Las encuestas, hoy por hoy, colocan a Andrés Manuel López Obrador como el más presidenciable para las elecciones de 2018, por encima de Osorio Chong (priista) y de Margarita Zavala (panista), más el resto de los candidateables.
AMLO, siglas con las cuales se le identifica ya plenamente en la jerga política mexicana, ha venido luchando contra el obstáculo mayor de nuestra democracia: el PRI, que luego del desbarranco panista de dos sexenios, volvió por sus huestes y se instaló de tal modo en Los Pinos que no parece quererse ir en otros ochenta años.
AMLO se ha convertido en la figura más emblemática de la izquierda mexicana (o de lo que de ella queda). Hizo que la estafeta pasara a su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), su fuerza política, luego de que quien ostentara esta bandera en nuestro país por más de dos décadas (el PRD) fuera finalmente diluido por la misma corrupción que criticaba de sus partidos adversarios.
Pero AMLO, con todo y su rentabilidad electoral, no termina de convencer ni a los analistas políticos (que lo acusan de un mesianismo desorbitado) ni a muchos sectores ciudadanos (para quienes su necedad política raya en la locura).
No es para menos.
La corrupción en la que se ha visto envuelta la izquierda (o las izquierdas) en Latinoamérica ha terminado por desmoronar la acaso última esperanza que tenían los pueblos latinoamericanos de alcanzar sus ansiados estados de bienestar.
El último escándalo de la izquierda lo dio el propio ex Presidente de Brasil Lula da Silva, a quien han hecho declarar ante los tribunales por el caso de corrupción Lava Jato, donde al parecer Da Silva habría recibido beneficios económicos a cambio del otorgamiento de millonarias licitaciones, derribando con esto toda noción de una izquierda justa, transparente y honesta.
Si a esto se añaden los resonados casos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, Los Castro en Cuba, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, etcétera, con los que Da Silva se encargó de mantener estrechos lazos (incluida la Argentina de Kirchner), la izquierda latinoamericana nos estaría mostrando la precariedad de su salud.
Como no podemos culpar de todos nuestros males a Estados Unidos, la pregunta de rigor para el caso mexicano sería: ¿será AMLO realmente la opción que necesita nuestro país para salir de esta terca barbarie en la que vivimos? ¿no nos sacaremos –como se dice vulgarmente- la rifa del tigre?
Ha llegado a tal descomposición nuestra partidocracia mexicana que, al parecer, ya no podemos elegir lo mejor sino lo menos peor, aunque lo menos peor nos siga ofreciendo más de lo mismo.
Esperemos que esta paradoja se nos resuelva antes de que nuestro país se desangre.
@rogelioguedea