez
Ciudad de México, 29 de septiembre (SinEmbargo).-En Historia natural (1958), Benjamin Péret utiliza la cosmogonía para reivindicar la palabra y el lugar que ocupa en las narraciones que moldean nuestro entendimiento del mundo. La cosmogonía a la que apela Péret no sólo busca ocuparse de los astros y de las profundidades de la tierra, también de los microcosmos de lo íntimo y de la cotidianidad.
A través de la palabra, el autor dimensiona una realidad en la que puede hablar del carmín de los labios, la tierra húmeda, un triciclo, el mercurio y de una brújula sin necesidad de hacer distinción entre categorías. Su bagaje surrealista es evidente en la fuerza y plasticidad de sus imágenes, así como en el lirismo de su prosa. Péret se erige como mago y alquimista: “La tierra no es redonda: tiene la forma de un cuenco. Es uno de los senos del cielo, el otro se yergue en medio de la Vía Láctea.” La tierra —como elemento primigenio y símil de fecundidad— es el cuenco del poeta, el cuenco de un hombre que no tiene nada más que las palabras que dobla y mezcla a su antojo.
Historia natural está conformada por cuatro pasajes: la explicación de los cuatro elementos (tierra, aire, agua y fuego) y el origen de los reinos mineral, vegetal y animal. En la primera parte, la exposición de las propiedades de cada elemento remite a un compendio de remedios caseros y estos responden más a las consultas que se le harían a una bruja —o mago, en este caso— que a la rimbombancia propia de los mitos fundacionales: “Si se le riega, la tierra germina para producir: […] 4. El violonchelo, cada vez más frecuente en los tratamientos contra la artritis; pulverizado es excelente para lavar la lencería fina, pues no destiñe. 5. Los anteojos de miope, que se consiguen ablandando la tierra en una infusión hirviente de té chino y después cociéndola en baño María”.
La poesía de Péret es híbrida y espontánea. Es, valga el oxímoron, una cosmogonía de lo pequeño y particular. Señala Foucault que, en el Medievo y a principios del siglo XVI, la semejanza, el esoterismo y lo simbólico eran aspectos a partir de los cuales se basaba el entendimiento del mundo. El lenguaje era ente, sortilegio para conjurar nuevas existencias. Tiempo atrás, se asumía que la relación significado/significante no era arbitraria y que la palabra contenía la esencia de lo que refería. Por lo tanto, el lenguaje poseía las claves ocultas del universo y sus misterios. De ahí, por ejemplo, la importancia de la palabra hablada en los hechizos y encantamientos. No existía una barrera entre el mundo y su representación: nombrar era apelar a la sustancia misma. El lenguaje era fundamentalmente performativo.
La signatura, definida en Las palabras y las cosas como la marca del objeto en las palabras y la marca de las palabras en el objeto, relaciona el microcosmos con el macrocosmos, una lógica creadora en la que se fundamenta la Historia natural de Péret. La lírica del autor es alquimia, retoma la función performativa más primigenia del lenguaje, crea con la palabra. Nombra, crea y transforma: apela al poder inventivo de una palabra que no es representación, sino sustancia: “El agua de pozo se evapora rápidamente, y deja en el fondo un residuo de un bello color verde claro: el principio de causalidad que, disuelto en aceite, es el padre de la alcachofa. Al calentarla, el agua de pozo se endurece, se dilata; a ochenta grados, adquiere una gran elasticidad que le permite transformarse en canguro en el transcurso de unos cuantos días”. El poeta enuncia las cosas y sus particularidades, mezcla esencias y, en su cuenco, concibe una realidad sin categorizaciones ni jerarquías que se bifurca hasta el infinito.
En Historia natural, resuenan los ecos del genio poético del que hablaba William Blake. El poeta inglés enfatiza la importancia de la acción: “Los tigres de la ira son más sabios que los caballos de la instrucción. / Espera veneno del agua estancada.” Esto se reflejó en su propia obra, pues, además de escribir poesía, fue pintor y grabador. Blake no se concibe como literato, sino como un artífice que, mediante la acción, la imaginación y los sentidos volvió tangible la palabra y le dio color —en sentido literal, pues ilustraba sus propias obras. Su proceso creativo refleja la lógica creadora que comparte Péret, que tampoco se concibe sólo como poeta, sino como mago y alquimista que erige como autor de todas las cosas mediante la performatividad del lenguaje.
En su cuenco, Péret da a luz al “agua emplumada, que se caza en diciembre, cuando las plumas revisten los más brillantes colores”; “la margarita que se deshojaba sola para probar su amor al perifollo que revoloteaba a su alrededor”, “aire que, en su estado natural, secreta constantemente la pimienta que hace estornudar a la tierra”; “fósforo, que se lanzó sobre el fuego y le mordió sin piedad un muslo”; “estrella de mar que emitía sonidos gangosos, incomodando a todo el mundo”; “hombre tallado de una semilla de ciruelo”. La palabra de Péret no es referencial, es performativa y creadora. El agua emplumada, el níquel gimiente y el elefante con esqueleto de tela de araña son tan reales —en toda la extensión de sus palabras— como el papel en el que está impreso el libro. El mundo de Péret existe porque fue enunciado.
Dijo Huidobro que “hemos aceptado, sin mayor reflexión, el hecho de que no puede haber otras realidades que las que nos rodean, y no hemos pensado que nosotros también podemos crear realidades en un mundo nuestro, en un mundo que espera su fauna y su flora propias. Flora y fauna que sólo el poeta puede crear”. Benjamin Péret retoma una forma olvidada de entender la palabra y plantea un mundo que se crea a sí mismo; que no nos remite a la “realidad” como la conocemos. A través del lirismo, el sentido del humor y la imaginación sin límites, el autor crea sus propios mitos y, al igual que Huidobro, proclama el non serviam a los cuatro vientos.