A lo largo de la historia, los humanos fueron domesticando especies y con ello seleccionado los mejores rasgos de cada una de ellas para adaptarlas mejor a sus propósitos. En la ganadería, por ejemplo, para producir más leche o carne, y en el caso de los caballos para conseguir ejemplares más veloces para los guerreros que entraban en combate o más tarde para las carreras. El resultado: la ausencia de variedad genética.
París, 29 de abril (EFE).- Las prácticas de crianza de los caballos desarrolladas en los últimos 2 mil 300 años son la causa del empobrecimiento de su diversidad genética, hasta el punto de que los caballos domesticados actuales «comparten casi todos el mismo cromosoma Y».
Este es el principal resultado de un estudio que analizó el genoma de 14 caballos de los antiguos escitas -un pueblo nómada que reinó en las estepas de Asia Central en la Edad de Hierro, entre los siglos IX y I de a.C.- y cuyos resultados han sido publicados en la revista Science.
Los análisis de ese génoma demostraron que los caballos escitas tenían una variedad genética mucho mayor que los actuales, informaron en un comunicado los autores del trabajo.
Esto se debe a que con el paso de los años las prácticas de crianza fueron implicando un número cada vez más reducido de sementales en la reproducción, lo que provocó el actual empobrecimiento de su diversidad genética, lo que dificulta la supervivencia.
A lo largo de la historia, los humanos fueron domesticando especies y con ello seleccionado los mejores rasgos de cada una de ellas para adaptarlas mejor a sus propósitos. En la ganadería, por ejemplo, para producir más leche o carne, y en el caso de los caballos para conseguir ejemplares más veloces para los guerreros que entraban en combate o más tarde para las carreras.
Además, en una época «relativamente reciente», esas prácticas se acompañaron de una acumulación de mutaciones perniciosas que se pueden encontrar en todos los animales domesticados.
Un descubrimiento que contradice la hipótesis del «coste de la domesticación», que mantiene que dichos efectos nocivos se produjeron en las primeras etapas de la domesticación, práctica iniciada hace unos 5 mil 500 años.
El director de la investigación, en la que participaron miembros de laboratorios universitarios de París, Toulouse y Nanterre y expertos del Instituto de Biología Evolutiva español, es Ludovic Orlando, director de investigación en el Centro Nacional francés de Investigación Científica (CNRS) y profesor en el Museo de Historia Natural de Dinamarca.
El equipo logró determinar las regiones del genoma donde se concentraron las mutaciones adaptativas durante los tres primeros milenios de la domesticación del caballo.
Una investigación que permite también determinar que todos los animales domesticados comparten ciertos comportamientos y propiedades físicas pese a sus variados orígenes, debido a una alteración genética en su cresta neural, un grupo de células del embrión desde donde nacen numerosos tejidos del organismo.
Para los investigadores, la abundante cantidad de genes con mutaciones adaptativas relacionados con la cresta neural «sugiere» su importancia en la domesticación.
Regiones que portan a menudo genes relacionados con la cresta neural, por lo que su reprogramación durante el desarrollo «puede conllevar la aparición conjunta de un conjunto de caracteres», como rapidez, tamaño y docilidad, indicó a Efe una portavoz del CNRS.
Para llegar a estas conclusiones, el equipo del profesor Orlando analizó el ADN de una yegua que vivió hace 4 mil 100 años en Cheliábinsk (Rusia) y de trece sementales de entre 2.300 y 2.700 años, encontrados en las tumbas reales escitas de Berel y de Arzhan, en Kazajistán y en los confines de Mongolia, en Tuva (Siberia).
Ese pueblo -sobre el que existen numerosas leyendas y raros testimonios de autores extranjeros como Herodoto, Estrabón u Ovidio- fue muy conocido por su excepcional arte ecuestre y guerrero, así como por algunas de sus costumbres.
Entre ellas la que tenían sus dirigentes y reyes de hacerse inhumar junto con sus sementales, lo que permitió ahora secuenciar enteramente los genomas de esos 14 équidos y comparar también su diversidad genética con la de los caballos actuales.
El estudio de las variantes portadas por ciertos genes específicos reveló también que el color del pelaje de los caballos escitas era muy diverso, del bayo al negro, el pardo o el rojizo; que sus criadores preferían caballos de pequeña y robusta morfología y que la leche de yegua era muy utilizada en su tiempo.
En el marco del llamado «proyecto ERC Pegasus», el equipo del profesor Orlando ampliará ahora su trabajo de paleogenética a otras culturas humanas, para comprender cómo la domesticación de caballos influyó en el destino de las civilizaciones, adelantó el CNRS.