Línea nigra, el último libro de la autora mexicana, aborda el tema de la maternidad, el parto y la lactancia a través de un diario personal de su embarazo, con el que establece un diálogo constante con otras creadoras que reflexionaron sobre esos temas desde el arte y la literatura.
Por otro lado, Cuaderno de faros (2019) es un gabinete de curiosidades sobre faros reales, imaginarios y hasta mitológicos. Salpicado por anécdotas personales, hechos históricos y relatos de viaje, este collage visual engloba una de las mayores obsesiones de Jazmina.
Ciudad de México, 28 de marzo (SinEmbargo).-Cuatro autoras noveles. Cuatro voces. Cuatro apuestas literarias. Escriben cuento, novela, crónica y ensayo, pero también dramaturgia y poesía. La calidad de sus obras, además de sus propuestas estéticas, han llamado la atención de los críticos, reseñistas y otros escritores, que han celebrado sus libros.
Coinciden en que el canon literario ha invisibilizado a las mujeres. También en que el calificativo “mujeres escritoras” es inoperante: les incomoda que se haga una distinción innecesaria, que demerita su labor. En su caso, en su vida profesional, ninguna ha padecido episodios de discriminación de género por su labor literaria. Y lo viven como un privilegio, si se considera que en México 6 de cada 10 mujeres han sido discriminadas en el país.
¿Cómo viven este momento? ¿Cuáles son sus obsesiones? ¿Cómo fue el proceso de escritura de cada uno de sus libros? Nos acercamos a ellas a preguntárselos. Esta es su voz. Escuchémoslas.
LA ENSAYISTA NARRADORA
Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988) escribió su primer libro a los 5 años, cuando estudiaba la primaria en una escuela “hippie” al sur de la Ciudad de México. Una vez a la semana, ella y sus compañeros escribían textos libres, sin pauta alguna. Al final del año reunían dichos textos, los imprimían con tipos móviles y los cosían a mano.
Veintisiete años después, Jazmina cita de memoria una de las frases de aquel libro: “El día de ayer mi gata Casilda tuvo cinco gatitos”.
“A partir de ahí, para mí, la escritura siempre ha estado asociada a la libertad. Por eso me cuesta mucho trabajo pensar en géneros. Procuro pensar en proyectos literarios. Y cada proyecto me exige cosas distintas, como mezclar convenciones genéricas o ser más autobiográfica”, confiesa.
Desde entonces, Jazmina tenía la certeza de que sería escritora, aunque encontró obstáculos en el camino. Cuando ingresó a la licenciatura en letras inglesas de la UNAM se encontró con un claustro académico que le advirtió desde el principio: “Tú no vas a ser escritora. En cambio, vas a leer este canon de escritores a cuyo nivel literario jamás podrás aspirar”. Más o menos, con más o menos palabras, ese fue el mensaje de bienvenida.
Jazmina, no obstante, seguía escribiendo, incluso a escondidas de sí misma, con miedo e inseguridad. Se inscribió, incluso, a un par de talleres literarios, que para ella significaron un fracaso.
Luego pasó algo curioso que la animó a arrancarse el pudor de encima, como si fuese una costra.
“Conocí a un compañero de mi generación, quien a los 20 años se presentaba diciendo: ‘Hola. Soy escritor’”. Al principio me dio risa, me parecía un alarde egocéntrico, pero después me dije: ‘Si él lo dice con tanta seguridad por qué yo no puedo intentarlo’”, cuenta.
Luego, una vez concluida la carrera, se ganó la beca de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de ensayo. “Y ahí me dieron seguridad, confianza y un espacio de diálogo con personas que sentían lo mismo que yo”.
Después ganó el premio Latin American Voices de ensayo 2013 y su libro Cuerpo extraño fue publicado por Literal Publishing, lo que la confirmaría como una de las jóvenes promesas de la literatura mexicana.
Tras ese libro publicado, impartió clases en la UNAM, pero se enfrentó a una resistencia enorme, tanto de académicos como de administrativos, quienes no creían que se pudiese conciliar la academia y la creación.
“Eso me confirmó que a los académicos no les interesa el aspecto comunicativo. Por eso escriben textos para leerse entre ellos, lo que anula cualquier posibilidad de un diálogo real. Y eso provoca que el ensayo académico esté anquilosado”, sostiene.
De ahí que sus libros de ensayos Cuaderno de faros (Pepitas de calabaza, 2019) y Línea nigra (Almadía, 2020) sean todo lo opuesto a un texto académico: una mezcla de apuntes personales, crónicas de viaje, referencias literarias y datos históricos, atravesados por una mirada lúdica e íntima: una escritura libre.
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Cuaderno de faros es un libro que Jazmina escribió cuando era becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas. Con afán de coleccionista, Jazmina visita algunos faros reales, imaginarios, históricos y hasta mitológicos. “Surgió como un ensayo en el que contaba el viaje que hice, cuando era adolescente, a un faro en la costa de Oregón en la que relataba el viaje mientras leía To the lighthouse (1927) de Virginia Wolf”. A partir de ese detonante, Jazmina investigó más sobre faros y empezó a coleccionar historias sobre ellos.
Escribió el libro –durante 4 años– conforme recopilaba la información. “La intención era que el libro fuera un gabinete de curiosidades, en el que la información estuviera dispuesta de forma visual, como un collage, para que los fragmentos dialogaran o contrastaran entre sí”. Si bien Cuaderno de faros está salpicado por anécdotas personales, los elementos autobiográficos están bastante dosificados.
Al respecto, Jazmina explica: “Cuaderno de faros es una obra más contenida, aunque me interesaba mucho explorar la relación entre lo individual y el mundo exterior. Creo que es una de las tensiones presentes en el libro, que habla de diarios y bitácoras. Ese contraste entre el registro de lo externo (en el caso de la bitácora) y el registro de lo íntimo (el diario)”.
Su investigación, o más bien, su colección de información sobre faros resultó tan vasta que tuvo que dejar, fuera del libro, muchas anécdotas, hechos históricos y relatos de viaje. Cuaderno de faros, dice, podría escribirse infinitamente.
“También –confiesa– me gustaría escribir sobre un faro ubicado en Yucatán, que está chueco, a punto de caerse”.
Tras el libro, Jazmina empezó a coleccionar fotografías de construcciones que imitan a los faros en la arquitectura de Acapulco. Y también quiere escribir sobre eso.
Le pregunto si le obsesionan los faros por la terrible soledad que representan. Jazmina me responde: “Me obsesionan muchos de los temas asociados a los faros. Y, en particular, esta contradicción de la figura del farero: personajes solitarios, que parecen misantrópicos, pero que tienen una tarea muy humanitaria en el fondo, que es salvar a los barcos de naufragios, tormentas y zonas peligrosas. Esa contradicción que entraña la tarea del farero se parece un poco a la labor literaria: una tarea solitaria, que requiere cierto distanciamiento con el mundo, pero, al mismo tiempo, una cercanía con el otro”.
Otra respuesta, a esa pregunta, se encuentra en la página 19 de Cuaderno de faros: un fragmento lírico, de esos que salpican el libro, en el que Jazmina, con la mirada hacia dentro, con ese estilo que se asemeja a la voz de un viejo sabio que cuenta una historia frente a una fogata y transmite simultáneamente una curiosidad insondable y mucha paz, confiesa:
«Si me concentro en mi misma, me duelo. Por ejemplo, ahora mismo, al escribir esto. En cambio, cuando visito faros, cuando leo o escribo sobre faros, me voy de mí. A algunos les gusta mirar dentro de los pozos. A mí me da vértigo. Pero con los faros dejo de pensar en mí. Me alejo en el espacio y voy a lugares remotos. Me alejo también en el tiempo, hacia un pasado que sé que idealizo, en el que la soledad era más fácil. [..] Al verlos, a veces siento que de verdad puedo petrificarme y disfrutar esa paz absoluta de las rocas». Y uno entiende porque los faros transmiten “una pasión por la anestesia”.
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En Línea nigra, Jazmina Barrera aborda el tema de la maternidad, el parto y la lactancia a través de un diario personal de su embarazo, con el que establece un diálogo constante con otras creadoras que reflexionaron sobre esos temas desde el arte y la literatura.
A diferencia de Cuaderno de faros, este es un libro más personal, íntimo, autobiográfico. “Cuenta mi experiencia entremezclada con otras cosas que me ocurrieron mientras estaba embarazada, como el sismo del 19 de septiembre de 2017 y una enfermedad que padeció mi madre. Eso motivó la escritura del diario”, cuenta.
En el diario, Jazmina también registró su búsqueda de libros que hablaran sobre maternidad. Le interesaba, en particular, aquellas obras que abordaran las transformaciones del cuerpo. Y le costó trabajo hallar bibliografía. Se percató de la escasa producción literaria al respecto, lo que le provocó mayor curiosidad.
“Me parecía rarísimo que esos temas fueran tan poco abordados desde la literatura. No me explicaba porque existían tantos libros sobre la muerte y tan pocos sobre el alumbramiento. Era uno de mis cuestionamientos fundamentales”.
¿A qué se debe eso? Jazmina dice que la cultura patriarcal ha invisibilizado esos temas y menospreciado a las autoras que los trataron. “Es cierto, también, que muchas autoras no se atrevieron a escribir sobre esos tópicos porque creían que no eran interesantes o importantes”, explica. La cultura machista, dice, ha catalogado a la maternidad como algo cursi. Y se congratula que ahora, en la actualidad, muchísimas mujeres estén escribiendo sobre eso, sin limitantes.
“Línea nigra es un libro muy personal, pero –como sabemos– en el feminismo lo personal es político. La escritura desde el cuerpo, desde la experiencia de las mujeres, es fundamental. Sí: hay un boom sobre los libros de maternidad, pero eso no debería de llamar nuestra atención, más bien debería extrañarnos que esto no haya ocurrido hace 330 años, pues son temas que deberían de ser interesantes para todos”.
Al igual que en Cuaderno de faros, el proceso de escritura del libro estuvo acompañado por una ardua labor de investigación. Línea nigra (que refiere a la línea vertical, oscura, que se dibuja en el abdomen de las mujeres embarazadas alrededor del segundo trimestre) es, también, un gabinete de curiosidades.
Escribe en una de las entradas: «Mi panza es sólo un poco más grande, muy poco. Ha sido de este tamaño otras veces. Si no supiera que estoy embarazada, no podría imaginarlo. Creería que las náuseas y el cansancio son otra cosa, y que el retraso es por una irregularidad hormonal. He pensado en esa historia de Maupassant, “El Horla”. El embarazo al principio se parece a un ser invisible que te chupa la energía y te hace sentir enferma. Cuando pienso en “El Horla” y en los vampiros recuerdo este dato: la leche materna es sangre pasada por un filtro. Sangre que circuló por las venas y luego se convirtió en leche. Lo cuento y casi nadie lo sabe. Pero deben saberlo, todo el mundo debe saberlo». Y en efecto, me cuenta –con una pasión desbordada, casi enciclopédica– ese dato que desconocía.
A Jazmina también le impresionó otro de sus hallazgos: el fenómeno del microquimerismo fetal, que significa que las células de los hijos pueden escapar del útero, circular por el torrente sanguíneo de la madre y esparcirse por el cuerpo de la madre.
“Este estar hecho de los otros me pareció fascinante”, dice.
Otros hallazgos: “El primer autorretrato de una mujer embarazada, Paula Modersohn Becker, quien se pintó cuando ella no estaba embarazada, entonces es ella imaginándose embarazada y desnuda. El descubrimiento de esa pintora me maravilló”.
Jazmina dice que hay tantas maternidades como madres. Y que cada parto es una historia única, que puede ser de terror o maravilla, o una mezcla de ambas. En su caso, no se cansa de indagar sobre el tema.
“Eso es lo que más me emociona de este libro. Me interesa compartir mi experiencia personal, por si le sirve a alguien, pero me emociona compartir estos hallazgos. Ojalá a otras personas les emocione como a mí”.
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“El ensayo, como antigénero literario, es el receptáculo de todos los libros extraños”, sostiene Jazmina. Los géneros, dice, le han aportado valiosas herramientas que procura utilizar de acuerdo con las necesidades de cada proyecto.
“Y lo que hago desde hace tiempo es llamar ensayo a todos los libros que me parecen inclasificables, a esos libros que bordean los límites de las convenciones genéricas, que son mis libros favoritos. Por ejemplo, los libros de libros de Maggie Nelson, David Matson, con los que dialogo mucho”.
Sobre el ensayo en México, reflexiona: “Después de Octavio Paz, en México, hubo una tradición muy apegada a Paz. Textos declarativos, que tendían a universalizar, a sermonear. Son ensayos con los que, en general, no hay dialogo. No obstante, desde hace mucho tiempo, existe otra escuela, de la línea de Margo Glantz, en la que están Vivian Abenshushan, Luigi Amara y Verónica Gerber, además de otros escritores como Isabel Zapata, Tania Tagle, Olivia Teroba, Pierre Herrera, Maricela Guerrero y Pablo Duarte”. Y sostiene que, sin duda alguna, las cosas más interesantes que se han escrito en la literatura mexicana contemporanea está en el ensayo.
En Ediciones Antilope –de la cual es editora y socia fundadora– editaron la antología Arbitraria, muestrario de poesía y ensayo (2015) como una reacción a otras antologías que se publicaron ese año para promocionar a los jóvenes escritores mexicanos en el extranjero, pero que sólo se ocupaban de un género: la narrativa.
En ese sentido, cuenta, en los últimos años se ha conformado un grupo de escritores, con quienes ella se mantiene en permanente intercambio, sobre todo con escritoras.
“Los talleres literarios –coincide con otras escritoras entrevistadas para esta serie– sustituyen las funciones que antes realizaban los editores. Estos grupos de colegas, de amigos, funcionan así: se tallerean unos a otros”.
–En ese sentido, ¿qué autoras son un faro para ti?
–Muchísimas. He leído todo lo que encuentro sobre el tema de la amistad entre mujeres porque estoy escribiendo una novela sobre eso. Releí un libro: Los hermosos años del castigo, de Fleur Jaeggy. Y también Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan. Y por supuesto leí el libro de una imprescindible: Margo Glantz, que publicó en Argentina, bajo el título El texto encuentra un cuerpo (Ampersand, 2019).
–Por último, como autora, al interior del gremio, ¿te has enfrentado a dificultades por ser mujer?
–¡Ah, claro! Uno se enfrenta a dificultades de este tipo todo el tiempo. A lo último que me enfrenté es a un discurso de resistencia hacia las cuotas de género en comités y jurados, tanto en los que he participado como a los que me he sometido. Por ejemplo, le beca del Fonca Jóvenes Creadores, en el caso de narrativa, se le otorgó a una veintena de hombres y a cinco mujeres. Es algo ridículo.
Aclaro que apliqué y no me dieron la beca. Y jamás me atrevería a decir que mi propuesta era mejor, pero conozco a muchas mujeres talentosas que debieron tener una oportunidad. Hay resistencias masculinas y también femeninas, sobre todo de las mujeres que tienen ideas de otra época y que, quizá, en un mundo en el que prevalece la desigualdad de género creen que siendo condescendientes con ese tipo de actos ganarán uno de los pocos espacios destinados a ellas. Se equivocan.
Después del #MeToo se ha creado una red de mujeres escritoras importantes. No me reúno con mis colegas con la frecuencia que quisiera, pero cada dos o tres meses nos sentamos para intercambiar experiencias, contar lo que estamos escribiendo y opinar sobre nuestros textos. Y eso es muy saludable.