La presencia de ex militares o policías en la vida de adolescentes mexicanos contribuye a difuminar «la línea que divide lo legal de lo ilegal» y hace que los jóvenes «adopten una actitud cínica» frente a sus acciones, remarca un informe de la CNDH. En un contexto en el que los jóvenes padecen de maltrato, abandono y pobreza, recurren a delinquir y llegan a ver la muerte como «un asunto relacionado con su proyecto de vida».
Por Martí Quintana
México, 29 ene (EFE).- Muchos jóvenes mexicanos que se enrolan en el crimen organizado lo hacen atraídos por una disciplina y jerarquía casi castrense impartida por ex agentes de seguridad que actúan además como padres o hermanos mayores, reveló el estudio «Adolescentes: Vulnerabilidad y Violencia».
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De la Ciudad de México, Alexis tiene 20 años y lleva más de dos internado en centro del Estado de México. Comenzó a los 14 años como coordinador de una plaza y subió pronto en la jerarquía del grupo criminal.
Su jefe era «un militar que imponía un sistema similar al castrense, tanto en la disciplina como en la forma de otorgar premios y castigos», recoge el informe de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y el Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).
«Al entrar en el crimen organizado reciben capacitación o entrenamiento, en algunos casos de manera muy informal, de personas que han estado en el Ejército, o que han sido policías o de la Marina», explica a Efe Christian Rojas, uno de los investigadores de este estudio en el que se entrevistó a 730 jóvenes presos.
El 16 por ciento de los adolescentes afirmó que alguna de las personas que participaron en el delito cometido era o había sido con anterioridad miembro de alguna corporación policial o militar.
La población total de jóvenes sujetos a medidas por haber cometido algún delito, a inicios de 2016, era de 13 mil 327 adolescentes y 3 mil 761 estaban privados de su libertad en centros de internamiento, un 96 por ciento hombres.
Factores como el alcohol o el abandono escolar -enumeró Rojas- empujan a estos jóvenes a caer en las redes del crimen organizado, pues para ellos es un parapeto ante su creciente exclusión y vulnerabilidad.
Con 17 años, Gregorio es de Chiapas (sureste) y se dedicó al robo y al secuestro en distintas células criminales, cuyos superiores siempre eran antiguos miembros de cuerpos de seguridad.
«Ellos son los que saben cómo se hace todo», relata el joven, hoy condenado a siete años en un centro de internamiento y marcado por un duro pasado familiar con golpes y humillaciones de sus padres, ingresos a prisión de varios familiares, alcohol y drogas.
La presencia de ex militares o policías contribuye a difuminar «la línea que divide lo legal de lo ilegal» y hace que los adolescentes «adopten una actitud cínica» frente a sus acciones, remarca el documento.
Según explica el investigador, los chicos encuentran en estas personas un «modelo de éxito» y «un patrón a seguir en la vida».
Las adolescentes han padecido a menudo malos tratos y ven en estas figuras «más certeza en el trato», aunque también sea «abusivo o muy violento».
Lo describe a la perfección Gregorio: «Estando con los grupos me sentía como parte de una familia, de unos hermanos; sentía que nos apoyábamos en las buenas y en las malas».
Todo ello brinda a los jóvenes un sentimiento de «aceptación y estatus», y aunque se dedican a todo tipo de labores, desde ser halcones (vigilantes) a sicarios, ven en la delincuencia una opción «legítima» de vida, destaca el informe.
Es en este contexto en el que los jóvenes ven la muerte como «un asunto relacionado con su proyecto de vida», alertó Rojas.
«Un 21 por ciento dijo que no tenía ningún sueño en la vida, porque asocian» que vivirán el presente «al máximo» y «sin expectativas más allá de un par de años», y un 1 por ciento afirmó que al salir del centro de internamiento volverían a vender droga y robar, agregó.
No obstante, otros tienen miedo a morir, pero «al estar en el grupo lo van perdiendo y no tienen la capacidad de ver la violencia que generan» y las consecuencias que pueden acarrear.
«En el refugio de su grupo, tan poderoso, sienten que no les va a pasar nada», explicó el investigador.
Positivamente, un 33 por ciento piensa en trabajar al salir del centro, un 27 por ciento estudiar y un 15 por ciento estar con la familia.
Para Rojas, el documento desvela la vulnerabilidad que padecen muchos jóvenes mexicanos y que les empuja al delito, y emite recomendaciones para subsanar esta situación, como luchar contra el abandono escolar y destinar más recursos a la prevención social en lugar de la seguridad.