La trama se desarrolla con las confesiones de Sonoko Kakiuchi, una mujer casada que comienza una amistad estrecha e íntima con la joven Mitsuko Tokumitsu, quien destaca por su belleza y sensualidad. Esta relación se vuelve gradualmente más pasional y oscura, llena de mentiras y celos.
En este libro, el deseo es lo que impulsa al desborde y siembra el desequilibrio en algunos personajes, como los amantes de Mitsuko, a quienes su enamoramiento los dirige hacia lo fatídico y la desgracia, pues dejan de lado su propia integridad.
Por Yessica Paola Puga Ferral
Ciudad de México, 27 de junio (LangostaLiteraria).- Lo primero que pensé cuando tuve este libro en mis manos fue: ¿por qué un libro de Junichiro Tanizaki se titula Arenas movedizas? Sabía que era reconocido por su erotismo y perversidad tanto en los tópicos de sus novelas como en la construcción de sus personajes. ¿Pero qué es lo realmente perverso en esta novela? ¿A qué se le considera tal?
Cuando avancé un poco más en el texto, recordé lo que Andrés Ibáñez dice en el prólogo de Botchan, de Natsume Soseki, otro grande de la literatura nipona del siglo XX. Ahí menciona la relación de lo chino con lo acuático y de lo japonés con lo arenoso, donde el agua se relaciona con lo melodioso y lo brillante, mientras que la arena representa lo limpio, austero, cuadrado y silencioso.
Sin embargo, aquí es el deseo lo que rompe e impulsa al desborde y a la apertura de nuevos horizontes, mismos que quizá en la actualidad catalogaríamos no como inmorales, sino tóxicos. El libro plantea una serie de confesiones entre la señora Kakiuchi y el narrador. Éste parece estar representado por el propio Tanizaki, pese a que no tiene voz alguna y no responde a las palabras de la viuda, excepto en pequeñas notas al pie, que hace de vez en cuando para ahondar en detalles.
La trama se desarrolla a partir de un acto bastante casual y subconsciente, cuando la señora Kakiuchi, quien acude a una academia de artes, hace un retrato que asemeja demasiado a la señorita Mitsuko Tokumitsu, una joven que también asiste a clases de pintura y que destaca por su deslumbrante belleza.
Los rumores que se hacen correr sobre una posible relación lésbica entre ambas logra que, más allá de ignorarse y alejarse, creen una amistad estrecha e íntima, la cual se vuelve gradualmente más pasional, dramática y oscura, pues se llena de secretos, mentiras e incluso celos; esto último sobre todo cuando se descubre a un rival amoroso: el apuesto Watanuki.
Es justamente la belleza de Mitsuko lo que produce que, conforme la trama se desenvuelve, la relación se intensifique más y más. Su exacerbante sensualidad y caprichos provocan que sus amantes sean dominados por ella de alguna manera; incluso sus sirvientes se ven envueltos en estas relaciones al ayudarlos a ocultarse y avisarles del peligro, lo cual muestra un tipo de extravagancia muy común en las clases acomodadas.
Es interesante el poder que Mitsuko ejerce sobre sus diversos amantes, pues una vez que se enamoran perdidamente de ella, ocurre un desequilibrio que los lleva hacia lo fatídico, ya que se preocupan más por mantener su amor que por su propia integridad, lo cual los dirige directamente hacia la desgracia, cualesquiera que sean las formas en que se suscite.
Pero entonces, ¿qué representan exactamente las arenas movedizas y cómo se relacionan con la perversidad? Quiero regresar a la imagen que Ibáñez recuerda al hablar sobre la cultura nipona: jardines llenos de arena blanca y piedras; toda esta alusión a la belleza, espiritualidad y austeridad, que proviene supuestamente de la luminosidad y las «buenas prácticas», es lo que el autor transgrede.
Las arenas movedizas se mueven por un factor interno a ellas mismas, a su constitución, que en este caso resulta ser el deseo y la pasión, y en donde no importan género ni tampoco estatus social. Por ello no debe sorprendernos que Sonoko Kakiuchi sea una mujer casada, ni que la relación establecida entre ella y Mitsuko sea entre iguales, o que debido al afecto Mitsuko llame “hermana” a Sonoko.
Leer a Tanizaki es entrar en un erotismo puro, pero también amoral, donde cada uno de los detalles, colores y ambientes producen en conjunto un efecto visual y sensorial vertiginoso que nos invita al disfrute de todos nuestros sentidos.
Estas descripciones son tan palpables que también pueden movernos a la risa cuando notamos una exageración que se acerca más a un melodrama sentimental, risible y llorón y que, sin embargo, está relacionado con el intenso anhelo de poseer aquello que es admirado.