Fidel Castro siempre fue un defensor acérrimo del béisbol y llegó a jugar en su juventud. Lo utilizó como imagen de las «bondades» que tenía su régimen en el apartado del desarrollo deportivo y de intercambio de buena voluntad en las relaciones con Estados Unidos.
Houston (EU), 27 de noviembre (EFE).- El fallecido ex Presidente cubano Fidel Castro vio como uno de sus sueños deportivos, convertir al béisbol aficionado de su país, considerado deporte nacional y superior a de las Grandes Ligas, nunca se realizó y por el contrario, los mejores peloteros antillanos fueron los primeros en desertar y renegar del sistema político en el que vivían.
Nadie de las figuras y prospectos cubanos querían quedarse en la isla caribeña y por el contrario buscaron siempre la manera de abandonar el país y tener la oportunidad de alcanzar su mejor rendimiento, aun a costa de poner en peligro su vida, dejar a sus familiares y de no poder regresar más.
A pesar del embargo económico, también a través de terceros países lograron superar las trabas legales que les permitieron hacerse profesionales, estrellas y millonarios.
El lanzador derecho Liván Hernández fue el primero de las grandes estrellas del béisbol cubano que llegó a las mayores y lo hizo para jugar con los Malins de Miami a quien les dio un título de la Serie Mundial en 1997, cuando recibió el premio de Jugador Más Valioso (MVP), además de ser nombrado dos veces al Partido de las Estrellas.
Hernández también ganó el título de MVP de la Liga Nacional en 1997 y el Bate de Plata en el 2004.
Pero si Liván triunfo, mejor estuvo todavía su hermanastro Orlando «El Duque» Hernández, que siguió sus pasos y desertó de Cuba cuando era el lanzador del futuro del béisbol de su país.
«El Duque» jugó con los históricos Yanquis de Nueva York con quienes consiguió cuatro títulos de la Serie Mundial desde 1998 hasta el 2000 y luego en el 2005, además de recibir el premio de MVP de la Liga Americana en 1999.
Luego llegaría en el 2003 otro lanzador espectacular y ganador el también derecho José Contreras, que fue fichado por los Yanquis para luego irse con los Medias Blancas de Chicago con quienes en el 2005 consiguió el título de la Serie Mundial.
A partir de ese momento la salida del talento del béisbol cubano hacia las Grandes Ligas ha sido permanente y en la actualidad, a pesar del embargo, ya hay más de 20 peloteros antillanos en las mayores.
Lo que significa la decadencia permanente del sistema aficionado de competición del béisbol y del resto de los deportes que existe en Cuba bajo el régimen comunista, donde no pueden desarrollar su mejor talento.
A pesar que el ex Presidente Castro siempre fue un defensor acérrimo del béisbol, que llegó a jugar en su juventud, lo utilizó como imagen de las «bondades» que tenía su régimen en el apartado del desarrollo deportivo y de intercambio de buena voluntad en las relaciones con Estados Unidos.
De ahí que fuese precisamente a través del deporte del béisbol cuando un equipo de las Grandes Ligas, los Orioles de Baltimore, fuesen a competir por primera vez en territorio cubano el 28 de abril de 1999.
Se trató de algo inolvidable en Cuba, con el país paralizado para ver su selección nacional podía ganar a un equipo de las Grandes Ligas, algo que no sucedió con Fidel Castro presente en el partido junto al comisionado de las mayores, Bud Selig, y el dueño de los Orioles, Peter Angelos.
El suceso era inédito y abría una ventana de esperanza en el complejo escenario político-deportivo entre dos países antagónicos.
La prestigiosa selección nacional cubana, doble campeona olímpica y más de 20 veces titular mundial, jugaría por primera vez contra una novena de las «satanizadas» Grandes Ligas estadounidenses desde el triunfo político de Fidel Castro en enero de 1959.
Castro, el mismo que había declarado el 14 de enero de 1962 durante el inicio de la I Serie Nacional (Aficionada) que la renuncia al profesionalismo «era el triunfo de la pelota libre sobre la esclava», se sentó de manera afable junto a Selig y Angelos.
Los más expertos en política creyeron ver la diplomacia del ping pong –utilizada por los Estados Unidos a comienzos de la década del 70 para fomentar el deshielo en las relaciones con China– ahora con el deporte del béisbol por medio.
Como siempre sucedió con Fidel Castro, todos se equivocaron, en cuanto a ese gesto de cara a la venta de imagen de la calidad del equipo nacional de béisbol al mundo exterior, generase cambios en el sistema político de la isla y permitiese a los peloteros llegar al mejor béisbol del mundo sin tener que renunciar a su país.
Los peloteros cubanos demostraron que podrían competir como un equipo de las Grandes Ligas, pero del resto nada cambió porque todo siguió igual para los ciudadanos de a pie y de los deportistas que no podrían competir en el exterior como profesionales.
Los enfrentamientos deportivos dejaron también un empate con triunfo de los Orioles por 3-2 en 11 entradas disputado en el estadio Latinoamericano, el 28 de marzo, y derrota del equipo estadounidense en su campo del Camden Yard de Baltimore (12-6), el 3 de abril.
Tuvieron que transcurrir 17 años para que la competición de las Grandes Ligas volviese a Cuba, el pasado 22 de marzo, y esta vez con los Rays de Tampa Bay y el presidente estadounidense Barack Obama de espectador de lujo, en la Habana, junto con el actual mandatario cubano Raúl Castro.
Tampoco ha cambiado nada en Cuba en el apartado político, ni en el deportivo, pero si se ha dado ya el reconocimiento por parte de Tony Castro, vicepresidente de la Federación Internacional de Béisbol (IBAF, por sus siglas en inglés) e hijo del expresidente Castro, que el modelo actual «no sirve» y aboga por lo que todos piden dentro del deporte del béisbol nacional como es tener la libertad de jugar en las ligas extranjeras que deseen.
La interrogante ahora es saber si de verdad, con el fallecimiento de Fidel Castro, el béisbol de las Grandes Ligas deja de estar «satanizado» en Cuba y vuelve a ser el deporte pasatiempo nacional que una a ambos países en una nueva realidad histórica.