Con tan solo seis largometrajes, a sus 51 años Iñárritu se ha hecho por derecho propio con un lugar entre los grandes del cine, con un logro que hasta ahora solo habían conseguido nada menos que John Ford y Joseph Leo Mankiewicz.
Madrid, 29 feb, dpa.- Alejandro González Iñárritu hizo historia en los Óscar con su segundo premio consecutivo a mejor director y aprovechó su discurso para subrayar la importancia de la diversidad en un Estados Unidos en el que el precandidato republicano Donald Trump llama a construir un muro en la frontera con México.
«Tengo mucha suerte de estar esta noche aquí hoy, muchos no han tenido la mismo suerte», señaló al alzar la estatuilla por segunda vez por The Revenant (El renacido).
«Qué mejor oportunidad para nuestra generación de liberarnos de esta mentalidad tribal y asegurarnos de que el color de la piel sea algo tan irrelevante como el largo de nuestro cabello», afirmó Iñárritu.
Hasta el momento los únicos que habían logrado la hazaña de ser elegidos como mejor director de forma consecutiva fueron cineastas de la talla de John Ford y Joseph L. Mankiewicz en las décadas del 40 y 50.
El año pasado, el «Negro» -como le llaman sus amigos-, se llevó el premio poniendo a Hollywood un espejo delante. Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) es una comedia negra, una sátira sobre la fama y el éxito que tanto se venera en ese rincón del planeta. Y la Academia le otorgó cuatro Óscar (mejor película, director, guión original y fotografía).
Pero por la sangre del realizador mexicano hierve el drama, el drama intenso es su territorio, es donde siempre se ha movido desde que con el cambio de siglo decidiese dejar los comerciales que rodaba (también con un meritorio éxito) para contar historias más complejas.
No era la primera vez que cambiaba de profesión. Iñárritu (México, 1963) había sido presentador de una radio musical antes de embarcarse en la publicidad, pero fue de la mano del escritor y realizador Guillermo Arriaga con quien dio el salto al cine en Amores Perros, una historia que él dirigió y Arriaga escribió.
Aquella película estrenada en el 2000 (y que también supuso el salto a la fama de su protagonista Gael García Bernal) se llevó el premio de la crítica en Cannes y llegó a los Óscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa.
Desde entonces Iñárritu reside en Estados Unidos y se ha visto apoyado y ha respaldado a sus amigos y compatriotas Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro. La admiración por Amores Perros hizo que Sean Penn, Naomi Watts y Benicio del Toro no dudaran en ponerse en manos de un realizador casi novel en 21 gramos, su segundo trabajo, que también concurrió a los Óscar.
Pero fue Babel, su tercera película, la que realmente lo asentó en el circuito de Hollywood. La cinta optó a siete estatuillas, pero sólo Gustavo Santaolalla alzó la correspondiente a la banda sonora. Esta cinta, con la que Iñárritu fue distinguido como director en Cannes, puso fin a su colaboración con Arriaga «por desavenencias artísticas».
Consideradas como una triología, sus tres primeras películas retratan vidas truncadas y personajes que de alguna forma buscan la redención, como también ocurre con el drama Biutiful, con el que Javier Bardem se alzó como mejor actor en Cannes. El actor español consiguió también otra nominación a los Óscar como mejor protagonista.
The Revenant, protagonizada por Leonardo DiCaprio, es la historia de un trampero que a principios del siglo XIX casi pierde la vida por el ataque de un oso y es abandonado por sus compañeros. Consigue sobrevivir a las heridas en un entorno gélido y hostil con el único objetivo de vengarse.
Pero El renacido es también una historia épica sobre cómo se construyó Estados Unidos, sobre los inmigrantes que le han dado forma y sobre el racismo que ha estado siempre latente. Vivimos «un momento tan xenófobo como el que vivió América en sus inicios», dijo recientemente el director en entrevista con el diario español El Mundo.
Rodada con luz natural y en condiciones extremas, el reto de Iñárritu era hacer un cine sin los artificios de los efectos digitales, tratando de llevar al espectador a la naturaleza más cruda sin intermediarios e incluso casi sin diálogos, pues el protagonista no articula palabra durante gran parte del metraje.
«Me parece que todavía la tierra y la realidad ofrecen mundos no explorados, olvidados, mal interpretados o desconocidos, que pudiesen parecer más de ciencia ficción que el propio espacio», afirmó en una entrevista con diario chileno El Mercurio. «Estamos tan desapegados a lo que pertenecemos, que cuando volvemos a nuestro origen, decimos: ‘Guau, no me acordaba de que esto existía'», agregó.
El director reconoce que sus películas nacen de su frustración como espectador. «El cine actual se ha acomodado y el lenguaje se ha empobrecido de forma dramática. Sólo se busca la satisfacción inmediata y cada película es un producto diseñado desde el principio para ser fabricado en una gran factoría. No hay personas, hay planificadores. Hay que salir a buscar lo auténtico», explicó a El Mundo.
Esa búsqueda redundó en que que por tercer año consecutivo un mexicano se lleve el Óscar a la mejor dirección después de que en 2014 fuese su amigo Cuarón (Gravity) quien inaugurase el pabellón mexicano.
Y le dio el Óscar al mejor actor a DiCaprio después de seis nominaciones en las que se había ido de vacío. Y el tercero consecutivo a la mejor fotografía a otro mexicano que hizo historia, Emmanuel «El Chivo» Lubezki (que ya se lo había llevado por Birdman y Gravity).
Desde 2009, año en que Kathrin Bigelow alzó la estatuilla dorada como mejor directora, ningún estadounidense ha vuelto a subir a ese podio. A Tom Hooper (Reino Unido), le siguió el francés Michel Hazanavicius y el taiwanés Ang Lee. Cuarón tomó el testigo e Iñárritu parece que no lo suelta. Por mucho que le pueda llegar a pesar a Trump, el talento mexicano marca la pauta en Hollywood.