La historia de ficción se sustenta en un grupo de personajes reales, una de ellas es Maria Mitchell, la primera astrónoma de América y que desde niña aprendió a localizar estrellas.
Por Noemí G. Gómez
Madrid, 28 de noviembre (EFE).- Todo el mundo debería conocer a Maria Mitchell y a las calculadoras de Harvard, su ciencia y su historia, afirma Miguel A. Delgado, quien acaba de publicar Las calculadoras de estrellas, un libro que pretende sacar a la luz el trabajo invisible pero fundamental de un grupo de astrónomas del siglo XIX.
Las calculadoras de estrellas (Destino) es una novela de ficción pero que «tiene muchísimo de realidad», relata a Efe su autor, quien con este libro quiere hacer su homenaje particular a un grupo de mujeres cuyo anonimato durante mucho tiempo, sus historias, trabajos y sus aportaciones a la astronomía le dejaron «alucinado».
Así, este libro de 410 páginas busca reconocer ese papel a través de una historia de ficción que se sustenta en un grupo de personajes reales: por un lado, Maria Mitchell, la primera astrónoma de América, nacida en la isla de Nantucket (Massachusetts, EU) en el seno de una familia cuáquera, y quien desde niña aprendió a localizar estrellas.
Mitchell, con 29 años, descubrió un cometa -el hoy conocido como «Miss Mitchell’s Comet» o C/1847 T1, según la clasificación internacional- y logró que el Rey de Dinamarca le concediera, tras una dura pugna, una medalla que reconocía su descubrimiento.
Por otro, «las calculadoras de Harvard», el grupo de mujeres contratadas en esa universidad para clasificar las estrellas, su color, tamaño y espectro, un trabajo intenso que sentó las bases de la revolución astronómica que sobrevendría en el XX, apunta el autor en un resumen del libro.
Algunas de estas mujeres fueron Annie Jump Cannon (1863-1941) o Henrietta Swan Leavitt (1868-1921). «Hace años descubrí la historia de Swan Leavitt», quien se centró, por ejemplo, en las cefeidas, un tipo de estrellas variables que modificaban su brillo y para las que halló un método para medir la distancia de cada una con la Tierra.
Estas mujeres y en concreto Antonia Maury, quien fue alumna de Maria Mitchell en el Vassar College, la primera universidad de elite de EU dedicada solo a mujeres, llevaron a Delgado hasta esta novela.
«Vi ahí un libro», detalla a Efe este divulgador científico, quien para esta ocasión prefirió elegir una novela y no un ensayo: quería dar a conocer estas historias a un público más amplio y en este caso me parecía muy importante el componente humano de las vidas de estas mujeres, «por lo que tienen de ejemplo para muchos».
«Estas mujeres llegaron a ser científicas teniéndolo todo en contra», resume Delgado, quien además destaca el trabajo de muchas por la igualdad. Cuando uno lee los escritos de Mitchell se da cuenta de que era una gran defensora de la educación igualitaria: «sus reflexiones no parecen escritas por una mujer del siglo XIX».
En este sentido, al autor le pareció que Mitchell era el personaje perfecto que servía de hilo conductor de la historia.
Esta novela de ficción tiene «mucho de realidad», insiste Delgado, quien no obstante se inventa un personaje de ficción, Gabriella, una niña huérfana a través de cuyos ojos el lector se acerca a Mitchell primero y a «las calculadoras de Harvard» después.
Delgado, que apunta que aún quedan cosas por hacer en igualdad -por ejemplo en las vocaciones científicas o en los puestos de responsabilidad-, señala que le gustaría que quien leyera esta historia conozca a estas mujeres pero también valore lo que la ciencia en general puede aportar a la sociedad.
También, que se plantee que si existieron estas «calculadoras de Harvard», cuántas más puede haber no reconocidas.