Alma Delia Murillo
28/07/2012 - 12:00 am
La partícula de Dos
No me va a alcanzar la vida para ser, lo sé. No me va a caber todo lo que siento en un solo pecho, en un solo cuerpo. Apenas puedo contenerme a mí misma, me pregunto quién podrá contenerme. Quién podrá amarme y estar. Porque así se ama, estando. No hay otra manera. Pero todos […]
No me va a alcanzar la vida para ser, lo sé. No me va a caber todo lo que siento en un solo pecho, en un solo cuerpo. Apenas puedo contenerme a mí misma, me pregunto quién podrá contenerme. Quién podrá amarme y estar. Porque así se ama, estando. No hay otra manera. Pero todos se van, al final todos se van. ¿Por qué habré nacido del lado del mundo de los que se quedan, del lado de los que se enamoran?
Yo creo que unas personas tenemos el corazón más rojo que otras. Eso pienso mientras el avión despega, mientras lloro por dentro unas lágrimas inmensas y saladas que me van curtiendo los órganos y dejándolos como frutas deshidratadas para el invierno.
– Señorita, ¿puede mover el respaldo de su asiento?
La sobrecargo me da instrucciones en formato pregunta. Estoy harta de recibir instrucciones, instrucciones en la casa, en la escuela, en el trabajo, en el Banco, en el avión
¿Qué tan rojo será el corazón de la sobrecargo? ¿Y el del hombre en el asiento a mi lado?
No entiendo nada. Las mujeres dicen que buscan hombres que quieran comprometerse, pero no es verdad. Yo soy un hombre que quiere comprometerse y tal parece que ése es el problema. ¿Qué hice mal?, ¿por qué salió corriendo cuando le dije que podía quedarse a dormir en mi casa? Estoy muy cansado de intentarlo, pero no voy a volver con mi ex, no de nuevo. ¿Dónde voy a conocer a una mujer que quiera quedarse a dormir?, ¿dónde voy a encontrar a una mujer que no se sienta ofendida si le abro la puerta?
– Señor, ¿puede apagar su teléfono por favor?
La sobrecargo, por ejemplo, ¿tendrá novio, marido, algo? ¿Será de las que se asustan cuando un hombre quiere todo? ¿Y la chica sentada a mi lado? Tiene brillo de tristeza en la mirada y dos lunares en la mejilla. Tengo que dejar de verla porque las mujeres tristes son mi perdición. Necesito interesarme en mujeres normales, enamorarme de mujeres normales pero, ¿cómo?
Ya, voy a calmarme o me voy a poner a llorar y qué vergüenza, no vayan a pensar que soy una de esas raras a las que les dan miedo los vuelos. Y el tipo de al lado no me quita los ojos de encima, qué incómodo. ¿No sabrá que no está bien mirar a los otros? A menos que sea uno de los que se atreven, un enamorado.
Mejor voy a leer.
Mejor voy a leer.
Y los dos leen. Ella una novela de su autor favorito y él el periódico.
El tiempo pasa. Cada tanto los pensamientos se distraen y reaparecen el dolor y el desencanto, la ansiedad. Pero hay que aparentar entereza, normalidad corporativa.
El pasillo del avión es una foto casi artística: muestra dos líneas de brazos con camisas azules o blancas y pesados relojes en las muñecas. Los rostros inexpresivos perfectamente alineados son también un performance. Podríamos titular a nuestra obra: “En este avión somos normales, no intente convertirnos en amorosos”.
Nuestros dos personajes parecen intrusos: ella con sus grandes ojos tristes y él con sus ojos angustiados como mancha de identidad humana en la cara. Los delata eso y sus corazones rojísimos. Dan ganas de hablarles, de acercarles las manos para que se rocen. Dan ganas, si se pudiera, de ponerlos a salvo.
La sobrecargo, con su corazón rojo degradado, los interrumpe de sus respectivas lecturas para preguntar si quieren alguna bebida.
– No
– No
– Bueno, sí.
– Mejor sí.
Una nueva señal de humanidad no controlada: dudan.
Tratan de evitar la mirada del otro pero se han reconocido.
El capitán del vuelo anuncia el aterrizaje.
El avión ha tocado tierra.
Los autómatas corporativos, con sus corazones azul eléctrico, encienden los teléfonos móviles y entonces se animan, se conectan a sus vidas. Y se disponen a servir al dios de la Normalidad, ése dios que los ha mutilado con tanto cariño y les ha permitido ser felices.
Ella no se atreve. Él tampoco. Pero se han reconocido.
Y una partícula de dos se queda en el aire, hay que contemplarla con asombro.
A la partícula de Dios ya la miran demasiados.
@AlmitaDelia
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