Ernesto Hernández Norzagaray
27/07/2018 - 12:03 am
De la Presidencia imperial a la Presidencia humilde
Hubo, hay, alguna vez en México una Presidencia imperial que lo alcanzaba todo como una enredadera tropical: Reunía una persona poderes plenipotenciarios que subordinaba al resto del Estado; centralizaba decisiones al margen de la soberanía de los estados y municipios.
Hubo, hay, alguna vez en México una Presidencia imperial que lo alcanzaba todo como una enredadera tropical: Reunía una persona poderes plenipotenciarios que subordinaba al resto del Estado; centralizaba decisiones al margen de la soberanía de los estados y municipios. Compartía el poder con su familia, compadres, testaferros, amigos y socios y, en el exceso, el gran tlatoani acumulaba riquezas y todavía al terminar el ejercicio sexenal por una ley no escrita se le asignaba una pensión jugosa que incluía metálico, vehículos, personal administrativo, servidumbre, seguros de salud, seguridad. Todo.
En esa visión imperial sexenal no había cabida para lo que no fuera propio de ese mundo creado desde el poder y para el poder que se multiplicaba en mayor o menor intensidad en estados y municipios. El ritual del poder se reproducía con toda su parafernalia mayúscula en los grandes escenarios diseñados para el ego, a imagen y semejanza del gobernante en turno. La idea de pueblo se consumía en la retórica grandilocuente y en la narrativa plástica de las gestas libertarias. Vamos en una foto con el atavío huichol o zapoteco, la arenga patriótica del 16 de septiembre o el 20 de noviembre, pero nada más allá de lo que no pudiera significar simbólicamente una representación mediática de la unidad nacional, de un Gobierno del pueblo para el pueblo.
En esos actos solemnes y banales evidentemente no había la más mínima humildad porque ellos estaban diseñados para exaltar al gobernante en turno. Se construían con la madera del espectáculo que tenía su máxima expresión en las grandes concentraciones en los zócalos del país. Y es que en esa operación ritual del poder no podía haber espacio para la humildad si todo era a lo grande y solemne. Demostrar a través de estos actos públicos que si éramos un país tercermundista, también éramos capaces de hacer nuestros rituales en grandes y exponencialmente.
En todo caso era una comunicación no verbal la que se imponía, la que marcaba la distancia en los actos celebratorios. El Presidente inevitablemente con traje obscuro y camisa banca, banda tricolor al pecho, dirigiéndose a una plebe festiva que brinda con el trago en alto y lanza un concluyente aguardientoso: ¡Viva México!
Y ahora, toda esa parafernalia que rayaba en el espectáculo de las estrellas está en entredicho y podría desaparecer o mejor ser sustituida por otra más auténtica: la republicana, la que ofrece AMLO para revestir la relación de gobernantes con los gobernados, que busca humanizar la vida pública, que ofrece acabar con los privilegios del Presidente que brinda la residencia oficial o el avión presidencial; eliminar la pátina y el oropel del espectáculo político, desconcentrar para expandir el poder público. Ejercer el poder al lado de la gente. Algo que para algunos es irrelevante, y “hay que dejar de lado para discutir lo importante”. Pero, ¿acaso no es importante desmontar toda la parafernalia y los rituales de un poder imperial? ¿Acaso no es parte de lo que no queremos de los políticos? ¿Qué nos distancia? Claro que sí.
No más presidentes imperiales. No más pensiones vitalicias de los ex Presidentes y esposas. O sea, no a esos privilegios insanos, a ese dinero público que en otra bolsa puede llevar bienestar en una escuela, un hospital, un parque público. Y es que pese a ser un derecho no escrito, se volvió una regla consuetudinaria, permitió una vida holgada personal y familiar, aún cuando el ex muriera, y eso quizá era digno de envidia de los habitantes de las casas reales europeas que como se sabe están sujetos a la ley, al fisco y sus presupuestos.
Esa casta nativa casi divina es una construcción política que solo puede existir en una sociedad con una elevada personalización de la política. Una frágil institucionalización y un abuso sistémico y sistemático de los gobernados pero sobre todo, por la inexistencia de verdaderos contrapesos al poder, que revirtieran lo que a golpe de costumbre se volvió un derecho de facto irrenunciable y qué hoy defienden como el puerco a su mazorca.
Y es que, en el chantaje raya en una miserable desfachatez, especialmente entre los ex presidentes panistas: Vicente Fox ha dicho que si le retiran la pensión “lo dejaran sin dinero para comprar sus frijolitos” y Felipe Calderón más elaborado y temeroso la reclama porque en caso de quitársela se atenta “contra la seguridad de los expresidentes”, lo que indica que este par inescrupuloso, acostumbrados a vivir de los contribuyentes aun cuándo acumularon verdaderas fortunas, lo quieren seguir haciendo por temor a esa misma plebe que los vitoreaban en el calendario patrio.
Actúan lastimosamente, faltos de dignidad, ante una sociedad que tiene más del 70% de los mexicanos en algún estado de pobreza, y en su desesperación llegan a señalar sutilmente este corte de caja, como una actitud de resistencia personal ante los embates del populismo que “quiere quitar el dinero a los ricos para dárselo a los pobres”, pero los votantes han dicho ¡Ya basta!
Pero, este ejercicio de volver humilde y austero el poder, no se agota en el asunto de las pensiones de los expresidentes, va más allá, busca eliminar el aura de naturalización del poder imperial reduciéndolo a su mínima expresión, volviéndolo de carne y hueso, restituyendo el poder a la gente.
Estamos, pues, en un cambio de época, si se cumple el programa de regeneración nacional y no termine acorralado por los poderes reales de dentro y fuera del país, esos que imponen los ritmos de la economía y que con un tañido de dedos ponen a temblar a los países y sus gobernantes, quizá por eso la cautela, incluso el cambio de paradigma teórico de la lucha por la conciliación de clases sociales; del cambio de eje poner en el centro la corrupción y no la explotación de clase – dicho de paso, ahí radica la diferencia del maoísta EZLN con AMLO.
AMLO, en ese sentido, podría repetir los grandes trazos del modelo económico de Lula que recaudó para redistribuir sacando de la pobreza a decenas de millones de brasileños pero con una gran diferencia, en México no existe reelección quizá, por eso AMLO, dice que “hará en seis lo de doce años”. Será.
En definitiva, hablar en pasado de la presidencia imperial, luego de los excesos y la corrupción de Peña Nieto y su familia, pueda resultar un despropósito histórico, está ahí vivita y coleando, sin embargo, el presente en alguna forma es el futuro, están ahí sus resortes, sus inercias, las bajezas.
El tránsito desde la presidencia imperial que con EPN llegó a ser faraónica, ostentosa y frívola, diseñada como una novela de Televisa, hasta la presidencia de la humildad, que seguramente se cumplirá personalmente con AMLO, la pregunta es si lo harán los responsables de los otros niveles de la función pública, sean en la administración federal, o en los estados y municipios, o los Congresos federal y estatales. Volvamos a ver a Lula y algunos dirigentes del PT hoy presos, pero esa es otra historia.
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