“No hay duda que, entre todas las artes, la pintura ha sido la más sumisa a los modelos exteriores que la naturaleza y la realidad le han propuesto. El pintor ha ejecutado la natural función de ver las realidades que lo circundan, para luego transcribirlas a la tela, al papel o al muro, en su juego de luces, de formas y colores”. Xavier Villaurrutia
Por Karina Torres
Ciudad de México, 28 de enero (SinEmbargo).- Libros pintados. Murales de la Ciudad de México es un libro que plasma en cada página el movimiento artístico más emblemático que apareció en un momento crucial de nuestro nacionalismo: el muralismo. El país debía encontrar su rostro después de una Revolución, debía dar vida a la Atlántida morena como menciona José Luis Trueba Lara (escritor, editor, profesor e investigador mexicano) en el primer capítulo “Fulgor y muerte de la Atlántida morena”. Aquí se da cuenta de cómo la invención del pueblo mestizo origina una construcción idílica de la identidad del nuevo México mediante el patrocinio de José Vasconcelos y los pinceles de grandes creadores como José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Roberto Montenegro, entre otros. Ellos dieron forma, colores, texturas, líneas y composición a un México rural de milpas, magueyes, nopales, sombreros, sarapes, machetes y charrascas. Como menciona el autor, los viajeros y exploradores que lo concibieron así “poco a poco delinearon un país eternamente exótico y (casi) salvaje, un proyecto del Edén que a fuerza de sacrificios podía convertirse en realidad”. Sin embargo, el muralismo también cumplía una dualidad político-social, por una parte los muralistas eran los voceros de la religión de la patria, de la institución, y por otra, se asumían como profesores del pueblo.
En el segundo capítulo, “Trazos del muralismo” de Xavier Villaurrutia (escritor mexicano, integrante del grupo literario Contemporáneos), encontramos fragmentos que hablan de cuatro muralistas que nos muestran no sólo el aspecto técnico de su trabajo, sino uno humano y visceral. Villaurrutia menciona: “es algo superior a la pintura misma y que parece desprenderse de ella al tiempo mismo que sustentarla; este algo indefendible e inasible es lo que llamamos unas veces, misterio; otras veces, poesía; otras veces, tragedia”. Entre estos pintores que poseen una fuerza expresiva de drama, fe, esperanzas, curiosidades, voluntades y sensualidad están Siqueiros, Orozco, Montenegro y Tamayo.
El muralismo mexicano también involucra un trazo femenino que es abordado en el tercer capítulo “Paredes olvidadas: el muralismo femenino (1930-1970)” por Dina Comisarenco Mirkin (doctora en Historia del Arte por la Universidad de Rutgers, Nueva Jersey). Aquí, las obras de Fanny Rabel, Rina Lazo, Aurora Reyes, Marion y Grace Greenwood y los Fridos (colectivo dirigido por Frida Kahlo) plasmaron, además del pasado indígena, las artes y la educación, una problemática social eminentemente femenina. El contexto social no era favorable para que una mujer se transformara en un pintor que pudiera subir a los andamios, a pesar de que algunas de ellas habían iniciado su labor profesional con Diego Rivera, a quien asistían en la preparación técnica de las paredes para los murales.
Finalmente, “Los pintores mexicanos”, texto de Pablo Neruda (escritor chileno que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1971), hace un recuento, en un tono personal, de “estos volcánicos pintores”. Menciona a Rufino Tamayo con “sus pinturas complejas y ardientes”, su uso de color representando los frutos de los mercados o los tejidos de México.
Los “dueños de líneas fuertes” que pintaron nuestra idea de nación son, sin duda, un referente simbólico pleno de color, líneas, composiciones y lecturas visuales que encienden los muros que envuelven y sostienen un espacio arquitectónico, los cuales contienen un valor estético único: “Las pinturas dinámicas están organizadas de tal manera que parecen cambiar completamente el mecanismo estructural del edificio. En este caso, el resultado total debe mejorar o superar el valor estético que tiene la arquitectura en sí”, como lo advierte José Clemente Orozco.
México ha sido un país con una tradición de pintura mural que comienza con la prehispánica de Bonampak —cultura maya—; sigue con los muros pintados que evangelizaron y reforzaron la doctrina cristiana en el periodo virreinal, y continúa con el muralismo que surgió como movimiento artístico de la Escuela Mexicana de Pintura a partir de 1921. Por ello, no podríamos concebir ya espacios sin la belleza, energía, dinamismo, y color de éstos muros intervenidos. Libros pintados. Murales de la Ciudad de México descubre y redescubre desde el punto estético y nacionalista aproximadamente más de 140 murales de 43 pintores en 38 espacios emblemáticos de la Ciudad de México. A manera de homenaje de los primeros murales pintados de la cultura maya, surge el título Libros pintados, cuyo contenido responde a la grandeza y fuerza de un México mestizo postrevolucionario y actual.
Libros pintados. Murales de la Ciudad de México, con escritos de Dina Comisarenco Mirkin, Pablo Neruda, José Luis Trueba Lara, Xavier Villaurrutia, está disponible en esta página. Una sección curada por Artes de México para Sin Embargo.