Los grupos que salieron este año de Tapachula estuvieron integrados por menos de un millar de personas y todos fueron disueltos, en ocasiones con un uso excesivo de la fuerza, por elementos de la Guardia Nacional y los agentes de migración.
Por EDGAR H. CLEMENTE
Villa Comaltitlán, 27 de octubre (AP).— Tras caminar tres días por el sur de México y descansar durante una jornada entera para reponer fuerzas, la caravana de migrantes retomó el miércoles su rumbo hacia Ciudad de México con ánimo renovado y más integrantes hasta llegar a la localidad de Villa Comaltitlán, en el sureño estado de Chiapas.
El grupo había partido el sábado de Tapachula, 60 km más al sur y casi en la frontera con Guatemala, con unas 2 mil personas, pero el miércoles había multiplicado su tamaño y aunque es difícil medir la cifra exacta de sus integrantes, activistas que acompañan a los migrantes aseguran que sumaban ya unos 4 mil.
“La caravana es como un imán, va chupando gente, se van uniendo migrantes que se han quedado en los municipios (de la costa de Chiapas)”, dijo Irineo Mújica, de la organización Pueblos Sin Fronteras.
Uno de ellos fue Bayron Zavala, un nicaragüense que se enteró de que el grupo se movía lentamente, tomó una bicicleta y decidió alcanzar la caravana en Huixtla para caminar con ella “hasta donde Dios nos dé la fuerza”, dijo. «Si se puede, continuar a Estados Unidos”, agregó.
Los migrantes cruzaron sin contratiempos un punto de inspección aduanero, militar y de migración donde cotidianamente las autoridades decomisan drogas, armas y detienen a traficantes de personas y extranjeros que entraron irregularmente a México.
En este caso no fue así y por la tarde los hombres, mujeres y niños, en su mayoría centroamericanos, se instalaron en la plaza central de Villa Comaltitlán, un municipio de apenas 30.000 habitantes, para descansar y volver a la ruta al amanecer.
Aunque de mucho menor tamaño que las caravanas de 2018 y 2019, éste es el mayor grupo movilizado por el sur de México desde la pandemia. En enero, una caravana partió de Honduras pero las autoridades guatemaltecas la disolvieron antes de llegar a México.
Los grupos que salieron este año de Tapachula estuvieron integrados por menos de un millar de personas y todos fueron disueltos, en ocasiones con un uso excesivo de la fuerza, por elementos de la Guardia Nacional y los agentes de migración.
En un primer momento se trató mayoritariamente de migrantes haitianos, pero ahora la mayoría son centroamericanos.
Esta semana la Guardia Nacional se ha dedicado a vigilar el avance de la caravana sin hacer un intento de contención como sí ocurrió el sábado cuando establecieron un cerco a la salida de Tapachula que se saldó con al menos un niño herido.
El canciller Marcelo Ebrard aseguró el lunes que iban a actuar «con prudencia” en apego a la ley y los derechos humanos.
México tiene desplegados en el sur a decenas de miles de efectivos militares, policiales y agentes migratorios y desde hace un par de años ningún grupo grande ha logrado salir caminando de los estados fronterizos con Guatemala.
Aún así familias completas lo siguen intentando como Cristina Romero, que quiere llegar a Estados Unidos para poder tratar la enfermedad de su hijo de 12 años, con el que viaja y que padece retraso psicomotor.
Romero intentó regularizarse en Tapachula pero después de cuatro meses la respuesta a su solicitud de asilo fue negativa. “Me dijeron que podía apelar el caso pero que me podía salir igual», explicó. «De ahí escuché que venía esta caravana para acá y me apunté para venirme».