La muerte de los 43 estudiantes de Ayotzinapa sigue teniendo a México bajo el escrutinio mundial.
Ni propios (ni extraños) se explican cómo pudieron desaparecer todos estos estudiantes sin dejar rastro, ni de sus vidas ni de los responsables del crimen.
También ha sido difícil (casi imposible) comprender en qué momento nuestro país escaló a esos niveles de violencia, impunidad y corrupción.
La muerte de los 43 estudiantes de Ayotzinapa nos puso de frente un rostro que no queríamos ver: el de nuestra propia barbarie.
Las cifras de la violencia mexicana de los últimos años no es nada halagüeña, por lo demás.
Según la Secretaría de Gobernación, en el gobierno de Calderón se calculan 85 mil personas asesinadas de manera violenta. En el de Peña Nieto, y hasta mayo de 2014, ya eran 9 mil los desaparecidos.
De acuerdo al Instituto Nacional de Estadística de México, sólo en 2013 se reportaron casi treinta mil homicidios y son casi 11 millones de familias las que han sufrido violencia de algún tipo.
Contando a los 43 de Ayotzinapa, el recuento de desaparecidos realizado por Amnistía Internacional suma 25 mil, un número que se acerca e incluso rebasa las cifras de las peores dictaduras latinoamericanas.
Las cifras, pues, son alarmantes pero lo que más preocupa a los especialistas es que no se avistan soluciones para los problemas más exacerbados: la corrupción, la impunidad, el narcotráfico, la ineptitud de los servidores públicos, la irresponsabilidad de los partidos políticos, la crisis económica y, sobre todo, la crisis moral por la que atraviesa nuestro país.
Por si esto fuera poco, la aprobación de la gestión de Peña Nieto, según datos recientes de Consulta Mitofsky, sigue a la baja y apenas llega al 36 por ciento, lo que niega sus constantes declaraciones triunfalistas.
Un año, pues, sin los 43 estudiantes que marcaron (o quebraron) la administración peñanietista no en dos sino en 43 fragmentos, los cuales nadie será capaz de volver a ensamblar hasta en tanto el gobierno federal no le brinde a la sociedad verdades reales, en lugar de históricos embustes.
@rogelioguedea