“La crónica periodística es la prosa narrativa de más apasionante lectura y mejor escrita hoy en día en Latinoamérica”; así, sin ambages, comienza el texto introductorio de Darío Jaramillo Agudelo (Santa Rosa de Osos, Colombia, 1947) a su Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara, México 2012). Después del boom de los sesenta y setenta del siglo pasado, la literatura en español escrita en nuestro continente no había encontrado un material que pudiera seducir al mundo como la crónica de nuestros días. Jaramillo Agudelo continúa: “Los cronistas latinoamericanos de hoy encontraron la manera de hacer arte sin necesidad de inventar nada, simplemente contando en primera persona las realidades en las que se sumergen sin la urgencia de producir noticias”.
Frente al vértigo de la información instantánea, la crónica es una breve raíz. Juan Villoro, incomparable cronista, sugiere: “Egon Erwin Kisch, Bruce Chatwin, Álvaro Cunqueiro, Ryszard Kapuscinski, Josep Pla y Carlos Monsiváis son los heraldos que, como los grandes del jazz, improvisan la eternidad. (…) El prejuicio que veía al escritor como artista y al periodista como artesano resulta obsoleto. Una crónica lograda es literatura bajo presión”.
Esta antología busca ser una constelación de cicatrices que nos guíe por los terrenos baldíos y las peleas de box, los crímenes de narcotráfico y los feminicidios, los “artistas” pop y los ricos patronos del arte, la discriminación contra homosexuales e indígenas, los desplazados y los migrantes, y todo nos sorprende como a los conquistadores les sorprendió la cultura mesoamericana y por ello la registraron como crónica. Martín Caparrós señala: “Así escribieron América los primeros: narraciones que partían de lo que esperaban encontrar y chocaban con lo que se encontraban. Lo mismo que nos sucede cada vez que vamos a un lugar, a una historia, a tratar de encontrarlos. Ese choque, esa extrañeza, sigue siendo la base de una crónica”.
Alberto Salcedo Ramos, Leila Guerriero, Juan Villoro, Martín Caparrós, Sabina Berman, Pedro Lemebel, Frabrizio Mejía, Julio Villanueva Chang, Laura Castellanos, y Alejandro Zambra se encuentran, entre las casi 50 plumas compiladas en este libro que “puede llevarse a una isla desierta sin temor a aburrirse”, concluye Darío Jaramillo Agudelo, a quien Sin Embargo alcanzó hasta Colombia para preguntarle sobre el boom de la crónica latinoamericana.
QUIÉN LEE CRÓNICAS
-¿Qué importancia tiene la crónica en el momento histórico que vive Latinoamérica?
-Como material de lectura: la crónica ha ampliado la frontera de lectores. Crónica lee gente que no acostumbra leer libros ni ir a las librerías y que llegará a ellas gracias al hábito inculcado por la crónica. Como medio para reconocer zonas de la vida actual no cubiertas antes por el lenguaje de la literatura: seres marginales, seres sin voz, delincuentes, putas, viciosos, niños convertidos en adultos por lo peor de la vida, sectas urbanas, ídolos pop, individuos que se distinguen por algo inusual, como ser enano o boxeadora, o mago manco, o asesino a sueldo, o muxe.
-Usted señala que, sin “hacer el réquiem” de la ficción, la crónica tiene una mejor posición que la novela en la prosa narrativa de Latinoamérica. Usted mismo es novelista, ¿en qué falla la novela contemporánea: el mundo es más complejo e inabarcable para una novela? o ¿son los lectores, quienes acostumbrados a realities, buscan en la narrativa algo más que la ficción?
-Estamos en un muy buen momento de la escritura de ficción. No hay motivo de queja al respecto. Tipos como David Toscana en México, o como Pedro Zarraluki o como Javier Montes en España, tipos como Rafael Baena o como Eduardo Peláez en Colombia, como Fedos y Santaella en Venezuela, como los inmensísimos Luis Rafael Sánchez en Puerto Rico y el argentino César Aira, todos ellos, dan fe de que vivimos un momento privilegiado de la narración inventada, sea novela o cuento. No me quejo de la novela, pero le doy la bienvenida a la crónica de nuestro tiempo, que llega desde los márgenes, sin el reconocimiento debido a pesar de tener una historia tan rica, y que llega a añadir lectores que acabarán leyendo también historias de ficción.
-¿Por qué este auge de la crónica no se presenta en otras regiones como Francia o Inglaterra, donde si bien tienen grandes cronistas, en modo alguno hay un boom de la crónica? ¿Se debe a la realidad política y social de esos países?
-No lo sé. No conozco por dentro los casos de Francia y de Inglaterra. En todo caso Polonia y Alemania y también Italia, han aportado nombres imprescindibles a la hora de hacer un panorama mundial de la crónica.
-La crónica en nuestros países ¿es una forma de activismo político o social?
-No lo creo. A la crónica le sientan mal los predicadores. No conozco ninguno cronista, entre los buenos, que esté matriculado en alguna causa particular. En general están por la causa de contar cuentos reales bien contados y si algún “no dogmático” los posee, es la sana obsesión de no aburrir a los lectores.
-Usted reunió en esta antología a muchos cronistas, y muchos de ellos son escritores de novelas o cuentistas, dígame, ¿qué pide la crónica: un escritor o un periodista?, ¿qué quiere usted como lector: datos duros o que lo encanten?
-El cronista debe saber escribir, y debe tener la sensibilidad para el lenguaje que se le pide a un artista de la literatura. Y también estar dotado del taller de un investigador, capaz de sumergirse en un tema, capaz de sacar respuestas de un personaje de carne y hueso, capaz de recordar detalles, cualidades todas propias de un buen periodista.
-La crónica ha recibido muchos elogios en Latinoamérica, ¿tiene algún defecto? ¿Envejece muy rápido?
-No envejece. Hoy seguimos leyendo con devoción La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska o Días de guardar de Monsiváis, libros que tienen más de treinta años. Y seguimos devotos de Lugar común la muerte de Tomás Eloy Martínez y de Crónica de un secuestro de García Márquez, ambos publicados hace decenios.
MEXICANOS ANTOLOGADOS
Sin Embargo preguntó a algunos de los cronistas mexicanos incluidos en esta antología sobre la importancia de este género.
Alejandro Toledo (México, 1963)
Es autor de volúmenes de cuento como Corpus: ficciones sobre ficciones; de la novela, Mejor matar al caballo; y desde luego de crónicas y textos periodísticos como De puño y letra: historias de boxeadores; y Todo es posible en la paz: de la noche de Tlatelolco a la fiesta olímpica. En “El poeta y la boxeadora”, crónica publicada en el periódico El Universal en 1998, Toledo narra el encuentro entre Jaime Sabines y la boxeadora Laura Serrano, en su charla ambos hablan de las dificultades de su oficio; Serrano cuenta que el interés por la poesía de Sabines, surgió cuando a su padre, que trabajaba en una pulquería, le cambiaron un libro de poesía por un vaso de pulque, el libro era “una antología de poesía mexicana preparada por Carlos Monsiváis”, y allí descubrió “Los amorosos”.
Para Toledo, “la crónica es un instrumento narrativo que nos ayuda a contar la realidad más inmediata. Está a medio camino entre la ficción y la realidad, porque se vale de procedimientos literarios (la imaginación como constructora del relato) pero también de investigaciones directas. Desde John Reed (México insurgente) y Martín Luis Guzmán (El águila y la serpiente), por dar sólo unas señas no demasiado lejanas, la crónica ha sido una buena herramienta para entender lo que sucede en nuestro entorno, y los momentos de crisis están llenos de historias por contar. Si el periodismo a veces se olvida de la crónica es más bien por una política de los medios, que se espantan de lo que ocurre en el país y prefieren géneros más domesticables, como la nota informativa, el editorial o el artículo de opinión, en los que la verdad puede ocultarse”.
-¿Cómo ves tu propio trabajo como cronista, como una forma de activismo o como un trabajo literario?
-Yo acudo a la crónica, primero, como una forma de ganarme la vida (en el su-free-lance, que le llama Leñero) y, después, como un pretexto para asomarme a realidades no muy cercanas. En cuanto a esto último, la crónica me permite dejar por un rato el escritorio y los libros y ver qué está pasando allá afuera. Los asomos por lo regular son asombros. Puede uno realizar excursiones nocturnas y registrar los cambios en las costumbres noctámbulas de la gente de la ciudad; o ir a un estadio o una arena y contar cómo este México nuestro celebra los triunfos o reacciona ante los fracasos. Los viajes en microbús, por ejemplo, son odiseas en las que los pasajeros se juegan la vida.
-¿La novela se convertirá, frente al auge de la crónica, en una suerte de periodismo literario como sucede con algunos ejemplos de narco-literatura?
-Pienso que la crónica, o el periodismo narrativo en general, tienen sus límites; la novela reconstruye realidades y crea formas narrativas complejas. Limitarse a lo que ocurrió es eso: limitarse. Hay que expandir la percepción y a eso ayudan los distintos géneros ficcionales. Por moda editorial se ha convertido a los cronistas en casi novelistas, pero temo que en la mayor parte de los casos se quedan a medio camino, fracasan en el intento. Un buen cronista no es necesariamente bueno para hacer novelas, como un corredor de cien metros no logra siquiera calificar en los maratones. Debería abandonar la inmediatez para construir, a la distancia y sin prisas, un relato de mayores alcances en cuanto visión de la realidad mexicana. La labor del cronista me parece valiosa, cumple un papel fundamental en los medios; pero los grandes novelistas siguen siendo, para mí, insustituibles.
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Carlos López-Aguirre (México, 1977)
Trabajó para el periódico Reforma, y actualmente es profesor del curso virtual de Narrativa de no ficción del Laboratorio de Escritura. La crónica incluida en esta antología, “La bofetada del Señor Richter”, publicada originalmente en 2009 en el blog Expresiones crónicas, narra la forma en que el autor vivió el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, dando cuenta del miedo de los capitalinos y de su súbita unión para rescatar a las víctimas. Sugiere que el terremoto fue “como una bofetada, para que el pueblo de México despertara del letargo en que se había mantenido desde la masacre de estudiantes en Tlatelolco en 1968. (…) Y aunque un cambio real no se ha dado hasta el momento, es cierto que México, después del 19 de septiembre de 1985, no volvió a ser el mismo.
Una de las principales características de la crónica –señala- es que permite ofrecer un rostro más humano de una situación o noticia en concreto. Por desgracia, los medios de comunicación y, por lo tanto, la sociedad en general se queda con el impacto cuantitativo de la tragedia, es decir, los más de 50 mil muertos durante el sexenio de Felipe Calderón. Cifra que impacta de cualquier manera, pero que finalmente no deja de ser un número, terrible, pero frío. Cuando conocemos la tragedia de cerca, cuando le ponemos nombre a la víctima, cuando sabemos (como ha sucedido en muchos casos) que era una persona que no tenía absolutamente nada que ver con el narco o con las fuerzas de seguridad, cuando conocemos a su familia, cuando conocemos su rutina, cuando conocemos su pobreza o la mala coincidencia, la perspectiva cambia. Narrar la tragedia de una sola persona puede ser tan contundente e igualmente impactante que una cifra. La crónica puede ofrecernos una perspectiva más cercana del conflicto. Debería ser imprescindible en los medios de comunicación impresos o digitales, pero sabemos que en la gran mayoría (si no es que en todos) lo urgente siempre está por encima de lo importante.
-¿Cómo ves tu propio trabajo como cronista, como una forma de activismo o como un trabajo literario?
-Definitivamente como un trabajo literario. Estoy convencido de que el uso del periodismo como un instrumento para hacer activismo termina siendo panfletario y poco creíble. La crónica es un género que está construido a partir de hechos. La lectura, la interpretación de estos hechos son ciertamente subjetivos, pero si todavía los recargas con una intención ideológica o los conviertes en un herramienta para conseguir un fin más allá de informar, de contar, de narrar, deja de ser crónica.
-Se insiste mucho en que la novela ya no nos detalla el mundo como antes y que ahora la crónica periodística es que nos abre verdaderamente los ojos, ¿tú qué piensas?, ¿dejaremos la novela, la novela se convertirá en una suerte de periodismo literario como sucede con algunos ejemplos de narco-literatura?
– Creo que crónica y novela navegan por aguas distintas. La primera, está apegada totalmente a los hechos tal y como sucedieron. La novela no. Considero que una no tiene por qué sustituir a la otra, principalmente porque no estoy convencido de que la novela haya nacido para detallarnos el mundo. Quizá en muchos casos su intención ha sido contarnos cómo debería ser (la primera novela que se conoce, El Quijote, es claro ejemplo de ello). Incluso estoy convencido de que quienes hacen narco-literatura no lo hacen con el afán de narrar la tragedia que vive el país, sino para buscar explicaciones de la misma. Y a final de cuentas sigue siendo ficción, novela. La crónica, en cambio, sí tiene ese afán de contar lo que sucede. Puede ser que con el tiempo, cuando se reconozca aún más su importancia y por fin nos demos cuenta de que una crónica, así sea de una página, puede ser mucho más desgarradora que una novela de mil.
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Diego Enrique Osorno (Monterrey, 1980)
Es, muy probablemente, uno de los jóvenes maestros de la crónica en México. Ha cubierto conflictos en Colombia, Honduras, Líbano, Bolivia, y Venezuela, entre otros países. Sus crónicas y reportajes han aparecido en todas las revistas importantes del país. La crónica incluida en este libro, “Un alcalde que no es normal”, publicada originalmente en Gatopardo, número 107, diciembre de 2009, es un espléndido perfil de Mauricio Fernández Garza, exalcalde del municipio de San Pedro Garza García, en Nuevo León; Osorno no sólo nos habla de su familia y del origen de su riqueza, además, hace un retrato del municipio más rico del país; además nos permite ver al exalcalde como un asiduo cazador en África, “si matas a un elefante, puedes hacer muchas cosas en la vida”; al político que sabe que grupos como el Senado, están estriados de intereses, que “para como toman decisiones, mejor que dejen a dos o tres senadores nada más, y a dos o tres diputados de cada partido, y ya”. Asimismo, Osorno da cuenta de los escuadrones de la muerte que, “se especula” mantienen los empresarios de San Pedro para defenderse de criminales y posibles secuestros. De este modo, a través del perfil de un empresario, Osorno hace un retrato de la clase más privilegiada del país.
-¿Qué importancia tiene la crónica en el momento que vive el país?
-¿Qué momento vive el país? Yo veo una tormenta de mierda cubriéndolo, aunque seguramente habrá quienes no ven nada. O ven una lloviznita nada más. Quizá por eso es importante la crónica, porque ayuda a mirar tormentas de mierda que no se ven. Una buena crónica puede lograr hasta que huelas lo que te está contando. Y lo que vive México apesta. Un reto que tiene la crónica mexicana es contar ese olor, lo cual no es nada fácil, porque nos inunda tanto desde hace tanto tiempo, que ya casi no lo distinguimos. Nos hemos acostumbrado a su aroma. Pero no hay que engañarnos: a final de cuentas la crónica es poco eficaz para detener fenómenos meteorológicos de esa envergadura.
-¿Cómo ves tu propio trabajo como cronista, como una forma de activismo o como un trabajo literario?
-Tengo un pacto con el Periodismo, que es uno de los rincones oscuros con más sol que pueden existir. También me gusta explorar la Literatura, aunque para mí es un pantano demasiado peligroso, donde abundan cocodrilos escondidos a la sombra y un arcoiris en el horizonte. (Ojo, a lo mejor lo peligroso es el arcoiris y no los cocodrilos).
Escojo las historias que hago con algo que llaman instinto, aunque no sé si sea la palabra adecuada. El caso es que las historias tienen energía propia: o te jalan o no te jalan, así de fácil. Si te aburre una historia que estás escribiendo, quien la lea se aburrirá de una forma espantosa. He aprendido que no hay que darle a los lectores crónicas de largo aliento que no lleven por lo menos unas gotas de sangre tuya producto de ese sacudimiento. Y ese sacudimiento interior, en mi caso, suele venir de una inquietud política. O no.
-Se insiste mucho en que la novela ya no nos detalla el mundo como antes y que ahora la crónica periodística es la que nos abre verdaderamente los ojos, ¿tú qué piensas?
-Tengo muchas novelas por leer. Soy un lector voraz, pero tardío, demasiado rezagado. A los 14 años, cuando mi amigo Emiliano Ruiz Parra leía La guerra y la paz de Tolstoi, yo vendía gorras en el Mercado de Abastos de Monterrey. Por ello no me atrevería a hablar del futuro de la novela en comparación con la crónica. Soy temerario pero no tanto. Lo que sí veo es que cada vez más cronistas mexicanos asumen su trabajo con el mismo compromiso que veo que lo hacen los buenos novelistas. Hablo del sacrificio real que exige esa vida, no de la pose, por supuesto. Me ha tocado conocer y ser amigo de cronistas que van por la vida con una permanente noción de lo desconocido y que están dispuestos a hacer todo por una historia, entregarse hasta la última palabra de su escritura. Y hay otros cronistas que no conozco, pero que leo sus crónicas y sé que también lo hacen.
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Sabina Berman (Ciudad de México 1955)
Es dramaturga, narradora, ensayista, directora de teatro y sin duda un referente en la cultura de nuestro país. Su novela La mujer que buceó en el corazón del mundo ha sido traducida a 11 idiomas y publicada en 33 países. “Armar la historia de Gloria”, publicada originalmente en Gatopardo, número 103 Julio-agosto del 2009, Berman desmenuza lo mismo con ironía que con conmiseración, el ascenso y caída de la cantante popular Gloria Trevi, de cómo “la desgracia de Gloria fue un boom de rating impresionante” para los programas de espectáculo, sin que necesariamente las notas presentadas “fueran producto del buen periodismo, ese de las verificaciones estrictas, o mentiras oportunistas o irresponsables fabulaciones”. Y al mismo el texto es un relato de cómo debe escribirse una crónica: ¿debe contarse la historia cronológicamente?, ¿cuál debe ser el hilo principal?, y al final, Sabina Berman describe que lo más importante es que el entrevistado (en este caso, Gloria Trevi) y el entrevistador debe existir confianza, no ingenuidad sino “la segunda inocencia que la vida nos regala: creer con los ojos muy abiertos”.
-¿Qué importancia tiene la crónica en momento que vive el país?
-Yo creo que este sexenio se va a tratar del empuje hacia la verdad, hacia la búsqueda de una sociedad donde rija la verdad y tenga, por tanto, una oportunidad la justicia, contra el empuje de una clase política, en especial los priístas que tienen una tradición de enmascarar a los muchos la verdad. Y sí, en este sentido, creo que va a ser muy importante el ejercicio de la crónica.
-¿Cómo ve su propio trabajo como cronista, como una forma de activismo o como un trabajo literario como sus novelas o su dramaturgia?
-Es ambas cosas, cuando se hace crónica se tiene una postura ante la realidad, lo quiera uno o no, ¿qué es lo que hace que uno elija contar algo o no contar lo que estaba exactamente a la derecha?, ¿qué hace que uno a la hora de editar, corte un pedazo de realidad o lo deje o lo alargue? En esa conciencia de que la crónica en sí misma tiene una postura ante lo que relata, a mí me parece que es mejor hacerlo consciente, incluso declararlo en el centro de la crónica, total disclosure, “esta es mi postura”, que pretender que uno es una mirada objetiva. Para empezar los seres humanos tenemos dos ojos al frente de la cara y no tenemos ojos alrededor de la cabeza, Darwin pensaba que si los hubiéramos tenido hubiéramos sido más objetivos. Inevitablemente no lo somos. Somos depredadores con dos ojos al frente siempre buscando algo, fijando la vista.
-Darío Jaramillo autor de la antología, dice que la crónica periodística es la prosa narrativa de más apasionante lectura y mejor escrita hoy en día en Latinoamérica, ¿usted qué piensa, cree que la crónica es mejor que la novela escrita actualmente en Latinoamérica?
-Él es un experto y yo no pretendo ni siquiera ser una lectora exhaustiva de la crónica que se escribe en Latinoamérica y menos de la novela que es abundante. Pero yo no veo esa dicotomía en mi trabajo, yo cuando escribo crónica que llamo periodística y que publico en lugares que se anuncian como periodísticos, me apego centímetro por centímetro a la realidad y cuando escribo ficción, no me apego, pero lo hago con la misma prosa. Creo que para el novelista y para el dramaturgo, la crónica es una gran escuela, porque en el esfuerzo por nombrar la realidad se ensanchan las capacidades del lenguaje y luego puedes imaginar más.