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Alma Delia Murillo

29/08/2015 - 12:00 am

La Orden del Deber Ser

¿Es cierto que los seres humanos se ayudan entre sí y que se puede ser feliz más allá de los trece años? M. Houellebecq Ellos, los que se reúnen a multiplicar por cero.

Imagen Tomada De La Red
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¿Es cierto que los seres humanos se ayudan entre sí

y que se puede ser feliz más allá de los trece años?

M. Houellebecq

Ellos, los que se reúnen a multiplicar por cero.

Los que se especializan en  descalificar a los que no están presentes, a exhibir el intelecto como el artefacto posmoderno más plausible e inanimado de cuantos existen y a cuantificar la inteligencia como si la inteligencia pudiera medirse;  los que alardean de lecturas, experiencia, premios y cargos públicos.  Los que presumen el historial crediticio, el cargo en la empresa, las calificaciones de sus hijos, la beca del FONCA y el saco gris con líneas azul navy, los que se empeñan en disimular la apariencia rolliza cebada en comidas y cenas, comidas y cenas, comidas y cenas con este y aquél.

Ellos, los que difícilmente pueden elaborar una idea que no comience diciendo “Mucho antes que tú, yo ya…”

Ellos, los que cobran derecho de piso. De un piso extenso y fragilísimo que amalgamaron para ponerle pent-house a su ego y a su pánico que a menudo son uno mismo pues pareciera que pánico y ego son  la piedra fundante de todos los que rechazan cualquier expresión vital que pueda dejarlos sin caminos conocidos, sin certezas rancias, sin calzones de marca, descubrirles el culo, la intrascendencia y la vulnerabilidad. Como si no pudieran soportar el hecho innegable de que todos hemos venido al mundo encuerados y destinados a la intrascendencia y la vulnerabilidad.

Ellos, esas linduras de respetabilísimas personas, mucho me temo y más lamento, que son los que dictan las leyes del Deber Ser, esa suerte de precepto divino al que históricamente la humanidad intenta avenirse aunque con ello pierda todo, incluso la esencia de su humanidad.

Qué pesadilla la cofradía del Deber Ser, del así se ha hecho siempre, del estás muy joven para, de la eterna lucha generacional. Hay que ser estúpido para no comprender que la existencia es una sucesión de generaciones, de nuevas maneras de ser y de hacer. Y no, no siempre tiene que ver con la edad, al pobre de Einstein lo juzgaron y lo tildaron de loco una y otra vez por haber sido un fracaso escolar y su teoría de la relatividad era rechazada por no apegarse a las ideas y “certezas” que la Academia de entonces tenía.

Y la lista es larguísima. Que Beethoven no podía seguir componiendo si era sordo, que los reggaetoneros no pueden hablar de literatura; que si no está escrito en octosílabos o versos alejandrinos no es poesía, que las mujeres no pueden hacer halterofilia, que lo que Chéjov escribía no eran cuentos y que García Márquez era demasiado ordinario, poco intelectual. Que el Ulises de Joyce era obsceno, que todo lo de Nabokov era impresentable… que la homosexualidad y la tristeza eran enfermedades que se curaban con terapias electroconvulsivas, con electroshocks.

De todo eso son responsables los miembros de la Congregación Así es como se hace y los que no lo hacen así son unos principiantes idiotas.

Los de la cámara secreta del Deber Ser se pueden identificar fácilmente: van por la vida con cara de desprecio, de que ya nada los impresiona, una y otra vez hacen alarde de que sólo pueden admirar lo mejor y lo mejor suele estar muerto o muy lejano. Ellos solo leen autores enterrados o que vivan en Sudáfrica, en Estocolmo, en las islas Fiji o las Tokelau de Nueva Zelanda; solo disfrutan el cafecito de París aquel en el que pasaron su último verano y se soban los costados y las articulaciones artríticas con su pomada de la pertenencia. Ellos ya la hicieron, ya son parte de ese segmento del mundo que determina cómo, cuándo, cuánto y quiénes. Ellos ya se ganaron el uniforme, las insignias, la palmada en la espalda y los aplausos. ¡Bravo!

Si usted sufre porque no ha recibido su selectiva mirada: no se preocupe, de exclusivos no tienen nada, son precisamente ellos los que siempre han sido iguales, los que se encuentran donde sea, en cualquier  periodo de la historia, en cualquier país, en cualquier terreno, arte o disciplina. Ignórelos,  nada es más efectivo para aniquilarlos.

Y se aún le quedan vacíos,  para que pueda usted complementar el perfil de los miembros de tan mortuoria hermandad, le dejo unas líneas del psicólogo y sociólogo Pablo Fernández Christlieb quien los describe perfectamente:

“…solían ser buenos muchachos: en los sesenta eran hipiosos; en los setenta, concientizados; en los ochenta, ecologistas; y en los noventa, democráticos. Ahora ya son cancilleres, funcionarios, mandos medios o dueños de su restaurante, vestidos casual, con buen verbo y culturita, como si les hubiera ido bien aunque no quisieran, y como si se hubieran decrepitado pronto, como a los treinta años.

Venían con buena educación, buena familia, buenos principios, buen corazón pero un día cayeron en las garras del triunfo; tenían todas las inteligencias; la técnica, la emocional, la práctica, menos una: la inteligencia moral”.

 

@AlmaDeliaMC

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