Ante amenazas, el periodista Pedro Tamayo Blanco y su familia se exiliaron de Tierra Blanca, Veracruz. Encerrados en un cuarto de hotel, aburridos y afectados por la depresión, sólo tenían un escape: un juego de mesa que uno de los policías que los cuidaba les consiguió. Luego se fueron a Tijuana. La idea era iniciar una nueva vida y retomar lo más pronto posible el ritmo de la economía familiar. «Yo solito me doy ánimos para salir adelante y esperar que un día regresemos», le dijo a su esposa. A la víspera del regreso a Veracruz, Tamayo hizo una promesa a su familia: no escribir más nota roja. Adiós a los ejecutados, a las balaceras, a operativos contra ladrones de gasolina, no más violencia en su libreta de apuntes; ahora sería un redactor de sociales y de deportes. No cumplió. El 20 de julio, baleado, tuvo unos 20 minutos de agonía los cuales aprovechó para despedirse de ellos.
Por Ignacio Carvajal
Xalapa/Ciudad de México, 29 de julio (SinEmbargo/BlogExpediente).– «Nos sabíamos toda la programación de la TV, las series, los especiales, los conciertos; habíamos visto todo. El aburrimiento y la depresión comenzaban a causar estragos en la familia», relata Alicia Blanco, esposa del periodista número 19 asesinado en el presente gobierno estatal, Pedro Tamayo Blanco. Refugiados en el hotel Xalapa de la capital del estado, Pedro Tamayo y su familia sumaban 20 días en el exilio.
En ese hotel, encerrados entre cuatro paredes, sin permiso para salir, primero fueron custodiados por policías ministeriales, de allí les mandaron a elementos del IPAX que celaban los accesos.
«No nos dejaban ni asomar la nariz, sólo escuchábamos de lejos el sonido de los coches, a veces, el canto de los pájaros. Día y noche teníamos vigilancia. Era enloquecedor tanto encierro. No salíamos por miedo y porque tampoco teníamos dinero para movernos», relata la viuda.
A la distancia, Pedro Tamayo y los suyos esperaban mejores noticias de Tierra Blanca, pero la violencia no cesaba. A diario había ejecuciones en esa región colindante con el estado de Oaxaca, en donde el respeto por la vida pesa y mide lo mismo que una bala calibre .9mm.
El caso cumplió una semana sin mayores avances por parte de la Fiscalía encabezada por Luis Ángel Bravo Contreras, quien lo último que dijo fue que ya tenían identificados a los agresores, y que elementos de la Policía estatal también habían declarado al respecto. La carpeta de investigación 217/2016 de la Sub Unidad de Investigación de Tierra Blanca se encuentra en el mismo tenor que la de Manuel Torres, asesinado en mayo pasado en Poza Rica; el de Juan Mendoza, asesinado en Veracruz puerto, y el de Moisés Sánchez, secuestrado y masacrado en esa misma región: en la completa impunidad.
Con la familia de Pedro Tamayo, Javier Duarte de Ochoa recurrió a la misma estrategia que con otras víctimas del delito en su estado, tomarse la foto y difundirla en medios de comunicación como una muestra de «acercamiento».
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Encerrados en ese cuarto lo más complicado era la alimentación para Pedro y su esposa, sus dos hijos y una nuera. «En el hotel nos daban la comida y la habitación, allí se portaron muy bien, la verdad, nos dieron todo lo que pudieron, pero de pronto, eso de la comida terminabas pagando y se tenían que gastar unos mil 500 o mil 200 pesos diarios. Aburridos y afectados por la depresión, sólo teníamos un escape: un juego de mesa que uno de los policías que nos cuidaba nos consiguió después de haberse escapado de una de sus guardias. Eso era dicha, pasar las horas apostando de a un peso o de a dos para matar el aburrimiento. Allí hacíamos nuestro escándalo en el hotel», recuerda la viuda.
Ante la escasez, «a veces las personas del hotel nos regalaban botellitas de agua que no consumían otros huéspedes. Eso nos ayudaba».
La nuera de Pedro, madre de Mateo, su primer nieto, la más afectada. Los dolores de parto se le presentaron en el mes ocho y el nieto llegó en la cresta por la crisis del desplazamiento forzado y la quiebra de las finanzas familiares.
Aunque la mayor parte del costo lo asumió la Comisión Estatal para la Atención y Protección a Periodistas (CEAP), «tuve que mandar a empeñar unas arracadas, una cadena de oro y otras cosas que malvendí por unas medicinas y tener para una lata de leche especial para el bebé y liberar los últimos trámites en el hospital».
Por gestiones de la CEAP, la nuera se alivió en el Centro de Especialidades Médicas de Xalapa (CEM), en sus pasillos, Alicia Blanco olvidó la vergüenza para salir a comerciar sus prendas de oro entre otros pacientes y sus familiares y, de plano, conseguir unas monedas para completar una cuota mínima para cubrir el alta médica.
Fue en esas mismas fechas cuando las autoridades hacen lo posible para la reubicación de Pedro y a su familia en Tijuana.
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Pedro y sus muchachos viajaban al norte del país, en avión, para intentar hacer vida lejos de Veracruz y su violencia; Alicia y su nuera pasarían otros días en Veracruz antes de alcanzarlo mientras la parturienta retomaba la fuerza para tomar el vuelo.
Al arribar a la frontera norte, con un poco de recursos aportados por la CEAP, consiguen rentar un cuarto en el cual apenas había muebles y dormían en dos colchones tirados en el suelo.
«En la calle conseguimos un frigobar como en 180 pesos, y con eso comenzamos para guardar un poco de comida y agua», dice Alicia Blanco.
Ya reunidos todos en Tijuana, después de pasar un mes en Xalapa, Pedro Tamayo y sus hijos salen a buscar empleo.
La idea era iniciar una nueva vida y retomar lo más pronto posible el ritmo de la economía familiar. «Allá llegamos sin ropa adecuada, no nos servía la de Veracruz, y comenzamos a gastar en nueva ropa y comida. Mi nuera, criando, no tenía manera de alimentarse bien. A mí y a Pedro se nos partía el alma de escuchar sus lamentos y dolencias, la angustia de que por culpa de él, ella y mi hijo estuvieran pasando por esto. Eso, y la distancia con el hogar, estaban matando a Pedro».
Una recién parida -cuenta Alicia Blanco- debe comer su caldo de gallina, caldo de res, de verduras, frutas, pollo… debe estar bien alimentada, mi nuera se la pasó entre quesadillas, tacos, galletas, yogur, barras de cereal, lo que allí le podíamos ir acarreando.
Recuerdo que en el hotel -cuenta la viuda- donde la comida era escasa, las personas a veces a escondidas nos pasaban comida, una fruta, o algo para ella. Yo creo que llegó el momento en que se dieron cuenta quienes éramos, por Pedro y su problema, y se compadecían de nosotros y nos apoyaban mucho con comida».
VIAJAN A TIJUANA
En Tijuana, la nuera de Pedro presentó infección en los puntos de la cirugía del parto. «Otra vez a vender cosas. Ya no había alhajas, pues ahora, eché manos de unos perfumes, yo me dedico a eso desde hace unos 20 años, los malvendí, y otras pertenencias que teníamos en la casa, las acomodamos con conocidos para tener un poco de dinero y llevarla al doctor».
La nuera recuperó la salud, pero la familia estaba desmoralizada y en bancarrota. Después de mucho salir a buscar trabajo, los hijos de Pedro sí habían encontrado algo en una tortillera, pero a su papá, por la edad, lo rechazaban, lo que se sumó a su mal estado de ánimo. El último informe del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) sobre reporteros exiliados en el mundo, sólo el 20 por ciento de ellos pudo ejercer el periodismo en el lugar donde los reubicaron, el resto tuvo que aceptar empleos «por debajo de sus capacidades profesionales para poder sobrevivir».
Alicia Blanco: «Pedro es así: para todo depende de mí, ‘gorda, voy a hacer esta nota, gorda, voy a ir a este lugar; vamos, gorda, tengo hambre, vamos a comer, gorda, voy al baño…’, siempre andaba pegado de mí para todo, y si no comía yo, él no comía. Antes de dejar Veracruz, para alcanzar a Pedro en Tijuana, pasamos unos días separados mientras se recuperaba mi nuera del parto. Por eso cuando llegué, él ya había bajado 12 kilos. Se estaba secando porque si no estoy, no come…».
La situación se tornó peor al caer Tamayo en un cuadro de depresión aguda.
«En ocasiones salía a la calle a ver el horizonte en Tijuana y me decía: ‘mira, gorda, allá cómo se ve todo eso (era un llano pelón lleno de casas en la miseria, en las peores zonas de Tijuana) parece a lo lejos un sembradío de sorgo de esos que hay por allá en la Cuenca’ ‘tú estás loco, Pedro, ¿de dónde sacas tanta mamada?’, le decía yo, ‘pues sí, gorda, pero mira, así yo solito me doy ánimos para salir adelante y esperar que un día regresemos, ya sabes cómo soy, solito me hago chaquetas mentales’, me respondía».
Para salir de la tristeza, y aunque tenía prohibido conectarse y mandar mensajes por redes sociales, de vez en cuando el periodista le echaba un vistazo a su celular para ver los memes y comentarios de rebane y relajo que constantemente realizaban reporteros de la nota roja que forman parte de un grupo de Whatsapp al cual Tamayo estaba integrado como un medio para interactuar con otros colegas de la región y allegarse de datos sobre hechos noticiosos de alto perfil en cada región de Veracruz.
«Esas pendejadas que hacían esos cabrones, haciéndose fotomontajes de ellos mismos y diciéndose tontería y media, es lo que mantenía a Pedro a flote y le daban momentos de carcajadas a la distancia, ellos no lo saben, pero así fue, como nunca lo sacaron de ese grupo, le seguían llegando las notificaciones y él se la pasaba pendiente de eso para reír», relata Alicia Blanco, quien cuenta que al regresar a Veracruz, Tamayo Rosas mataba buena parte de su tiempo en su computadora fabricando memes y fotomontajes para pitorrearse de sus compañeros de oficio.
«Como se llevó su computadora a Tijuana, allá a veces se ponía a escribir y a escribir notas que no mandaba a ningún lado. Como del mismo grupo ese de reporteros le llegaba la información, él tomaba los datos y hacía sus notas, según. No las podía publicar ni andar mandando por su seguridad, eran escritos que allí se quedaban. Luego me decía: «Gorda, mira, lee mi nota, lee mi nota, por favor, no la publicaré en ningún lado, pero aunque sea tú léela y me harás feliz».
REGRESO A VERACRUZ
Deciden regresar conforme la depresión afecta más al periodista y merma a la familia. ¿Te arrepientes de haber regresado a Tierra Blanca con Pedro?, se le pregunta a Alicia Blanco: «no, creo que no… porque esto le pasó a Pedro estando en su amado pueblo, del que no quería salir a morir en otro lado, menos huyendo».
Con la decisión tomada, «a Pedro se le iluminó el rostro, yo no quería que acá se muriera de tristeza, le dije, pero tampoco quería que allá lo fueran a matar. Él dijo que lo que fuera a pasar, lo enfrentarían, me dijo, y dimos el aviso a los de la CEAP, quienes nos rogaron que no volviéramos, nos decían que no era seguro, pero ya se había decidido en familia».
A la víspera del regreso a Veracruz, Pedro Tamayo hizo una promesa a su familia: no escribir más nota roja. Adiós a los ejecutados, a las balaceras, a operativos contra ladrones de gasolina, no más violencia en su libreta de apuntes; ahora sería un redactor de sociales y de deportes. Obvio no cumplió.
Ya en Tierra Blanca, el periodista se enclaustró un mes en casa. Inició con una rutina de salir a barrer el patio y la casa, todos los días, a las seis y media de la mañana.
Agarrando el ritmo en Tierra Blanca, la primera nota que salió a cubrir trató del atentado contra un líder del sindicato de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) de Tierra Blanca, el 14 de abril.
«El líder de la sección 121 del SUTERM, Fernando Alba Vera, de 37 años, fue atacado a balazos por un solitario sujeto que lo sorprendió en la esquina de la avenida Hidalgo esquína 5 de Mayo en la colonia Hoja de Maíz cundo caminaba de su casa a la tienda, donde corporaciones de policía localizaron por lo menos cuatro casquillos percutidos de calibre .38 automático que dejó el solitario pistolero, tras escapar en una bicicleta», dice la nota publicada en Alcalorpolitico.com, firmada como «la corresponsalía».
La zona en donde se movía Pedro Tamayo, desde hace unos cinco años, es una de las regiones más violentas del país donde convergen venganzas entre líderes de las centrales productoras de caña de azúcar, bandas de traficantes de personas y ladrones de gasolina que ordeñan los ductos de Petróleos Mexicanos, una de las actividades delictivas que más fuerza ha cobrado en Veracruz a últimas fechas, y la que más violencia está generando, según fuentes de la Secretaría de Seguridad Pública de Veracruz y del Ejército Mexicano.
Así, en el primer trimestre del 2016, el número de tomas clandestinas en México incrementó en 12.3 por ciento, indican reportes oficiales de la empresa productiva del Estado, en los cuales Veracruz se ubica entre los cinco estados de más incidencia con 131 tomas detectadas en buena parte en la cuenca del Papaloapan y sur de la entidad.
El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública indica que hasta junio pasado se habían registrado unos 25 homicidios dolosos en esa región compuesta por Tierra Blanca, Cuitlahuac, Cotaxcla, Cosamaloapan, Ignacio de la Llave, Omealca y Tres Valles; el mismo organismo ubica a Veracruz entre los primeros lugares en homicidios dolosos y secuestros; sin embargo, ante la tendencia del gobierno del estado de entregar cifras maquilladas a la Federación, las víctimas podrían ser más.
Aunque Tamayo Rosas volvió a las andadas cubriendo hechos de violencia, en Mateo, su nieto, encontró un remanso de calma. «Por lo regular, siempre estaba cuidando al nieto, lo cargaba y lo dormía. Si estaba, se olvidaba de todo; sólo podía escribir si Mateo dormía».
El 20 de julio de 2016, fecha de caducidad de la existencia de Tamayo, lo inició como de costumbre, barriendo el patio y la banqueta en la avenida Cinco de Mayo.
Desayunó arroz con pollo y cuidó a Mateo toda la mañana. Sobre la tarde, mientras el bebé dormía, almorzó milanesa de pollo y reportó su última noticia: el asesinato de Gabriel Beltrán Vázquez, de 51 años, soldador, muerto a balazos en Cotaxtla.
Para la noche, se dispuso a ayudar en el negocio de comida montado por uno de sus hijos. Se acababa de sentar en la banqueta cuando llegaron los agresores en un coche compacto al cual la policía dio las facilidades para ingresar y actuar con total impunidad.
Baleado, tuvo unos 20 minutos de agonía los cuales aprovechó para despedirse de la familia, y el último aliento, contaron testigos, lo usó para atar en la tierra el amor a su nieto con unas palabras: «Mateo, te amo; Mateo, te amo; Mateo, te amo; te amo, Mateo, te amo, te amo…».