Cuando el autor de Los gatos de Schrödinger y Franz Kafka en traje de baño, entre otros, lo llevaban obligado a una fiesta familiar, armaba en su cabeza una biblioteca imaginaria desde la que leía sus libros favoritos. Hoy, el muchacho ya tiene 30 años y sus costumbres lectoras no han variado.
Ciudad de México, 28 de mayo (SinEmbargo).- Inicié en la lectura de pequeño. Me encerraba en las bibliotecas de mis tíos o mis abuelos, mientras todos en la familia hacían fiesta en el patio. Pensaba, entonces, que las fiestas eran tan repetitivas como el sermón de los domingos. Las mismas frases, el mismo humor, la misma estructura siempre. Timidez en principio, desinhibición en el clímax y drama en el crepúsculo. Saludos, risas y llantos. Una y otra vez. El patrón se repetía. Así que lo mejor que pude hacer fue encerrarme, cada vez que pisábamos la casa de mis tíos o mis abuelos, a leer enciclopedias en una habitación alfombrada. De panza, repasaba los tomos, hasta que mis padres, con los ojos rojos y suspirando, me llevaban a casa, el hogar sin libros y con piso duro. Debía esperar la siguiente celebración para continuar con la lectura.
Digámoslo así: Leía porque odiaba las fiestas. Ahora que soy adulto, guardo un poco de rencor por las fiestas y trato de evitarlas, pero cuando estoy en una, imagino que estoy leyendo algo en mi cabeza. O habitualmente recuerdo ese poema de Juarroz: “En el centro de la fiesta / no hay nadie / En el centro de la fiesta / está el vacío / Pero en el centro del vacío / hay otra fiesta.
Siempre que haya una fiesta, habrá un libro para combatirla. Acá mis diez libros preferidos que suelo llevar mentalmente a las pachangas:
Un libro enorme, no por extensión, sino por su estatura literaria. Me hice pasar por Raskólnikov en mi juventud pero tuve que abandonar el personaje, por no matar a mi casero con un hacha en la cabeza. Una de las novelas más brutales que he leído en mi vida. Devastadora y psicológicamente entrañable.
No hay mucho qué decir de esto que no lo hayan dicho millones de personas. Es Kafka. Es su última novela. Es bastante graciosa. A mí me hizo reír demasiado. Y creo que acá hay dos lecturas de Kafka: quienes lo prefieren oscuro y amargado y quienes lo leen cínico y divertido. El castillo es el objeto kafkiano por excelencia, el no-lugar que trata de alcanzar el agrimensor y al que nunca llegará, porque antes del desenlace, la novela se cierra. Kafka murió antes de completar el libro. Ese episodio oscuro lo tenemos que completar los lectores y hacer un ejercicio de imaginación. Yo, por mi parte, y porque odio las fiestas, elijo que K nunca llegue a destino.
Una obra hermética y rara como ninguna. Hamm y Clov, dos personajes complementarios, uno ciego que no puede mantenerse en pie y el otro, su sirviente, no puede sentarse, están conectados por su odio mutuo. Los diálogos son intensos y absurdos, dibujan un solo cuerpo, el cuerpo humano, echado sobre la tierra y condenado a su propio encierro y soledad. Aparecen por ahí, los padres de Hamm, Nagg y Nell, quienes viven en cubos de basura. La alegoría es fatal. Somos un lastre, no hay nada bien con nosotros. Pesimismo total. Nuestros padres ocupan el espacio de reciclaje, de los desperdicios. No hay nada en el pasado. No hay nada hacia el futuro. No hay nada afuera. Sólo esto.
Qué idiota es uno en la juventud. Este libro es un himno a esa exquisita idiotez. Arturo Belano, Ulises Lima y García Madero, eran los más geniales idiotas en los ’70 en México. Desarraigados, apóstatas, rebeldes, detractores, groseros y geniales, hicieron de la Literatura un modo de vida y luego Bolaño tomó la fotografía de esa generación salvaje. Hay muchos chicos irreverentes hoy, pero cuántos de ellos han leído tanto como Ulises Lima que lo hacía, se dice, incluso mientras se daba una ducha.
El escritor húngaro es lo máximo. Falleció en marzo pasado. Después de varios años de Auschwitz, de haber sobrevivido a ese triste episodio, el gran Kertész se cansó de patearle el culo a la vida. Seguir con vida fue la gran rebelión, la gran desobediencia, como dice en este libro. Siempre que conozco a algún tipo con intenciones suicidas, trato de recomendarle esta novela. Es un hermoso mensaje de contención. Dice el texto “El único instrumento digno del suicidio / es la vida. / Ser un suicida es tanto / como seguir con vida. / Volver a empezar todos los días. / Volver a vivir todos los días. / Morir todos los días”. Vamos, chicos, si un hombre que fue testigo de estos horrores decidió rebelarse sobreviviendo, cualquier tragedia sentimental no debería ser motivo para dejar que la vida se salga con la suya y nos mate.
Gracias a este argentino, descubrí lo que él llama el Realismo Delirante. Esta novela monumental (900 páginas), casi tan grande como Los Soria (de casi 1,300 páginas), reinventa la ciencia ficción. Me parece incomprensible que estando en 2016 no tengamos, en México, libros de este genial y delirante escritor. No soy lector de PDF’s, pero si ustedes sí, busquen esta novela en Internet que trata sobre las peripecias del Gordo Sotelo y su transformación mística. Una guerra oscura e invisible se desata en nuestras narices. Magia, ocultismo, horror, humor, escritores, máquinas, robots invisibles, monstruos, hay de todo aquí en este ladrillo literario.
Es una de las pocas novelas mexicanas que me han marcado abismalmente. Esta novela deja en claro que los libros no siempre envuelven una historia o una trama. El genio de Elizondo construye un universo narrativo a partir de un instante y va generando capas de texto en una experimentación estética que nos muestra su experiencia con el lenguaje. Su lógica es otra, su naturaleza es siniestra y mórbida y, finalmente, bella. Recuerdo las instrucciones de amputación en el texto, la estrella de mar, el misterioso símbolo chino en el vaho de la ventana. Es un libro tanatológico y erótico. Si no es que lo tanatológico y lo erótico son, per se, inherentes.
Junto a La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, es una de las novelas más graciosas que he leído en mi vida. No paraba de reír. Pero esa risa kafkiana, se fue transformando, al final en un eco grotesco y amargo que emitía por mi boca por la extraña aventura del amanuense Bartleby, un tipo que, repentinamente, abandona toda acción y movimiento. El mundo va demasiado deprisa y el cuerpo, en la inamovilidad, no opone resistencia y acompaña con su inercia el giro terrestre. Melville mezcla el pánico con el humorismo. Un maestro. Después, Vila-Matas hace una novela-ensayo sobre esta misteriosa actitud en los escritores en Bartleby y compañía.
Pynchon es el maestro de la histeria. Sus novelas son demasiado complejas y exigen demasiado a sus lectores. La complicidad que se requiere para leer estos libros termina por convertirse en un amor infinito y en una lealtad literaria que jamás se vendrá abajo. Esta novela me enseñó que los libros no siempre deben tener una historia o una anécdota sencilla. En 1977 un periodista de Playboy le preguntó por qué había hecho su novela V tan difícil de comprender. Pynchon se limitó a responder: “¿Por qué las cosas deberían ser fáciles de entender?” Los lectores se han acostumbrado a beber significados de los libros que leen. Después de leer uno de los libros de este escritor enigmático el mensaje será poliédrico.
Mi novela favorita de todos los tiempos. La leí hace muchos años y su dificultad me pareció un gran desafío, un enorme reto como lector. Para cuando cerré la última página, meses después, estaba perdido y confundido. Sentía que había bajado de un juego mecánico. Hace poco la volví a leer y ahora comprendí muchos huecos que había dejado en la primera lectura. Pude conectar todos los extremos de la historia que un principio me parecían desarticulados. Son varios grupos quienes buscan de la última cinta de James O. Incandenza Jr., La broma infinita, una película que quema el cerebro y puede funcionar como arma letal para las distintas células anti-ONAN (una coalición compuesta por los países de Canadá, Estados Unidos y México). Asesinos brutales en sillas de ruedas, chicos genios jugadores de tenis, todos buscarán su paradero. Además, como en otra de mis grandes novelas de todos los tiempos, aparece Sonora. En esta última lectura, tengo anotadas todas las apariciones de mi estado natal en el enorme tabique de 1,200 páginas. Es una novela delirante que no sólo describe el vacío de generacional de Estados Unidos, sino que resulta evidente y profundamente cercana a nuestra realidad contemporánea, cada vez más y más perdida y con el cerebro fundido por el Entretenimiento. Lamento muchísimo que Foster Wallace se haya suicidado. Seguro habría pronosticad de nuevo el futuro.
¿Quién es Franco Félix? (Hermosillo, Sonora, 1981), estudió literatura hispánica en la Universidad de Sonora, ha publicado en revistas como Vice, La Tempestad, Tierra Adentro y Pez Banana; obtuvo la beca Jóvenes Creadores en la categoría novela (2011-2012) y la beca Residencias Artísticas México-Argentina (2014), ambas otorgadas por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) de la secretaría de Cultura del gobierno federal. Es autor de Éste no es un tatuaje, Yo soy el verdadero Thomas Pynchon, Dolor de cabeza en Bagdad, La guanteleta de Freddy Krueger, Los gatos de Schrödinger y Kafka en traje de baño.