Poco antes de estrenar «La guerra de las galaxias», George Lucas reconoció estar agotado, deprimido y disgustado. Había que mejorar algunos planos de los efectos especiales que tantos quebraderos de cabeza le estaban dando.
Ciudad de México, 28 de octubre (SinEmbargo/ElDiario.es).- George Lucas quería recrear los combates aéreos de la II Guerra Mundial con naves espaciales. Encomendó la titánica tarea a John Dykstra y fundó Industrial Light and Magic, apodada en aquellos años como el Club de Country. En aquel almacén, un grupo de amigos se esforzaba día y noche por hacer realidad el sueño del director. Diseñaron para conseguirlo la Dykstraflex, una novedosa cámara controlada digitalmente. Sin embargo, Lucas no contó con Dykstra después de La guerra de las galaxias: nunca estuvo del todo satisfecho con la parte técnica de su exitoso film.
«Siempre veo imágenes proyectándose en mi cabeza y solo tengo que hacer esas escenas. Tenía un deseo incontenible de conseguir esa gran escena de las dos naves espaciales, una disparando a la otra a medida que pilotaban atravesando la fortaleza espacial. Por Dios que quiero verlo. Esa imagen está en mi cabeza y no descansaré hasta que la vea en la pantalla «. ( George Lucas, 1974)
Poco antes de estrenar La guerra de las galaxias, un George Lucas de 32 años reconoció estar agotado, deprimido y disgustado. Había que mejorar algunos planos de los efectos especiales que tantos quebraderos de cabeza le estaban dando. Llevaba dos años trabajando siete días a la semana, dieciséis horas al día, para que sus combates de naves en una galaxia muy, muy lejana se contemplaran en el cine.
Uno de sus mayores problemas era su incapacidad para delegar autoridad y responsabilidad, su obsesión por controlar cada detalle de esa cinta de androides, jedis y tropas imperiales que había imaginado. «Es muy duro para mí llegar a otro sistema en el que todo el mundo haga las cosas para mí y yo diga ‘qué bien'», reconocía antes de saber que esa cinta ideada para jóvenes de 14 años acabaría conquistando a los adultos que, como él, seguían sin renunciar a la fantasía.
United Artists y Universal Pictures rechazaron su historia, pero Twentieth Century Fox le proporcionó 25 mil dólares para que escribiera el guion narrando las aventuras de Luke Starkiller (que así se llamaba por aquel entonces). Durante dos años, dedicó su jornada laboral a escribir cuatro versiones diferentes.
La primera contaba la historia de una princesa y un general. En la segunda, el personaje de Luke era femenino: una chica tenía que rescatar a su hermano, una idea que descartó porque «nadie se lo creería». Su amigo Francis Ford Coppola, productor del segundo largometraje de Lucas, American Grafitti, leyó tres versiones y le ayudó a pulir los diálogos del guion definitivo, uno de sus grandes puntos débiles a la hora de escribir. «Si no me hubieran obligado a rodar la película, todavía lo estaría reescribiendo», confesaría tiempo después del gran estreno.
Fox ya no contaba con un departamento de efectos especiales, así que, ni corto ni perezoso, Lucas decidió montarse uno que acabaría revolucionando la historia del cine. Hace cuarenta años, fundó Industrial Light and Magic. Quiso vigilar todos los detalles de aquel proyecto hasta lograr que el destructor imperial Devastador se hiciera con el poder de una nave consular con todo el realismo posible.
LOS COMBATES DE LA II GUERRA MUNDIAL… EN EL ESPACIO
Jóvenes diseñadores, arquitectos e ingenieros con imaginación, entusiasmados con poder construir con sus manos otro universo pero con muy poca experiencia en el mundo del cine: así eran los primeros trabajadores de ILM. De los 45, la media de edad estaba en los 25 o los 26 años. George Lucas tampoco quiso que alguien mayor que él tomara las riendas de aquel proyecto y le encomendó la difícil tarea de hacer sus pensamientos realidad a John Dykstra.
Dykstra había trabajado en ‘Naves misteriosas’ a las órdenes del que fuera su mentor, Douglas Trumbull, el responsable de los efectos especiales de la legendaria ‘2001: una odisea en el espacio’. Aunque años después se rumoreó que Trumbull había rechazado la oferta de Lucas, la versión del joven director publicada en ‘American Film’ en 1977 desmiente esa idea. Nunca quiso que aquel maestro le ayudara. «Si contratas a Trumbull para hacer tus efectos especiales», explicó Lucas, » él hará tus efectos especiales. Me ponía de los nervios eso. Yo quería poder decir ‘debe parecerse a esto y no a eso'».
Aunque se decantó por su discípulo, Lucas siempre comparó sus efectos especiales con los que Stanley Kubrick pudo realizar gracias a Trumbull y a un presupuesto más holgado. El director del que se convertiría en un film de culto había gastado 6.5 millones de dólares de los años 60 para crear sus efectos especiales. Lucas, solo 2.5 millones, el 25% del total de la película. Las cuentas siempre le hicieron sufrir. «No había forma, dado el tiempo y el dinero que teníamos, de que Kubrick lo hubiera hecho mejor», llegó a decir.
El ideólogo de la Fuerza no pretendía realizar una película de ciencia ficción perfecta, sino la más espectacular. No quería un plano lento de una nave flotando en el espacio con ‘El danubio azul’ de fondo. Su objetivo era recrear los combates aéreos de la II Guerra Mundial con naves espaciales como si de un documental se tratara. Así que grabó 25 horas de las cintas que encontró de aquella época, que editó hasta quedarse con los mejores 8 minutos.
Quedó con Dykstra para explicarle la idea de tomar como modelo esa cinta, mostrando su especial preocupación por la apoteósica batalla final. Según el joven, que pasaría a ser el supervisor de efectos visuales, «este concepto visual estaba muy lejos del enfoque de cámara de tomas estáticas para la fotografía en miniatura de naves espaciales que se habían visto en los clásicos del espacio del pasado». Sin embargo, decidió aceptar el reto para lograr una hazaña de «proporciones gigantescas»: realizar 365 planos de miniaturas voladoras.
EL CLUB DE COUNTRY QUE CREÓ UNA CÁMARA REVOLUCIONARIA
En 1975, Dykstra encontró un almacén cerca del aeropuerto Van Nuys, al norte de Los Ángeles, que se convertiría en el cuartel general de ILM, aunque Lucas siempre había querido estar lo más lejos posible de Hollywood.
La comunicación entre ambos fue uno de sus principales problemas desde el principio. «John era completamente diferente a George. Especializado en la parte eléctrica, pero le movía una clase de improvisación», ha señalado recientemente el director creativo de ILM, Dennis Muren, que por entonces trabajaba en la unidad de miniaturas y efectos ópticos. «George no es una persona particularmente sociable», reconocía el productor e íntimo amigo del realizador, Gary Kurtz. «Es más fácil para él trabajar con gente que conoce».
Lucas rodaba la cinta en Reino Unido mientras Dykstra diseñaba las impresoras ópticas, las miniaturas y hasta un revolucionario sistema para que la cámara pudiera rodar las escenas aéreas. Sin embargo, el proceso iba más lento de lo esperado. «Puedo entender que [Lucas] estuviera nervioso sobre ello. Estaba al frente del proyecto y el estudio estaba nervioso».
Fuera de aquel almacén, ILM era para algunos una comuna ‘hippie’ donde la marihuana se fumaba libremente. Comenzaba a ser conocido como el Club de Country. Algunos ejecutivos se acercaban allí por el día, pero nadie estaba rodando. Dykstra puntualizó que trabajaban por la noche debido al calor sofocante y a la ausencia de aire acondicionado. ILM no olía a magia, sino a gimnasio. Sin embargo, algunos días llegaban a trabajar 18 horas. «No nos organizábamos, no teníamos reloj para fichar. Éramos todos amigos», aseguró Dykstra. En ILM comían, dormían y soñaban con planetas imaginarios.
Construían las naves espaciales utilizando trozos de camiones, tractores, furgonetas e incluso un viejo Ford Galaxy 500. Eran, literalmente, «pedazos de chatarra», tal y como Luke calificaría después al Halcón Milenario. Mientras los modelistas se dedicaban a construir esas maquetas, el supervisor de efectos visuales creaba la que sería su gran obra con ayuda de parte del equipo: la Dykstraflex, una cámara con control de movimiento.
La Dykstraflex podía programarse para que se desplazara en 7 ejes diferentes con ayuda de una grúa. Todos los movimientos se grababan en una memoria para que se pudiera rodar la misma escena con diferentes maquetas y miniaturas sobre el fondo azul que después se eliminaría.
De esta forma, la cámara parecía presente en esa batalla final en la que los rebeldes se dirigen a la Estrella de la Muerte. «Es un dispositivo de caballo de batalla, no es un ordenador y eso es lo realmente importante. Es una calculadora. No es ni de lejos tan sofisticada como podríamos haber hecho con ordenadores personales», explicó Dykstra. El problema es que desarrollar el sistema les llevó más tiempo del que tenían (casi un año) y gran parte del presupuesto de efectos visuales (unos 400 mil dólares).
Aunque la cinta entusiasmó y sigue entusiasmando a millones de fans, el resultado, después de 22 meses de intenso trabajo, no pareció contentar a su realizador. «La clave es que los efectos especiales son tiempo y dinero. Tuve que recortar presupuesto como un loco. Tuve que recortar escenas a diestro y siniestro. Y tuve que cortar como cien escenas de efectos especiales. La película es el 25% de lo que yo quería que fuera», admitiría después Lucas.
Dykstra siempre lamentó que el director creyera que no había aprovechado bien su dinero. «Hay algo en mí que dice, maldita sea, ¿cómo lo habrías hecho de otra manera?» Haber inventado la Dykstraflex no parecía ser suficiente para aquel perfeccionista creador que tuvo que conformarse con un R2-D2 que permanecía prácticamente inmóvil porque no paraba de tropezarse en el rodaje.
ILM SE MUDA A SAN FRANCISCO… SIN DYKSTRA
Lucas estaba de vacaciones en Háwai durante la ‘premiere’, por lo que no fue consciente del clamoroso éxito de la película en un primer momento. A su vuelta, decidió trasladar su compañía de efectos especiales a San Francisco. No todos se fueron. » No estaba interesado en ir a San Francisco. No estaba invitado», ha afirmado tajantemente John Dykstra. Lucas no contó con él: «Quería a gente dispuesta a crear una empresa, y yo no era un tipo para una empresa».
Ganó el Óscar a los mejores efectos visuales en 1978, además del Óscar Científico y Técnico por el desarrollo de la cámara Dykstraflex y el sistema de control electrónico del movimiento. Se quedó en aquel almacén de Los Ángeles y creó su propia empresa de efectos digitales, Apogee. Aunque tuvo que cerrar la compañía en los 90, tras el auge de las imágenes por ordenador, ha seguido ligado de por vida a los efectos especiales e incluso volvió a ganar un premio de la Academia en 2005 por ‘Spiderman 2’.
«Hay tres formas de rodar. La hay rápida, la hay buena y la hay barata. Pero solo puedes trabajar con una combinación de dos de ellas», señaló Dykstra en una entrevista en los 80. Su filosofía no era tan distinta en ese punto a la de Lucas, pero sus caminos se separaron.